II Néctar de Hidromiel

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El sabor fresco y efervescente del hidromiel acariciaba la lengua de Sanfina, que daba grandes tragos empinándose la taza de barro. Insatisfecha con la última gota, procedió a relamerse la espuma de los labios. Se limpió con la capucha y exhaló un suspiro de satisfacción. Estaba de vuelta en casa... bueno, en la taberna, pero en casa. Se sentía cómoda otra vez, segura dentro de aquel montoncito de cabañas envueltas por una empalizada al que los mapas llamaban Szeygird. Sin nadie que intentara dañarla en cada esquina. Sin tener que preocuparse por dónde iba a dormir esa noche.

El cansancio del viaje, el ruido de cantina en noche de paga, la luz titilante de las velas y el efecto entumecedor del alcohol la sumergieron en un topor que la arrojó a un sitio que le atemorizaba: adentro de su mente. No quería pensar. Pensar la ponía triste, enojada. Miró a un par de prostitutas que esperaban trabajo al final de la barra. Una de ellas fue de su agrado. No siempre aceptaban satisfacerla por más que les ofreciera dinero extra. A algunas simplemente les repugnaban las carnes de otra mujer, aunque se podían meter con cualquier ebrio mugroso y maloliente. La chica que le gustó era joven, con rostro de cordero y mirada traviesa. Aquella cara era inconfundible. 

Sacó una pequeña bolsa de cuero y la sopesó. Esperaba que con esas monedas fuera suficiente.

La prostituta hizo una mueca de repulsión cuando una mujer encapuchada, con una cicatriz en el rostro y oliendo a hidromiel le pidió un tiempo con ella en el segundo piso, dinero en mano. 

Sanfina tuvo que pagarle más del doble a la prostituta para que aceptara llevársela al cuarto de arriba. Por suerte no la había reconocido, de ser así tal vez no hubiera aceptado.

—Têrin, quítate la ropa —ordenó en cuanto cerró la puerta del cuartucho.

La prostituta se sorprendió de que supiera su nombre. Examinó a la clienta con atención y la reconoció sorprendida. 

—F... ¿Fina?  ¿Cuánto tiempo ha pasado?

Sanfina sonrió con frialdad, como si la boca fuese una grieta que se abre en el hielo.

Têrin era la niña más bella de Szeygird. Siempre había tratado mal a Sanfina, alienándola de las demás chicas y criticándola a espaldas de ella por ser torpe y poco femenina. Ahora que habían crecido, no era más que una inmunda puta de pueblo.

La prostituta soltó una risita nerviosa. 

—Esto es una broma, ¿no?

—Quítate la ropa —repitió Sanfina de forma tajante.

Têrin, todavía incrédula, obedeció. Su cuerpo era curvilíneo, sobre todo en las caderas. El vestido se deslizaba con facilidad sobre la piel tersa y sonrosada. Los senos de la mujer invitaban a estrujarlos. El pubis abultado y de vellos espesos irradiaba femineidad.

 Sanfina la tomó de la cara apachurrando con fuerza las mejillas. Respiró el aroma fresco de su piel y le lamió el cuello con lujuria maliciosa hasta llegar a la boca. Luego penetró sus labios con la lengua y la movió dentro como si fuera un tentáculo. La prostituta dio una arcada e intentó alejarla con la mano, pero eso sólo provocó que Sanfina la empujara sobre el colchón de paja y se montara sobre ella, infundida de lujuria. 

—Siempre quise hacerte esto —le susurró al oído con perversidad.

Sanfina se quitó el pantalón a toda prisa. Colocó la cabeza de Têrin entre sus piernas y apretó su vulva babeante contra la cara, embarrándola de líquido vaginal. Luego comenzó a mover las caderas con ímpetu animalesco. Se tallaba el clítoris con los dedos mientras sostenía a la prostituta del cabello y copulaba con su rostro. Retorcía la boca en muecas de placer vengativo, murmuraba su nombre y la insultaba entre gemidos. El morbo de fornicar con ella le provocaba estremecimientos en todo el cuerpo. Le había pagado, le pertenecía hasta que terminara la hora. No tenía por qué fingir, no pensaba volver a Szeygird. La daba igual si se lo contaba a todo mundo, si es que se atrevía a contarlo. Têrin tragaba vellos púbicos y se atragantaba con los labios vaginales cada vez que abría la boca para respirar. Sanfina sólo se detuvo cuando el monstruoso lívido que sentía quedó satisfecho en un estallido de espasmos ventrales y gritos orgásmicos. Se quedó quieta disfrutando de los últimos temblores, concentrándose en sentir la cara de su abusadora de la infancia en los genitales.

Entonces se le ocurrió una idea todavía más malévola. Se dio la vuelta mirando hacia el otro lado, de forma que la nariz y labios de Têrin quedaron entre sus nalgas sudorosas.

—Muchas gracias por tus servicios —le dijo con tono burlesco. Tensó el abdomen y pujó con todas sus fuerzas. 

Un sonoro pedo tronó en la boca de la prostituta que tosió y se convulsionó bajo las posaderas de Sanfina, tratando inútilmente de quitársela de encima. Sólo fue liberada cuando el olor se dispersó. En cuanto pudo respirar aire fresco rompió en llanto. El rostro lo tenía empapado de sudor y moco vaginal, los ojos llenos de lágrimas miraban a Sanfina con la indefensión de un perro de casa abandonado a su suerte.

"¿Por qué me haces daño?" le decía con la mirada.

"Tú sabes bien por qué" le contestaron los ojos de Sanfina.

—¿Qué te he hecho? —la voz de Têrin no eran más que gemidos y sollozos.

Sanfina no se dignó a responder. Terminó de vestirse en silencio y abandonó la habitación dejando atrás la bolsa de monedas.

Bajó del segundo piso y salió de la taberna en el tiempo que tardó en abrocharse el cinturón. Estaba empapada de saliva, sudor y jugos vaginales. El olor salado del sexo la envolvía. Afuera la noche era gélida. El pueblo estaba en silencio. Sacó del bolsillo un pequeño pergamino y lo observó pensativa por un momento antes de volverlo a guardar. Era una carta de sus tíos, le pedían volver a Szeygird para acompañar a su prima Namia hasta el puerto de Dâeyvar, le financiarían el viaje y estarían felices de acomodarla en la casa. La travesía por los campos infestados de los Otros hasta una ciudad tan lejana requería los servicios de una viajera y Sanfina era la mejor. 

Viajera: Una Daga en la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora