Caminé de un lado a otro, atormentada. Respiré hondo, busqué una manera de ser optimista, pero fue me imposible hallar la calma. Estaba claro, no vendría.
—¿Qué habrá pasado? —me pregunté desesperada.
Sabía la respuesta, pero no quería aceptarla.
—Tranquila, Dulce —me pidió Nael al verme ir de un lado a otro, al borde de la locura.
—No puedo estar tranquila. No cuando le entregué todo mi dinero a ese tipo y ahora tengo ni rastro de él —me reprendí deseando golpearme contra la pared y ponerme a llorar.
—¿Es de fiar? —preguntó. Odié no tener una repuesta.
—Silverio me dijo que... —Callé un segundo, reflexionando. Fue un golpe en seco que logró volver a revivirme. Sonreí recobrando la alegría—. Silverio... —murmuré. ¿Cómo lo olvidé? Él podía ayudarme, al menos darme su dirección o cualquier dato que me guiara hacia a él—. Gracias por todo, Nael, ahora debo irme —solté en un impulso.
No esperé palabras, ni contesté preguntas, mi cuerpo despertó corriendo a casa. Ni siquiera miré a atrás, si me apuraba tal vez lo encontraría en casa, como todas las noches.
Ese fue el pensamiento que me dominó durante todo el camino que se consumió en un suspiro, volví a respirar cuando divisé su figura en el jardín delantero, con planes de marcharse. Aceleré los últimos pasos, tanto como mis pulmones cansados me lo permitieron, alcanzándolo.
—¡Silverio! —lo llamé con voz ahogada.
Pensé que me desmayaría, definitivamente me faltaba condición.
—Dulce, ¿qué tal van las cosas? —me saludó riéndose un poco de mi estado. Tenía el cabello desordenado por la improvisada carrera y las mejillas más rojas que las manzanas que vendíamos en la cafetería.
Llevé mis manos al pecho, ordenándole a mi corazón no escaparse.
—Mal. Muy mal —comenté, robándome su atención. Me miró intrigado sin comprender mi malestar—. ¿Tú sabes cómo puedo localizar al chico de los boletos? —pregunté sin rodeos—. Quedó de pasar esta noche por la cafetería, pero no apareció y no contesta su celular —le expliqué tan rápido como me dio mi lengua.
Silverio ni siquiera lo pensó, pese a mi notable angustia, se encogió de hombros, indiferente.
—¿Qué puedo decirte? No recuerdo nada más —se limpió las manos, simple.
Toda ese optimismo que había intentado mantener se vino abajo.
—¿Nada? —insistí sin rendirme—. Cualquier cosa me serviría, Silverio —le supliqué—. No puedo perder todo mi dinero.
Me miró con pena.
—Una mala decisión, Dulce, lo siento, pero no te angusties, a todos nos puede pasar —le restó importancia, utilizando una voz tan suave que me exasperó. Era como si no le importara en lo más mínimo—. Confiaste en la persona equivocada —concluyó, encogiéndome de hombros.
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Un dulce y encantador dilema
Dla nastolatkówDulce ama a Chayanne. Después de sus intentos fallidos por convertirse en su esposa, su asistente y la cuidadora de su perro, decide ponerse una meta más realista: asistir a uno de sus conciertos. Con el tiempo en contra y determinada a cumplir su s...