Ese día Namia conoció el mar. Los ojos casi se le salieron de sus órbitas cuando bajaron desde una calleja hasta los muelles. El azul profundo e incógnito del océano le provocó un temor primitivo que le hizo recordar a los mosaicos con monstruos marinos de las termas de Golindvar.
—Ahora sí creo que esas criaturas existan —comentó estupefacta ante la inmensidad que se extendía hasta el horizonte.
—¿Las de las termas? —adivinó Sanfina—. Por supuesto que existen.
—Me gusta esta ciudad —confesó Namia—. Me agrada la idea de tener así de cerca algo tan vasto, poderoso, desconocido. Sólo espero que haya termas.
Sanfina rio.
—Sí, las hay.
Las olas arremetían con furia contra los muelles atestados de cajas y redes de pesca recogidas. El viento aullaba revoloteándoles el cabello y salpicando minúsculas gotitas de agua salada en sus rostros. Decenas de barcos mercantes de diferentes tamaños iban y venían empujados por velas infladas.
Sanfina titubeó por un momento antes de hablar.
—Nami, he estado pensando en lo que me dijiste. He cambiado de opinión. Que se pudra ese tal... Gâhalar, o como se llame. Si no quieres casarte con él, no te cases. Tienes que hacer lo que tú quieras y yo te voy a apoyar. Te voy a hacer mi aprendiz, como me lo propusiste aquel día, podemos viajar juntas. Yo me las arreglaré para que no te pase nada. —Tomó a Namia de las manos, pero ella las retiró.
—¿Y tendría que ayudarte con tu maldición? —preguntó Namia, con miedo en la voz.
Sanfina retiró la mirada, concentrándola en un barco lejano.
—No tendrías que hacerlo si no quieres. Sólo fue durante este viaje porque se me acabó el dinero.
—¿Y qué pasaría si en otro viaje se te acabara el dinero?
Sanfina no pudo responder.
—A mí... esas cosas se me hacen raras —continuó Namia, avergonzada—. Eres mi prima y yo te quiero, pero... siento que estamos haciendo algo malo. Desviado. Me incomoda.
Una tristeza repentina y fría como una ventisca envolvió el corazón de Sanfina.
—Al principio me agradó —confesó Namia—, se sentía placentero. Lo vi como jugueteo. Ahora me incomoda, me da náuseas. Cuando me tocas, me siento...
—No te preocupes —interrumpió Sanfina de forma abrupta, no quería oír lo que iba a decir después—, no tienes que hacer nada si no quieres.
Namia se quedó callada por un momento, quería decir algo pero no se daba el valor. Lo único que se escuchaba era el vaivén de las olas.
—Fina —se atrevió por fin—, no te lo quería decir —su voz temblaba—, porque yo pensé que todavía me querías entregar a Gâahalr. Pero el día que vi el Río Negro, mientras dormías, hablé con Êldogar. Lo había notado distante y quise saber qué le pasaba. Me dijo que se había enterado que me iba a casar y pensaba que yo sólo estaba jugando con él mientras durara el viaje. No te lo quería decir, pero nos empezamos a gustar cuando estábamos en la torre del tractomotor y él me defendía de los Otros con su ballesta.
"¿Él te defendía?" pensó Sanfina apretando el puño. "Yo te defendí allá abajo, peleando contra varios de esos monstruos mano a mano mientras él disparaba flechas cómodamente desde el balcón. ¡Casi me matan!"
—Esa noche hablamos —prosiguió Namia—. Le expliqué que no me quería casar en realidad, que quería irme a donde fuera. Él me propuso algo. Me propuso llevarme con él y hacerme su aprendiz. Yo me pienso escapar con él después de que me entregues para no estropear tu pago ni tu reputación. Ya tenemos un plan. —Tomó de las manos a Sanfina—. Si me quieres, por favor no digas nada a Gâahalr.
El estómago de Sanfina se retorcía y por un breve momento pensó que iba a vomitar, el tufo a pescado rancio de los muelles no ayudaba. Trató de mantener la compostura lo mejor que pudo.
—Ay Nami. Por qué no me lo dijiste antes. Tú sabes que puedes confiar en mí.
—Perdón. Es que tenía miedo de que estuvieras en contra. Estabas afanada en cumplir con tu labor de viajera y entregarme a Gâahalr. Pero ahora que has cambiado de opinión, pensé que podía decirte. Podríamos vernos de vez en cuando en el gremio de viajeros, tú, yo y Êldogar. Podríamos pasear por los puertos o ir a la Plaza de la Fuente.
—Sí, claro. Pasear con Êldogar y contigo —la voz de Sanfina era quebradiza. Tragó saliva. Un sentimiento maligno comenzaba a brotar desde lo más profundo de sus entrañas—. Nami, no sólo estoy de acuerdo con tu decisión, les voy a ayudar. ¿Qué te parece?
Los ojos de Namia se humedecieron y desbordaron alegría. Abrazó a su prima y se recargó en su pecho.
—Muchas gracias. Pensé que no lo ibas a entender.
Sanfina también lloró, pero si bien Namia lloraba de felicidad, Sanfina se llenaba de odio con cada lágrima que derramaba.
—Pero cuéntame, ¿cuál es el plan?
Namia soltó el abrazo y miró a su prima a los ojos, como buscando algún atisbo de desconfianza.
—Sí, te voy a explicar —dijo con voz temblorosa—. Sé que puedo confiar en ti. Verás, vamos a falsificar una carta de traspaso de los derechos de matrimonio a Êldogar, estará firmada por Gâahalr. Dirá que Êldogar es su hermano menor y Magistrado de las Cortes. La vamos a llevar a mis padres, el mismo Êldogar se encargará de hacer el viaje pero se presentará con otro nombre ante mis papás, para que no nos puedan rastrear. Les pedirá que den su consentimiento escrito del traspaso, como es la ley. Mis padres aceptarán pues el rango de Magistrado es aún más prestigioso que el de cobrador de impuestos y aún así quedaré dentro de la misma familia de Gâahalr como su cuñada. Le da tiempo de ir y regresar antes de la boda. Luego le mostraremos a Gâahalr la carta de mis padres cediendo los derechos de matrimonio a Êldogar. En cualquier caso, si no acepta, me escaparé por la noche. Si tiene algún problema nos veremos en las cortes, yo presentaré la carta firmada por mis padres y no podrá hacer nada al respecto.
Sanfina no podía creer que hubieran concebido un plan tan estúpido. No engañarían ni a sus padres ni a Gâahalr ni a las cortes. Casi deseaba que lo llevaran acabo para verlos fallar, pero aunque los dejara llevarlo a cabo, de todas maneras Gâahalr terminaría quedándose con Namia.
—Déjame ayudarles. Yo puedo hacer el viaje y convencer a mis tíos. Ellos tendrán más confianza de su autenticidad si soy yo quien les entrega el mensaje. Les puedo dar algún pretexto del porqué Gâahalr decidió ceder los derechos a Êldogar, para que no se sientan ofendidos. Les puedo decir que Gâahalr descubrió que es estéril.
Namia se quedó un rato en silencio, pensativa.
—Me parece una excelente idea, Fina. Mañana hablemos con Êldogar para decirle que nos ayudarás. Se pondrá feliz. ¿Sabes? en el altar de la Amante recé por esto. Recé por escapar de Gâahalr. Recé por encontrar a mi verdadero amor. ¡La diosa me ha escuchado!
Pasearon por los puertos de Dâeyvar hasta que el sol comenzó a ponerse. Entonces regresaron al gremio a pasar la noche.
ESTÁS LEYENDO
Viajera: Una Daga en la Noche
FantasíaUn amorío entre primas regido por el abuso y el desenfreno. Un pasado que esconde secretos terribles enterrados por los siglos. Un viaje por un mundo agonizante. Una daga en la noche que marcará el destino. Sanfina debe acompañar a su prima hasta l...