Capítulo Uno.

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El pequeño Takemichi no entendía por qué su padre caminaba de un lado a otro en su diminuto departamento, jalando sus cabellos y rascando sus brazos. De repente, el hombre volteó a verlo, confundiendo a Takemichi al ver a su padre sonreír de manera espeluznante.

"Papi, ¿estás bien?" - Takemichi supuso que su padre estaba así porque no había inhalado aquel polvo blanco que siempre lo hacía tan feliz.

"Takemichi, papá quiere que le hagas un favor" - el hombre cargó a su hijo y lo llevó fuera del lugar - "Iremos a un lugar, y tú te quedarás muy quieto y callado mientras yo hablo. Yo te dejaré allí y después volveré por ti, ¿está bien?".

"¡Sí!" - Takemichi estaba emocionado. Su papá nunca lo trataba tan bien y mucho menos le pedía favores. El pequeño pelinegro movía sus pies mientras su padre caminaba con él en sus brazos.

Su padre estuvo caminando por mucho tiempo. Takemichi jamás había visto un lugar así. Era tan oscuro y las casas se veían en mal estado, como en esas películas que había visto con su madre antes de que esta se fuera de casa, donde pasaban cosas feas dentro de ellas. Pero su madre le enseñó que no debía juzgar a las personas por el lugar donde vivían. Así que continuó mirando todo con una gran sonrisa y ojitos brillantes, hasta que su padre se detuvo en un lugar enorme con una puerta enorme. Takemichi veía algo impresionado; el lugar era mucho más grande por dentro. Takemichi se asustó al ver a las personas que había dentro. Todas esas personas lucían como criminales, y las miradas de todos estaban en su padre. Sus miradas eran aterradoras. Takemichi juraba que vio a alguien lleno de sangre golpeando a un tipo atado a una silla. Eso lo asustó mucho. Su papá continuaba avanzando hasta llegar a una escalera. Su padre lo miró y empezó a subir las escaleras.

"Quédate en silencio" - le susurró. Takemichi asintió, empezando a jugar con las mangas de su abrigo de pollito.

"Ara, ara," - Takemichi vio a un pelinegro - "¿Al fin va a pagarnos, señor Hanagaki?".

Takemichi sentía a su padre temblar.

"S-sí, yo tengo que ir a un lugar por el dinero."

"¿Vienes sin mi dinero y con un mocoso?" - Takemichi vio a un hombre muy musculoso con el ceño fruncido, sentado en el sofá, con las piernas abiertas y sus brazos estirados en el respaldo del sofá.

"Es mi hijo, yo tengo que ir a casa de su madre a buscar el dinero."

"¿Crees que te dejaremos salir de esta bodega una vez más?" - un chico con pelo rubio y una quemadura en su ojo habló, viendo a Takemichi, quien le dedicó una sonrisa.

"Puedo dejar a mi hijo. Iré por el dinero" - el señor Hanagaki estaba asustado, empezando a sudar y su voz salía entrecortada - "Él es lo más importante en mi vida. Volveré por él."

Takemichi vio a su padre con ojos brillantes. Él nunca se había expresado así. Takemichi no podía creer que fuera tan importante para su padre. Estaba tan feliz. No le importaba quedarse allí. Estaba seguro de que su padre volvería por él.

"¿Jefe, qué opina?" - volvió a hablar el chico de la marca en el ojo.

"Bien, tienes hasta las cinco para volver, o tiro al mocoso a la basura" - el hombre alto miró al pequeño niño que lo miraba más asustado y sonrió - "y no lo voy a tirar precisamente vivo."

"S-sí, Takemichi, pórtate bien. Volveré por ti pronto" - el hombre bajó al pequeño y lo dejó en el suelo. Takemichi asintió.

Su padre salió corriendo de aquel lugar. Takemichi estaba seguro de que era para buscar el dinero.

"Mocoso, ven" - el chico de pelo largo le habló - "no te voy a hacer nada."

"Koko, ya déjalo" - Takemichi se acercó al pelinegro, sorprendiendo a todos, incluido al pelinegro, que solo lo había llamado para molestarlo.

"Hola..." - Takemichi estaba asustado, pero su mamá siempre le dijo que tenía que saludar.

"Qué mocoso más tierno" - Koko se rió y cargó al pequeño niño, sentándolo al lado del hombre musculoso.

"¿Cuál es tu nombre y edad, mocoso?" - Takemichi se asustó un poco al escuchar la voz profunda del hombre más alto a su lado.

"Hanagaki Takemichi" - el pequeño se puso de rodillas para quedar más cerca de aquel hombre - "Tengo cinco años" - dice mientras levanta cuatro dedos de su mano.

"Levantaste cuatro."

Takemichi lo vio completamente confundido.

"Esto es cinco" - le mostró todos los dedos de su mano - "tú solo levantaste cuatro. ¿Qué edad tienes realmente?"

"Tengo cinco. Mamá celebró mi cumpleaños antes de irse de casa" - aquel hombre se le quedó viendo algo intrigado - "Señor, ¿cuál es su nombre?"

"Shiba Taiju, y no más preguntas, mocoso. Si tu padre no vuelve, tendremos que deshacernos de ti, así que por tu bien, espero que venga."

Takemichi se asustó y volvió a acomodarse en aquel sofá, se quedó en total silencio poniendo sus manos dentro de sus bolsillos, jalando un poco su abrigo con estas.

"Él vendrá, yo lo sé..." - Takemichi susurró, quería convencerse a sí mismo de que su papá volvería y lo llevaría a comer un helado mientras lo felicitaba por ser tan buen niño.

Las horas pasaban, y el señor Hanagaki no volvía. Estaban por ser las cinco, y no había ni rastro del señor. Takemichi había empezado a llorar. Estaba decepcionado. Su padre dijo que volvería, ¿por qué aún no llegaba? ¿Le mintió? Tal vez solo se retrasó, sí.

Esos eran los pensamientos del pequeño Takemichi. Su padre no podía haberle mentido.

Al dar las cinco, los sollozos de Takemichi se hicieron más fuertes, llamando la atención de los tres mayores.

"No deberías llorar. Era obvio que no volvería. Se ve que no te quiere ni un poco".

Takemichi apretó sus pequeños puñitos, y su cara se puso roja de rabia.

"¡Él vendrá! ¡Dijo que volvería!" - Takemichi se bajó de aquel sofá y vio a los tres mayores - "Dijo que yo era lo más importante en su vida. ¡No puede ser mentira! ¡Usted no entiende nada! Él jamás dijo algo así. ¡Debe volver!".

Takemichi empezó a llorar más fuerte y salió corriendo hacia aquellas escaleras, bajándolas y saliendo de ese lugar. Corrió con todas sus fuerzas y se escondió detrás de un árbol que estaba al lado de aquella bodega. Él esperaría a su papá y volvería a casa con él. Él sabía que su padre lo quería. No podía abandonarlo allí; era su hijo. Eso no podía ser cierto.

Takemichi vio a varias personas salir de aquel lugar en el que se encontraba. Vio al hombre alto salir de allí con los otros dos chicos a su lado. Se veía demasiado enojado. Takemichi solo abrazó sus piernas y empezó a llorar.

Takemichi empezaba a quedarse dormido. Lo último que recuerda es ver cómo el sol empezaba a ocultarse. ¿Su padre ya habrá vuelto? Fue lo que se preguntó antes de cerrar sus ojos.

"¿Dónde diablos se metió ese maldito mocoso?" - Taiju caminaba alrededor de la bodega. Nadie lo había encontrado, y llevaban buscándolo por más de tres horas. "Cuando lo encuentre, lo voy a convertir en comida para perros".

Taiju continuó caminando hasta que vio algo moverse cerca de aquel árbol. Al acercarse, vio al mocoso que tenía a todo Black Dragons buscándolo por todo el maldito barrio, allí acurrucado temblando de frío. Sin ningún tipo de cuidado, tomó uno de los brazos del niño y lo jaló con mucha fuerza. El pequeño abrió los ojos un momento y los volvía a cerrar por largos segundos.

"¿Él volvió, verdad?" - El pequeño volvió a cerrar sus ojos y ya no volvió a abrirlos.

Taiju, algo asustado, tocó la frente del niño, dándose cuenta de que el menor ardía en fiebre.

"Carajo..." - Sacó su celular y llamó a uno de sus subordinados más fieles. "Inui, encontré al niño. Voy a llevarlo a mi casa. Llama a un medio. Nos vemos allí".

Colgó, se quitó su chaqueta envolviendo al pequeño en ella, lo cargó y corrió hacia su moto. Lo que menos quería era que el mocoso de ojos bonitos se muriera allí.

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