Capítulo 11: Chismosa, pero honesta

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Aprovechando que ambos estaríamos libres los domingos decidimos que sería el día perfecto para saldar nuestro trato

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Aprovechando que ambos estaríamos libres los domingos decidimos que sería el día perfecto para saldar nuestro trato. No había logrado sacarle una sola pista a Andy, así que único que superó mis deseos de quedarme envuelta en mis sábanas aquella fría mañana fue la curiosidad.

—Odio el frío —me quejé arrugando la nariz, intentando ver si estaba roja porque sentía se había convertido en un trozo de hielo.

Andy rio ante mi protesta. Claro, como él sí había cargado con una chamarra. Una que rechace cuando me la ofreció.

—Prometo que-que no tardaré —aseguró. Quise decirle que no se preocupara, que se tomara su tiempo, pero él soltó algo que considero más importante. Acertó—. Y después... Si quieres, podemos buscar algún lugar para comer cerca de aquí. Yo invito —pronunció las palabras mágicas.

—¿Comida gratis? Sí, siempre sí —respondí en automático haciéndolo reír—. Yo también te invitaré algo, pero no un café —especifiqué—. No te ofendas, ya sabes que no soy muy fan, los tuyos son mi excepción, mis favoritos en todos el mundo. —No mentía, Andy había logrado que me volviera fiel a sus obras de arte—. Además, por el bien de los dos lo mejor será que no tenga cafeína en las venas.

—Bien, nada de cafeína —me apoyó—, pero qué te parece si vamos a un local aquí cerca donde venden chocolate y churros.

—Wow, tú sí sabes motivar a alguien, Andy —celebré su atinado acierto, encantada. Mis tripas apoyaron la moción. Estaba tan contenta por la idea que ni siquiera me di cuenta habíamos llegado, de no ser porque Andy desaceleró sus pasos hubiera seguido de largo—. ¿Es aquí? —dudé, dándole un vistazo al edificio cuando él se detuvo por completo.

—Sí. ¿Te molestaría esperarme un minuto? —me preguntó liberando sus manos en los bolsillos.

Asentí distraída leyendo los carteles pegados en las puertas de cristal. Había muchos eventos el fin de semana, pero ninguno que concordara con la hora en la que estábamos presentes. ¿Qué vendría a buscar?

—Yo esperaré paciente —le aseguré—, pero no sé si mi estómago tenga la misma convicción —bromeé—, así que si me encuentras con un elote en la mano cuando vuelvas no me culpes —advertí.

Andy negó con una discreta sonrisa antes de entrar.

Recargué mi espalda en una pared mientras le daba una ojeada a las construcciones vecinas. No estábamos lejos de la cafetería, el local se encontraba a unas calles de la zona universitaria. Gran parte de la clientela de Dulce Encanto eran estudiantes. Había muchas escuelas en ese sector, privadas y públicas, así que revisando los nombres que alcanzaba a leer me pregunté qué tan lejos estudiaría mi prima. Últimamente apenas la veía, estaba demasiado ocupada con sus estudios y su novio.

—Ya estoy aquí —me sorprendió Andy regresando más rápido de lo esperado. Pegué un respingo que le robó una sonrisa—. Podemos ir a comer si tú quieres —propuso entusiasmado.

Un dulce y encantador dilemaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora