Parecía que era verdad que todo el mundo estaba ansioso por la inauguración del nuevo restaurante porque la cafetería quedó vacía antes de lo acostumbrado. Gracias al cielo no quedaba cerca de la zona, ni se dedicaba al mismo rubro por lo que no eran una competencia directa, pero sí había logrado que la mayoría de la gente del barrio lo marcara en su agenda.
Yo era una de ellas, así que no me mordí la lengua para suplicarle a Don Julio nos dejara salir temprano esa noche. Es decir, no servía de nada encerrarnos en un local donde no vagaba ni un alma. Y tal vez fueron mis brillantes argumentos, o su desesperación por librarse de mi voz, lo que le llevó a aceptar.
No le di tiempo de arrepentirse antes de correr a casa para arreglarme tanto como mis pocos conocimientos en peinado y maquillaje me lo permitiera. No solía preocuparme por cómo me veía, siempre me daba un baño, peinaba mi cabello a toda prisa, me ponía el primer pantalón de mezclilla que encontraba junto a un par de zapatillas que me permitieran andar sin problemas. Sin embargo, esa noche quería lucir diferente. No lo suficiente para no reconocerme, solo para remarcar se trataba de una noche especial.
Terminé escogiendo un sencillo vestido celeste que me encantaba y me ponía tan poco que apenas podía recordarlo. Sonreí enamorada de la caída a la rodilla que daba la apariencia de ser una nube de azúcar. Me arriesgué a ponerme unos tacones de mamá, rezando por no romperme de nuevo la cara ahora que la herida había comenzado a borrarse. Quise probar con un maquillaje digno de una alfombra roja, capaz de robar miradas, mas con el tiempo en contra, y a sabiendas que era el peor momento para experimentar, agradecí mi pulso no fallara mientras delineaba mis ojos. Apliqué un poco de rímel sin sacarme un ojo y utilicé mi tono favorito entre rosa y durazno para mis mejillas y labios. Sin importarme realmente si era adecuado para la ocasión sonreí satisfecha a mi reflejo mientras sujetaba dos mechones rubios con un broche. Simple, natural, digno de la carrera que retomé cuando salí de casa tras despedirme de mi tía.
Pensé invitar a Jade a unirse, pero me avisaron que había salido, algo raro teniendo en cuenta prefería quedarse los fines de semana leyendo. Aunque tras pensarlo mejor deducí que tal vez había decidido despejarse un rato. En las últimas semanas la universidad la absorbía por completo. Ella era una estudiante ejemplar, tenía unas notas destacables y todos sus maestros le auguraban un gran futuro, estaba segura lo alcanzaría. La admiraba, no solo porque era inteligente, sino también disciplinada, no por nada sacó un alto puntaje en su ingreso en la universidad. Yo en cambio, presenté dos veces y jamás pude hacerme un lugar.
De todos modos, me prohibí pensar en mis fracasos esa noche para no entristecerme. Sonreí recorriendo las calles sintiéndome un poco más libre. Desde el asalto se me complicaba andar por las noches, por suerte aún era temprano y había mucha gente en los alrededores. Me llené de calma cuando desde lejos deslumbré el punto exacto de reunión. Había un grupo de personas en el exterior esperando por alguien. Entre ellos encontré a Andy.
Reconociéndolo en un vistazo alcé mi mano y la agité haciéndome notar. El sitio donde escapaba música latina tenía una vibra contagiosa que me era fácil absorber. Andy me regaló una de esas sonrisas que parecía tener destinadas solo para mí, de las que no piden permiso y por eso resultan tan auténticas.
—¡Ya estoy aquí! —anuncié lo evidente, respirando hondo porque la carrera del último trecho en tacones estaba a punto de convertirme en deportista—. Pero mira que tenemos aquí, vinimos en modo galán —lo halagué juguetona.
Andy, fiel a su estilo, no cambió demasiado, pero acostumbrada a verlo con camisetas y delantal, reconozco que esa noche tenía un aire un poco más intelectual. No egocéntrico, su sonrisa era demasiado cálida dejando a la luz su sencillez. La prueba estuvo en que incluso luciendo tan bien le restó importancia.
—Tú...Tú te ves preciosa, Dulce —comentó con una enorme sonrisa que lo hizo lucir mucho más adorable.
—¿En serio? ¿Crees que le guste? —le pregunté en confianza. Él no se burló de mi absurda preocupación, en cambio me regaló una débil sonrisa.
—Du-dudo que a alguien no.
—Te aseguro que cuando me rompa la cara con estos—argumenté mostrándole mis zapatos altos—, desapareceré de la lista de varios—. Pero no importa, hay que intentarlo, ¿no? —lancé de buen humor antes de señalarle con la cabeza la puerta. Estaba impaciente por descubrí el interior.
Y no me decepcionó. No era del todo un restaurante, o al menos no a primera vista. Haciendo honor a su nombre había espacio con césped verde, algunas flores y árboles decorados con luces. En el centro había una pista amplia y al fondo una barra. Las mesas rodeaban el corazón del local, y eran las únicas cubiertas porque el resto tenía como techo el cielo. Suspiré admirando no había una sola nube. La oscuridad, contrastando con los faroles, le daban un aspecto mágico.
—Esto es hermoso —murmuré emocionada, girando sobre mis talones para admirar cada detalle. Llevé mis manos al pecho sintiendo mi corazón acelerarse.
Y en medio de mi análisis encontré a Andy contemplándome con una expresión distinta. Había una sonrisa en sus labios, similar a la que había visto cientos de veces, pero había algo en su mirada que me fue imposible descifrar.
—¿Qué? —pregunté cuando no apartó la mirada—. Oh, ya, estoy siendo demasiado demostrativa —me disculpé al notar estaba llamando la atención.
—No, no, no —me corrigió deprisa, sonriendo aún—. En realidad, es-es una tontería... —aseguró, pasando sus dedos por su cabello, cohibido.
—Como reina de las tonterías exijo saberla. Vamos, Andy, no puedes dejarme picada, sabes que soy chismosa —le recordé sin poder aguantar mi curiosidad. Él río, dándome la razón.
—Es que... —titubeó tímido, pero lo soltó sonriendo para él solo—. No sé, es-es raro, cuando estoy con-contigo siento que el mundo parece más sencillo.
Mi corazón se enterneció ante sus palabras. Ese era el halago más bonito que había recibido en toda mi vida. Una sonrisa apareció de a poco antes de tomarlo de las manos para halarlo.
—Entonces descubramos que otras cosas mágicas hay por aquí —le animé emocionada.
Andy no opuso resistencia, se dejó arrastrar entre la gente, guiado por un torbellino que llevaba mi nombre, escuchando cada tontería que aparecía en mi cabeza y riendo por la mayoría. Hablé sin parar de cada cosa que aparecía en mi camino, pero mi fugaz recorrido frenó de golpe al encontrar al último rostro que creí hallaría en medio de la multitud. Me di tiempo de estudiarla. Reconocería esa melena rubia hasta en otra vida.
—¿Jade? —murmuré extrañada contemplándola sola, sentada en un banco. Primero pensé que era cosa mía, pero pronto distinguí sus ojos celestes—. ¡Sí, es Jade! —celebré emocionada antes de correr hacia ella.
No hubo necesidad de llamarla, ella misma se percató de mi presencia y correspondió al fuerte abrazo que le di pese a que la tomó por sorpresa. Era mucho más alta que yo, pero mi energía fue capaz de sacudirla un poco haciéndola reír.
—No sabía que estarías aquí —comenté apenas me aparté un poco para verla. Era una buena noticia, mejor de lo planeado.
—Salí a distraerme un poco —me explicó un poco aletargada.
—Te lo mereces. Te hará bien —apoyé. Necesitaba un descanso. Pronto caí en cuenta de una mirada—. Por cierto, quería presentarte a alguien. Andy —lo señalé cuando me alcanzó. Sonreí con una nueva idea andando en mi cabeza apenas vi a uno frente a otro—. Ella es Jade, mi prima.
—Un placer, Andy —dijo ella ofreciéndole su mano, junto a una de sus brillantes sonrisas.
Mirándolos a los dos no pude evitar imaginar que serían una gran pareja. Es decir, Andy era la clase de chico que mi prima merecía. Ambos eran tiernos, de buen corazón, algo tímidos, pero adorables. Mi prima jamás había tenido novio porque estaba esperando a su príncipe azul. Andy calzaba a la perfección. Y por si fuera poco, Jade lucía como una princesa con ese vestido rojo que hacía contraste con su piel pálida y cabello platinado. Alta, de figura delicada y gestos elegantes eran la perfecta combinación. Además, no podía arrancarme de la cabeza que a él le gustaba, después de todo, él mismo admitió la veía en el local y se puso muy extraño cuando mencioné la posibilidad. ¿Se imaginan que Andy y yo termináramos siendo familia?
—I-Igualmente.
—Dulce nos dijo que la cuidaste mucho durante el asalto, estamos todos muy agradecidos contigo —mencionó amable.
Andy se sonrojó de pies a cabeza, culpé a la sonrisa que mi prima le dedicó.
—No-no, no hice nada en realidad.
—Es modesto, una de sus virtudes —destaqué guiñándole un ojo a mi prima. Ella río ante el gesto, y el sonido supongo que ocasionó el corazón de Andy estuviera a punto de explotar porque siguió luciendo algo cohibido. No se atrevió a hablar, llevó su mirada al suelo y entre los tres se hizo un horrible silencio—. Pues... —retomé al ver que ninguno reanudaba la conversación—. ¿Estás esperando a alguien? —curioseó. Si la respuesta era no pensé dejarlo solos para que se conocieran un poco, tal vez mi presencia era el mal tercio.
—Sí —me sorprendió, sobre todo cuando su sonrisa se ensanchó mirando algo a mi espalda—. A él.
No hubo necesidad ni de girarme, cuando caí en cuenta un muchacho se había unido al grupo. Mis dudas se disiparon y otras se acumularon cuando sin aviso le plantó un beso en los labios. Incómoda por la demostración de afecto y a sabiendas también la presenció Andy eché la mirada a un lado. Él también clavó sus ojos en el suelo y casi pude escuchar su corazón romperse. Me sentí terrible. Esto es a lo que yo llamo una corta historia de amor. Duró dos minutos y medio.
—Llegaste —mencionó ilusionada mi prima. Nunca la había visto sonreír así. Estudié a su pareja, un moreno de cabello oscuro y ojos del mismo tono, delgado e incluso más alto que ella—. Es una buena ocasión para presentarlos. Él es Silverio, mi novio —añadió. ¿Novio? Confieso que me desconcertó un poco no haber oído nunca su nombre antes cuando se suponía nos contábamos todo. De igual manera, atontada armé una sonrisa para no ser descortés—. Ellos son Andy y Dulce.
—Así que eres la famosa Dulce —reparó en mí con más atención de la que me gustaría. Él sí sabía de mí—. Jade habla mucho de ti.
—¿Cosas buenas? —pregunté divertida.
—Pues, te diré —respondió echándose a reír.
Okey... Adoraba que la gente riera sin disimulo, pero confieso que con él no aplicó. Forcé una sonrisa ante el mal chiste.
—Está bromeando —lo justificó dándole un codazo que él respondió pasando su brazo por sus hombros con una naturalidad que me costó asimilar. Siempre imaginé al novio de mi prima diferente...
—¿Se conocieron en la universidad? —curioseé intentando llevar la conversación.
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Un dulce y encantador dilema
Teen FictionDulce ama a Chayanne. Después de sus intentos fallidos por convertirse en su esposa, su asistente y la cuidadora de su perro, decide ponerse una meta más realista: asistir a uno de sus conciertos. Con el tiempo en contra y determinada a cumplir su s...