Tomar malas decisiones es mi pasión.
No fue hasta que el taxista me preguntó a dónde iríamos, cansado de dar vueltas por ahí, y un trueno retumbó como si faltará ambientación a mi pesadilla, que descubrí salir de casa de Jade había sido una de las decisiones más estúpidas de mi vida.
Es decir, era natural quisiera irme, pero debí seguir el plan original, tomar mi dinero para pagar un cuarto de hotel. Ahora estaba bajo una tormenta, con mi corazón hecho pedazos, los lazos con mi familia rotos y un billete en el bolsillo de mi mochila. Y para acabarla, tenía poco tiempo para pensar porque el taxímetro no se detenía.
Eché la cabeza atrás, soltando un suspiro desesperado. Viéndome contra las cuerdas repasé mis opciones. Había dos sitios a los que podía acudir, tan opuestos entre sí que fue fácil decidir. Aunque el primero era el correcto tenía demasiado miedo de volver ahí, aún no estaba lista. Esa noche necesitaba más que un techo, y sabía exactamente dónde lo encontraría. Solo había un lugar en el mundo en el que deseé refugiarme en la tempestad.
Tal vez fue por eso que, tras pagarle al taxista que me ayudó a bajar la maleta que aguardaba empapada a mi costada, cerré los ojos rezando antes de animarme a tocar. Un par de golpes débiles que terminaron cuando alguien escuchó mi llamado. Díganme tonta, pero sentí que el caos se disolvió de golpe cuando choqué con su mirada.
Busqué las palabras correctas para aclarar su rostro desencajado que reflejaba no entendía qué hacía a esa hora ahí. Y juro que quería explicárselo, pero antes de que me echara, antes de que se negara, necesitaba algo para no desmoronarme, algo que sabía solo podía hallar en él.
Así que sin importarme arruinaría su pijama, me lancé a sus brazos en búsqueda de un abrazo que reviviera mi agonizante mi corazón. Lo estreché con todas mis fuerzas, empapada de pies a cabeza, como si pudiera grabarme la protección que me daba su compañía. Él tardó un poco en reaccionar, mantuvo sus brazos en alto hasta que pasada la sorpresa envolvió mi cuerpo con su cálido cariño. Todo iría bien, una mentira que se sentía tan cierta a su lado. Fue sentir la caricia en mi cabello, suave y reconfortarte lo que me impidió mantener todo dentro de mí, el dolor sacudió mi pecho a la par un sollozo escapó de mis labios. No quería llorar, pero terminé haciéndolo cuando sentí su corazón cobijarme.
—Ya, yo estoy aquí —me consoló Andy en un susurro que se hizo oír sobre el aguacero que caía sobre los dos. Yo seguí llorando como una niña—. Todo estará bien, te lo prometo.
Dejó de importarme el impredecible futuro, cerré los ojos grabándome la ansiada calma que me regalaba el aroma de su piel, la delicadeza de su abrazo, el tacto de sus manos.
—Deberías entrar o vas a resfriarte —me aconsejó con dulzura, apartándose un poco para mirarme a la cara donde se deslizaba la fuerte lluvia. No me importó hasta que reparé estaba empapado de piel a cabeza y una punzada de culpa me invadió. Asentí con torpeza porque de todos modos no podría explicárselo en la calle. Andy reparó en la maleta a mis pies, abrí la boca para disculparme por molestarlo, pero él no me dejó ni hablar, sin hacer preguntas, me ayudó a llevarla a adentro.
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Un dulce y encantador dilema
Genç KurguDulce ama a Chayanne. Después de sus intentos fallidos por convertirse en su esposa, su asistente y la cuidadora de su perro, decide ponerse una meta más realista: asistir a uno de sus conciertos. Con el tiempo en contra y determinada a cumplir su s...