Êldogar resbaló controladamente por la ladera del río en busca de sus compañeras de viaje, una nube de polvo se levantó tras él.
—¿Están bien? Ya se ausentaron demasiado. ¿Dónde están? —gritó hacia el arbustal de la ribera. Un brazo le colgaba en una posición anómala. Llevaba la mano pegada al pecho, cubierta con vendajes.
Las primas salieron de entre unos matorrales a su derecha, con leña y yesca para la fogata. Êldogar sonrió aliviado.
—Estaba pensando que deberíamos mostrarle a Namia el Río Negro.
—¿Qué pasa con el Río Negro? —preguntó Namia, de sus ojos se veía un rastro de lágrimas secas.
—Está imbuido de deomancia, como el humo de los tractomotores. ¿Lo quieres ver?
—Vamos a verlo —irrumpió Sanfina. Era mejor robarle la iniciativa que tratar de contradecirlo—. Êldogar, ¿qué tal si me acompañas a subir la leña y luego vamos los tres al río? Tú espéranos aquí Nami.
Sanfina tomó la leña de Namia y subió junto con Êldogar de vuelta al campamento en la pradera. Namia se acurrucó bajo la sombra de unos matorrales para esperar. Se veía que necesitaba un poco de tiempo sola, el revolcón que Sanfina le acababa de dar le había afectado de alguna manera.
Mientras ascendía por la ladera, Sanfina fraguaba un plan. Tenía la sospecha de que Namia le había ocultado a Êldogar el motivo del viaje con la esperanza de poder tener algo con él. Eso le daba a Sanfina el control de la narrativa.
—No vayas a decir nada —dijo en voz baja cuando llegaron al campamento. Su prima no podía escucharlos ya que estaba abajo en la ribera del río, pero susurrar le daba más efecto dramático a la situación—. Namia soltó a llorar cuando estábamos buscando leña.
—Sí, lo noté —dijo Êrdogar—. Vi su cara cuando salieron del arbustal, pero no quise preguntar.
—No te voy a mentir, lloramos juntas —Sanfina se hincó y depositó la madera en el suelo—. ¿Sabes por qué estamos haciendo este viaje?
—No lo sé, colega —dijo Êldogar en tono profesional mientras se agachaba junto a ella para ayudarle a armar la fogata con la mano sana—. No le he preguntado nada a Namia. No he tenido curiosidad de conocer el motivo de su viaje. Es tu encargo. Es tu paga. Son tus asuntos —agregó en tono respetuoso.
Sanfina retiró con amabilidad la mano de Êldogar.
—No te preocupes. Yo me encargo de la fogata. Tú descansa. —Sonrió. Luego comenzó acomodar los troncos más gruesos dentro del hueco que había cavado su prima. —Bien, te diré qué pasó, que a fin de cuenta no es un secreto.
—Agradezco la confianza —Êldogar se sentó con dificultad en el suelo.
—Namia se va a casar —dijo ella sin quitar la vista de lo que hacía pero mirando a Êldogar de reojo—. Está muy emocionada, es un hidalgo adinerado e influyente de Dâeyvar. Trabaja para el Cónclave de la ciudad, es recaudador.
Êrdogar miró al horizonte, afligido. Pudo notar cómo apretaba el puño sano.
—Lo ama mucho —dijo Sanfina—. Teme que no logremos llegar a tiempo a su boda. Está muy preocupada. Lloró. Yo le prometí que haría todo lo posible por entregarla. Lloramos juntas.
Él bajó la mirada, derrotado.
Una sonrisa furtiva se dibujó en la cara de Sanfina. Siguió armando la fogata en silencio. En ese momento lo decidió: sería ella quien se quedara con Namia. No un rico potentado ni un guapo viajero. Ella. Ella. Ella.
ESTÁS LEYENDO
Viajera: Una Daga en la Noche
FantasyUn amorío entre primas regido por el abuso y el desenfreno. Un pasado que esconde secretos terribles enterrados por los siglos. Un viaje por un mundo agonizante. Una daga en la noche que marcará el destino. Sanfina debe acompañar a su prima hasta l...