XVI La Horda Viene

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Uno de los tripulantes, Êldogar, dio un paso al frente y las llevó hasta un compartimiento especial dentro del torreón de guardia, era un arsenal de armas: estanterías con lanzas cortas y ballestas así como cascos redondos con nasales, cotas de malla que no impedían la movilidad y escudos rectangulares para bloquear los estrechos pasillos y corredores del tractomotor. Se equiparon con cascos, tomaron las lanzas y se dirigieron hacia uno de los balcones de la torre, Êldogar las siguió para no luchar solo. Otros hombres armados corrían de arriba a abajo tomando posiciones defensivas en las aspilleras y las almenas. Los tractomotores eran pequeños castillos móviles de madera con todo lo necesario para soportar un asalto. 

Siguieron unos tensos momentos de calma y silencio. Sólo se escuchaba la lluvia golpeteando los cascos.  Entonces, uno de los guardias disparó un dardo que se perdió zumbando en las tinieblas y se oyó un quejido animalesco desde la oscuridad; luego otro guardia disparó, a los pocos segundos todos estaban disparando hacia la noche y recargando frenéticamente. En el cielo, los nubarrones oscurecían la luz de la luna impidiéndoles ver a los Otros desde el balcón hasta que, de un lado del tractomotor, divisaron por fin las siluetas acercándose en la oscuridad. De cuando en cuando una de las figuras era abatida por una dardo fulminante pero por cada baja, dos más aparecían desde la oscuridad. Êldogar empezó a disparar su ballesta cuando los Otros estuvieron a tiro. Ahora se oían cientos de berridos y chasquidos de furia, sabían que no habían tomado por sorpresa al tractomotor y ya no les importaba el sigilo. Se acercaron al vehículo desde todas direcciones y comenzaron a escalar por las enormes ruedas, de las aspilleras cercanas salían lanzas que los hacían caer de vuelta al lodo. Las flechas y las gotas de lluvia caían incesantes sobre los Otros. Poco a poco se fueron acercando hasta que rodearon la fortaleza móvil. Un rayo cayó retumbando en la lejanía e iluminó los campos por un momento, revelando una escena macabra: Incontables criaturas peludas de formas vagamente humanas vagaban por los alrededores hasta donde alcanzaba la vista, todas dirigiéndose hacia el tractomotor. Los primeros Otros ya subían por la borda del vehículo en busca de las trampillas de acceso a los compartimentos internos, llevaban cascos y hachas de cobre e iban vestidos con jirones de cuero y pieles, de sus hocicos brotaba vapor y sus ojos estaban inyectados de sangre. Hombres armados con lanzas y escudos salieron de la puerta de la torre hacia la cubierta para empujar a los Otros hacia atrás pero no eran suficientes. Se necesitaban más lanzas para evitar que tomaran la cubierta, donde se encontraban las trampillas de acceso al interior.

Namia ayudaba trayendo flechas desde la armería pero Sanfina no sabía manejar la maquinaria de las ballestas, era inútil ahí en el balcón. Ante la frustración de no poder hacer nada, decidió bajar. Tocó el hombro de su prima.

—Quédate aquí. Sigue ayudando con las flechas. Si logran subir usas la lanza para defenderte.

Êldogar seguía disparando con su ballesta desde el balcón, ahora apuntaba hacia los Otros que habían conseguido llegar a la cubierta. Sanfina le lanzó una mirada de preocupación: "cuídala por favor". Êldogar asintió con seriedad. 

Sanfina bajó a toda prisa de la torre. Al salir a cubierta se encontró con diez de los Otros contra unos ocho tripulantes armados, había tres cuerpos de esas bestias tirados en el piso, por fortuna ningún tripulante había caído aún. Los viajeros formaban una pared de escudos protegiendo la puerta de la torre, Sanfina se escabulló entre ellos y atacó con su lanza a una criatura como si fuera el piquete de un escorpión, perforándola entre la clavícula y el omóplato. Siguió aguijoneando desde atrás de la pared de escudos. Dos más cayeron, otro cayó abatido por las flechas que llovían desde la torre, la falange de guardias logró abatir otros dos. Aún así quedaban más Otros de los que había al principio, y varios más asomaban la cabeza desde la borda, encaramándose para subir. Se escuchó que atrancaban la puerta de la torre por dentro. Ya no tenían hacia donde replegarse, debían defender la entrada hasta la muerte. Entonces Sanfina cayó en la cuenta de que había quedado separada de su prima. Miró arriba, las gotas de agua le golpearon la cara. Vio a Êldogar disparando frenéticamente desde el balcón de la torre. Sus flechas dejaban un rastro en la lluvia. Namia lo apoyaba rellenando el carcaj.

Un par de Otros lograron arrancar a un tripulante de la formación y cayó al suelo, a continuación se abalanzaron sobre él desgarrándolo a mordidas y hachazos poseídos por un frenesí asesino. Los gritos de agonía duraron poco pero taladraron la mente de Sanfina como agujas. La incesante lluvia lavó casi de inmediato la sangre del piso. Dos viajeros más cayeron y fueron devorados vivos por los Otros que ahora se contaban por docenas sobre la cubierta. Con sus crudas hachas de cobre comenzaron a golpear el suelo de madera para poder abrir el acceso a los compartimentos interiores donde estaban escondidos los pasajeros. Uno de ellos logró romper unos tablones y comenzaron a descender por el agujero, se escuchó un clamor de gritos debajo de ellos. Aquellos pobres diablos no tenían a dónde huir, y ellos tampoco, la manada tenía rodeado el tractomotor como una marabunta de hormigas que devora una cucaracha... y ya comenzaban a arrancarle pedazos.  

De repente, todo comenzó a temblar y se escuchó el sonido de las calderas. Los ejes de hierro gimieron y las enormes ruedas, medio enterradas en el lodo, empezaron a girar con lentitud, triturando a los Otros que tuvieron el infortunio de estar en su camino. El tractomotor tomó velocidad poco a poco, abriéndose paso en la oscuridad absoluta. Los Otros que estaban trepando por los costados cayeron al piso rodando violentamente o fueron devorados por las ruedas. Era una sentencia de muerte moverse a ciegas por los campos, pero la otra opción era dejar que los devoraran a todos. El puñado de guardias que quedaba contraatacó a los Otros que todavía rondaban en cubierta; al parecer, debajo de ellos, en los compartimentos, los tripulantes y pasajeros también estaban resistiendo, después de todo sólo unos cuantos se habían colado. Sin el influjo constante de refuerzos, los Otros que habían logrado abordar podían ser vencidos. Limpiaron de enemigos las cercanías de la torre y se dirigían a popa para acabar con los faltantes cuando salieron disparados por los aires hacia adelante, algunos se estrellaron contra la torre dejando una mancha roja en la madera como mosquitos aplastados. El piso del tractomotor se deformó e golpe y sus tablones reventaron en miles de astillas y esquirlas. La torre crujió y se inclinó hacia enfrente, hundiéndose parcialmente dentro del suelo de la cubierta. El tractomotor había chocado.

Viajera: Una Daga en la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora