XIV Última Noche

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El penúltimo día visitaron las ruinas de los antecesores. La mente de Sanfina flotaba en el éter apenas consciente de su alrededor, mientras repetía de memoria las historias sobre aquellos restos arqueológicos que sobresalían en medio de la ciudad. Para ella el tiempo pasaba con lentitud. Un cosquilleo la paralizaba cada vez que la piel aterciopelada y sedosa de su prima la rozaba.

—¿Y por qué dices que todas esas historias son mentira? —la pregunta de Namia la sacó de su estupor.

De la ruina sólo permanecía en pie una pared de bloques de granito con bajorrelieves, el resto eran tan sólo fundamentos que demarcaban la forma del edificio que alguna vez se irguió en ese sitio. Las figuras de los bajorrelieves iban vestidas en largas túnicas exquisitamente esculpidas, las cabezas habían sido cinceladas para borrar la memoria de los rostros. Sus posturas señoriales les conferían un aire de monarcas y hombres de alta alcurnia.

Contemplar las ruinas de los antecesores le traía recuerdos de sucesos extraños de su pasado, relacionados con secretos más arcanos que la deomancia. Si Nami los conociera, podría ponerla en peligro y, aunque guardara el secreto, no los entendería. Ni siquiera ella los entendía.

—Porque... —Sanfina miró los rostros mutilados de aquellos monarcas y héroes de antaño—. Porque sólo son historias, cada vez que se cuentan cambian un poco. ¿Cuántas veces se habrán contado desde entonces? ¿Cuántas veces habrán cambiado?

Namia miró aquellos hombres sin cara con admiración y respeto.

—O sea que ni siquiera sabemos si lo que sabemos es cierto.

—Nuestro pasado es tan desconocido como nuestro futuro, Nami.

Aquella pequeña pausa fue el único momento en el que Sanfina salió de su letargo, el tiempo se deslizó con la suavidad de una tela de seda. Deseaba tomarla de la mano y huir a una isla solitaria donde pudieran yacer en silencio, desnudas, por toda la eternidad. Namia en cambio, parecía no haberle dado importancia a la experiencia de la noche anterior, quizás para ella fuera sólo una travesura sexual, un juego íntimo entre primas. Aquel pensamiento la llenaba de tristeza. Así osciló entre el idilio y la melancolía mientras caminaban por las calles de Golindvar visitando las ruinas de edificios construidos por personas de otra época.

Sanfina empezó a sentirse mojada y ansiosa cuando el sol se acercaba al horizonte. Era la última vez que dormirían juntas antes de abordar el tractomotor, ahí compartirían espacio con mucha gente. No podría beber del néctar vaginal de su prima. Su corazón se aceleró cuando caminaban de vuelta al gremio de viajeros. Tomó una actitud coqueta y comenzó a acariciar a Namia entre jugueteos; ella entendió y le siguió el juego, pero no parecía compartir la emoción. 

Sanfina atrancó la puerta de la recamara con las manos temblorosas. Esta vez pensaba hacerlo con calma, disfrutar el cuerpo de su prima. Ya no sentía la urgencia de probar por vez primera la fruta prohibida que tanto tiempo codició. Ahora podía concentrarse en cada bocado. 

Namia ya la esperaba recostada en el colchón de paja. Una sonrisa forzada y una mirada perdida se dibujaban en su hermoso rostro sonrojado.

—Estoy nerviosa —confesó.

—¿Por qué? si ya hemos hecho esto —contestó Sanfina mientras se acurrucaba junto a ella y la abrazaba con suavidad—. Además, se siente rico, ¿no?  —Le dio un beso en la mejilla.

Namia hizo una mueca y desvió la mirada.

—Se siente rico por fuera; o sea, en mi cuerpo, pero por dentro siento raro.

La mano de Sanfina ya se encontraban deslizándose por el vientre de Namia, a medio camino de la vagina.

—¿Quieres decir cuando te meto los dedos? —rio Sanfina.

—No. Es como un vacío. Es...

La mano de Sanfina por fin llegó al clítoris de su prima y comenzó a juguetear con él. No la dejó terminar de hablar, la besó en la boca. Estaba demasiado ansiosa por hacerle el amor. Se fundió con sus labios calientes y blandos. Disfrutó del momento, de saborear la lengua húmeda, de acariciar el rostro con suavidad. Cerró los ojos. Una sensación cálida le recorrió el cuerpo como no había sentido nunca. Rebuscó con los dedos hasta penetrar a su prima y se deleitó con el pulso palpitante del interior. Namia dio un suspiro y la apretó con fuerza, movía las caderas con gentileza mientras Sanfina le acariciaba las entrañas. 

Después de un rato, Sanfina sacó la mano para admirar la exquisita miel que escurría de entre los dedos. Los chupó poseída por un impulso lascivo. Luego bajó ella misma hasta la vulva para beber de aquel elixir directo de la fuente. Si la noche anterior había sido para satisfacerse a sí misma, esta noche era para satisfacerla a ella. La masturbó, chupó y masajeó dispuesta a hacerla sentir lo que ningún hombre podría hacerla sentir. Conocía bien los recovecos de las mujeres. Sabía por experiencia propia cómo desencadenar los mejores temblores orgásmicos. El rostro de Namia se retorcía en muecas de deleite. Apretaba los puños y gemía al compás de sus movimientos de la lengua. Por fin los gemidos desbocaron en angustiosos sollozos orgásmicos. Sanfina pudo presenciar, maravillada, cómo su prima sufría un orgasmo, con la lengua bien metida dentro de su vagina. Pero Sanfina no paró, siguió mamando, penetrándola, estimulando. El rostro de Namia, enrojecido y sudado, reflejaba angustia mientras las punzadas de placer no cesaban incluso después de la andanada de espasmos. Rogó a Sanfina para que parara, pero no hizo caso. Apretó los dientes, desesperada, enloquecida, y una segunda descarga asaltó su vientre. Las sacudidas se extendieron por el cuerpo de Namia al punto de que temblaba sin control.

Sanfina respiró aliviada. Estaba cansada de tanto lamer, pero Namia había gozado de una forma que no había sentido nunca.

"No hay manera de que esto no le haya gustado" pensaba. "Le he causado más placer de lo que cualquier hombre podría".

Satisfecha de lo que había logrado, por fin pudo dedicarse a sí misma. Se montó en el rostro de su prima y le ordenó que la lamiera. Ella obedeció. Se notaba que no tenía idea de lo que hacia, pero el simple hecho de tener su lengua caliente dentro de ella fue suficiente para hacerla explotar. Inundó la boca de Namia con jugos vaginales, haciendo que se atragantara.

Esa noche Sanfina apenas pudo dormir. Al día siguiente tendrían que viajar en el tractomotor y no iba a tener la intimidad necesaria para satisfacerse con su prima.

Viajera: Una Daga en la NocheDonde viven las historias. Descúbrelo ahora