Capítulo 34: Un dulce y encantador dilema

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La inicial no solo estaba pintada, sino que la habían grabado para dejar marca a lo largo de todo el vehículo con un utensilio puntiagudo

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La inicial no solo estaba pintada, sino que la habían grabado para dejar marca a lo largo de todo el vehículo con un utensilio puntiagudo. Mientras la mirada de todos permanecía en los restos que parecían agonizar en el estacionamiento, me pregunté cómo pudieron hacerlo sin que nadie nos percatáramos. Entonces, estudiándolo mejor, detecté la cadena estaba dañada y justo en un punto ciego del escaparate. Nadie se atrevió a moverse, permanecieron congelados digirieron la imagen del caos, pero yo no me resistí, me puse de cuclillas y no fue hasta que mis dedos rozaron los arañazos sobre el aluminio que lo entendí: era real, no había vuelta atrás.

Asustada, con un tornado arrastrando mi calma, busqué la mirada de Nael. Me costó respirar al notar su dolor, habían destruido algo por lo que había trabajado tanto. Esa motocicleta tenía un significado especial para él: era el inicio de su nueva vida que parecía volver al punto de partida.

Quise hablar, decir tantas cosas, pero él se me adelantó.

—Fue Silverio... —murmuró con la mirada perdida.

—Pero se puede reparar, ¿no? —pregunté deprisa, esperanzada. Estaba negada a que tuviera ese final. No, él no podía pagar por mi error. El sonido de mi voz sacó a Nael de su trance, no quiso mentirme, en su mirada triste deslumbré la resignación—. Tal vez si conseguimos otros espejos, unas llantas... Hasta podríamos pintarla, seguro que hay profesionales que pueden dejarla como nueva —insistí sin querer rendirme, tomándolo de los brazos para que me escuchara. Tenía que haber una solución, pensé sintiendo mi corazón oprimirse cuando en sus ojos se coló una pizca de pena por mi inocencia.

—La motocicleta es el menor de los problemas —mencionó Don Julio, que usaba la lógica por sobre los sentimentalismos, obligándonos a escucharlo—. ¿No te das cuenta que si ese tipo vino hasta aquí para vengarse, sin importar puedan atraparlo, les está siguiendo los pasos? Mira como dejaron a este muchacho —lo señaló. Mi corazón se encogió—, sabrá Dios de qué sería capaz —me hizo consciente de la gravedad del lío.

¿Quién me aseguraba que su advertencia quedaría en un par de espejos rotos? El miedo se apoderó de mí al contemplar el daño que le había hecho a Nael. Ni siquiera sabía en qué demonios lo había metido.

—Lo que debes hacer es ir a poner una denuncia —le recomendó, aunque sonó más como una orden por su don de mando. Nael aun atontado por tantas emociones asintió para sí—, por la paliza y los daños a la motocicleta. Te acompañaré, pienso levantar cargos, después de todo, fue en mi negocio —expuso, antes de clavar sus ojos en mí—. Si no quieres que las amenazas escalen debes contarle a la policía lo que intentó hacerte y que te amenazó —me orientó  paciente—, porque lo más probable es que después sigas tú.

Pasé saliva tensa, imaginando esa frase en mi tumba.

—Sí, pienso hacerlo, pero... —Callé, pensándolo mejor—. Me gustaría ir con Jade, después de todo, ella fue la principal testigo de nuestros desencuentros y... También me gustaría que pusiera una orden de restricción contra él —revelé mi verdadera preocupación—, porque Silverio pareció tener intención de volver a buscarla.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora