Capítulo 30: Enseñanzas de mamá

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Un paso a la vez

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Un paso a la vez.

Cuando mi papá, determinado a mejorar nuestra relación, propuso regresara a casa de mi tía junto a él o le permitirá mudarse conmigo para vivir como una familia, le prometí que lo pensaría. No me presionó, me dijo que respetaría mi decisión y mi tiempo.

Fue una lástima que el resto de la vida no fuera tan comprensivo. Tal vez si fuera millonaria me hubiera quedado en casa llorando, pero como era una chica con deudas y recibos que pagar no me quedó de otra que guardar el drama en el cajón y presentarme a trabajar el lunes temprano.

No fue hasta que me quedé de pie frente al local que entendí esa política que manejan algunas empresas que prohíben a sus empleados relacionarse de forma amorosa. No hay nada más incómodo que trabajar a la par de la persona a la que les has roto el corazón. De solo imaginar que tendría que estar junto a Andy, me costaba respirar. Dudé durante unos segundos, hasta que comprendí que de nada servía alargar la agonía. Respiré hondo, armándome de valor, antes de empujar la puerta de cristal.

Confieso que una parte, irracional y egoísta, deseó que Andy sí formara parte de ese privilegiado grupo y se diera permiso de faltar, por desgracia, apenas puse un pie dentro, lo deslumbré distraído en su mundo, cocinando detrás de la barra. Me quedé ahí, congelada, mirándolo trabajar hasta que agité mi cabeza obligándome a despertar. Otra larga inhalación. Es ahora o no, Dulce.

—Buenos días —saludé como siempre, alzando la voz con naturalidad, pero sin atreverme a mirarlo camino a la caja registradora.

En cambio, yo pude percibir enseguida como él sí enfocó su mirada con interés en mí al notar mi presencia. El sonido de la cafetera cesó, un horrible silencio se instaló, dándome la impresión que podía percibir mi pausada respiración mientras acomodaba mis cosas. Nerviosa olvidé qué debía hacer, y solo para mantenerme ocupada quise ir por un trapo para limpiar la barra, pero apenas me di la vuelta choqué con Andy. Contuve el aliento dando un paso atrás.

—Hola —me saludó tímido.

—Hola... —repetí en voz baja. Nos miramos un instante que me pareció eterno antes de que ambos echáramos la mirada a otro lado. Dios, que pulcro piso, necesito comprar un trapeador igual...

—¿Crees que podríamos hablar un minuto?

—Claro, claro —respondí enseguida levantando el mentón, pero cuando abrió la boca me adelanté, robándole la oportunidad de hablar—. Oh, ya, ¿necesitas algo? —intenté adivinar—, porque si...

—No, no —cortó mi parloteo—. Yo solo quería saber cómo estabas, me quedé preocupado el sábado que te marchaste —me dijo con tanta sinceridad que mi corazón se estrujó en el fondo.

—Estoy bien —lo tranquilicé—. Volví a casa de mi mamá, incluso hablé con papá —le compartí mi aventura.

Él se mostró sorprendido, no podía culparlo, mejor que nadie sabía que me costaba.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora