—Creo que con esto bastará.
Repasé los materiales sobre la barra: vendas, curitas, algodón...Torcí los labios con la sospecha de que algo faltaba, lo confirmé cuando Andy me pasó la botella de alcohol que guardábamos en el botiquín. Típico de mí olvidar lo más importante.
—Esto me pasa por no tomar cursos de primeros auxilios —me regañé. Él disimuló una sonrisa mientras me ayudaba a colocar todo de vuelta para la próxima emergencia, que teniéndome a mí en sus filas podría ser en cualquier momento—, aunque si lo pienso a fondo mis compañeros lo necesitarían más. ¿Te imaginas? Hasta yo podría ser su prueba final —consideré. Después de todo, quien estuviera junto a mí corría peligro.
Cuando esa noche llegué a Dulce Encanto con Nael recargado en mi brazo, y el rostro bañado en sangre, nadie podía creerlo. Fue una suerte que el local aún estuviera abierto, porque no creí pudiéramos llegar más lejos. Le propuse llevarlo a un hospital, pero él me aseguró que estaba bien, aunque su gesto al dar un paso alegara lo contrario. Al final, llegamos en su motocicleta, no solo porque al ser tan importante para él no pensaba dejarla tirada, sino que nos ahorró bastante camino. En un par de minutos ya estábamos dentro. Digamos que una agonía fuerte, pero rápida.
Rodeé la barra para regresar junto a él, situado en una de las sillas altas del negocio, intentó sonreí, pero le costó por la herida en la comisura de sus labios. Le di una sonrisa, dictándole sin palabras que no se esforzara. Yo me encargo, pensé mientras con una delicadeza digna de una duquesa abrí el frasco atascado. Fue una suerte no lo salpicara.
—Esto te va a doler —le advertí tras bañar el algodón en alcohol. Comprobó que no mentía apenas lo rocé. Nael suprimió una mueca por consideración a mí, porque siendo honesta no tenía futuro como doctora.
Revisando de cerca cada una de las heridas, sentí que mi corazón se oprimió en el pecho, impotente se hizo un ovillo y se escondió al fondo para no contemplar lo que había ocasionado. Porque en el fondo, aunque él no mostrara pizca de reproche, se había metido en esa pelea para defenderme.
No entendí entonces por qué brillaba tanta gentileza en su mirada mientras continúe limpiando las heridas, de los labios hasta la frente, cuidando no herirlo más, hasta que reparé que sus ojos estaban clavados en mí estudiando cada uno de sus movimientos con un interés peculiar. Estaba segura que esa mirada hace unas semanas me hubiera hecho delirar, explotar de felicidad, porque muchas novelas de amor empiezan con una escena similar, pero en ese momento me sentí fuera de lugar, como si no fuera mi historia. Y no fui la única que lo noté. Una voz me hizo pegar un respingo, regresándome al presente.
—Bueno... —Carraspeó incómodo Andy, sin mirarnos. Pasó sus dedos por su cabello—, será mejor que siga limpiando las últimas mesas —improvisó tomando un trapo y marchándose tan rápido que no tuve ni tiempo de reaccionar.
Abrí la boca, volví a cerrarla, sin saber qué demonios decir, cuando mi cerebro comenzó a trabajar él ya no podía escucharme. Tuve el impulso de seguirlo, explicarle, no quería que pensara que entre nosotros había algo. Aunque después medité que tomarme esa atribución lo confundiría más. O tal vez no, tal vez fue que cuando quise dar un paso una voz me detuvo.
ESTÁS LEYENDO
Un dulce y encantador dilema
Dla nastolatkówDulce ama a Chayanne. Después de sus intentos fallidos por convertirse en su esposa, su asistente y la cuidadora de su perro, decide ponerse una meta más realista: asistir a uno de sus conciertos. Con el tiempo en contra y determinada a cumplir su s...