XXIII Matronas y Herederas

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Los tres estaban sentados junto al fuego, envueltos en un halo de luz menguante que ahuyentaba a la oscuridad. Arriba en el cielo, las estrellas formaban una gigantesca cúpula luminosa. 

Sanfina contaba su historia.

—La sociedad de los Otros es bastante compleja. —El fulgor de las llamas le dibujaba sombras danzantes en la cara que resaltaban la textura de su cicatriz—. Viven en grupos familiares definidos por hembras madre, yo les llamo "Matronas". Cada camada habita una madriguera en la red de cuevas que se extiende bajo nuestros pies. La matrona recibe regalos de los machos de otras camadas para que les permita aparearse con ella y así tener hijos.  

Namia la miraba con la fascinación de un niño que observa un insecto por vez primera, Êldogar con el respeto de un escriba que ha encontrado un libro que se creía perdido. Ambos permanecían expectantes y en silencio. Tan sólo se oía el rugido del Río Negro y el chisporroteo impertinente de los carbones al rojo vivo.

—Los hijos se encargan de salir a buscar el sustento. Tanto los regalos que recibe la matrona de los otros machos como el sustento que traen los hijos se comparten de manera igualitaria dentro de la camada. Cada quien toma lo que necesita del botín conjunto, aunque no haya aportado nada, desde el mejor cazador hasta el anciano enfermo. Si sobra algo se guarda para después, nadie se queda nada para sí mismo. Las tareas domésticas de la madriguera las hacen quienes no hayan podido o querido salir a cazar.

—¿Tareas domésticas? —Êldogar sonaba confundido— ¿pero qué tareas?, viven en cuevas.

—Excavar porjemplo, para crear extensiones de las madrigueras. También necesitan sacar los desperdicios, tienen enormes tiraderos comunales donde echan todo lo que no les sirve. Incluso delimitan sus madrigueras con adornos de huesos humanos. También hacen construcciones de madera traída de la superficie, aunque muy básicas y toscas. Manufacturan instrumentos musicales, armas y algunos utensilios y herramientas.

—¿Y también los machos lo hacen o sólo las hembras? —preguntó Namia con cierto reclamo.

Sanfina rio.

—Sólo trabajan los machos. También la labor doméstica. Los niños y los viejos se encargan de la madriguera, los adultos fuertes salen a buscar el sustento. Casi no nacen hembras, como uno de cada cinco nacimientos yo calculo. Por eso son tan importantes para los Otros y están en posición de ventaja social. La muerte de una hembra es la pérdida de una fuente invaluable de nuevas generaciones. Deben ser protegidas. Sólo piensa, a cuántas mujeres diferentes puede fecundar un solo hombre en el transcurso de un año... ¿Cinco al día?

Êldogar soltó una risita.

—Yo muchas más —dijo con aire petulante.

Namia lo miró pícaramente, pero Êldogar no le devolvió la mirada. Sanfina sólo volvió los ojos hacia atrás, asqueada.

—Da igual —prosiguió—. Si sólo existiera un hombre en el mundo, ¿cuántos hijos podría tener si se propusiera procrear lo más posible? ¿miles? Pero si sólo existiera una mujer en el mundo, ¿cuántas veces se podría embarazar? ¿diez, veinte? Incluso nosotros los humanos podríamos darnos el lujo de perder a más de la mitad de los varones sin que eso repercuta en la procreación, pero si muere la mitad de las mujeres entonces perderíamos la mitad de nuestra capacidad reproductiva. Ahora imagínense una cultura donde sólo uno de cada cinco personas nazcan mujeres. Por eso los machos deben competir para aparearse con las hembras y esta competencia toma forma de regalos de todo tipo, pues lo único que importa a las matronas es el bienestar de su camada.

—Bueno —dijo Namia mientras removía el carbón al rojo vivo con una rama—, ¿pero qué hace el resto de las hembras? Las que no son matronas.

Viajera: Una Daga en la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora