—¡Fina!
La voz de Namia sonó como una flauta. Sanfina volteó de inmediato. La vio parada en el umbral del vestíbulo, con los brazos extendidos hacia ella. Ya no parecía la rústica campirana que una vez fue; ahora estaba envuelta en un fresco vestido color jade que se transparentaba ligeramente revelando sus delicados contornos; de las orejas le colgaban aretes dorados y del cuello un exquisito collar con un amuleto de jaspe; detrás de ella estaba Gâahalr, quien comprendió que su presencia estaba de más y se excusó de forma diplomática. Namia corrió a abrazarla.
—Sólo han pasado dos días —gimió Sanfina ante el poderoso abrazo de su prima—. Vine a despedirme. Voy a hacer el viaje de vuelta a Szeygird. Êldogar se queda aquí, estará al pendiente de que estés bien.
—Han pasado dos días pero he sentido como si fuera un mes.
El sirviente llegó para rellenar el cuenco de Sanfina y entregarle un cuenco nuevo rebosante de hidromiel a Namia.
—Veo que ya tienes entrenados a los sirvientes.
Namia soltó una risita mientras se sentaba junto a Sanfina. La banca tenía colchones de seda con motivos florales y bajorrelieves en el respaldo de madera; Namia los acarició con suavidad.
—Aquí todo está tallado, todo está decorado. Incluso esta banca tiene grabadas escenas de las Guerras de la Triada. ¡Es una banca!
—Sabía que te iba a gustar la vida en Dâeyvar —Sanfina disfrutó de un largo sorbo de hidromiel—. Es la capital del cúmulo urbano. Todo el comercio entra por aquí.
—Yo pensé que nosotros éramos adinerados. —Namia le hizo una señal al sirviente y éste se marchó—. Mis padres tienen tierras y cientos de cabezas de ganado, pero sólo las decoraciones de esta casa son más caras que toda la fortuna de mi familia.
—Y aún así, este señor que tiene muchas riquezas se quiere casar contigo. Recuerda que tu papá fue miembro del Consejo Cumular. Tu familia no es de las más ricas, pero tienen prestigio y suficiente dinero para hacerse notar. Además tú eres muy bonita, Nami, sólo mírate al espejo. —Sanfina elevó el cuenco brindando hacia ella—. Y no sólo eso, sabes leer y sabes aritmética, serás una excelente administradora de sus bienes. Cualquier hombre de dinero y poder te querría.
Namia dio un gran sorbo a su cuenco de hidromiel, pensativa. Parecía que se estaba dando cuenta por primera vez de lo que valía.
—¿Cómo te ha tratado Gâahalr? —inquirió Sanfina.
—La verdad es que ha sido muy bueno conmigo. Me está dando algo de espacio para acostumbrarme a mi nueva vida.
Las palabras de Namia venían envueltas por un fino halo de inseguridad. Era casi imperceptible, como un pequeño corte en la piel. Empezaba a darse cuenta de que su vida junto con Gâahalr, un hombre rico y maduro, sería mucho más acomodada que ser la esposa-aprendiz de un joven viajero tratando de ganarse la vida yendo de ciudad en ciudad.
Sanfina presionó la herida.
—Qué bueno que al menos vas a estar tan cómoda los pocos días que pasarás en esta casa —la cizaña en su voz casi la delata, pero le dio tiempo de corregir el tono—. No te preocupes, en cuanto podamos te sacaremos de aquí y podrás pasarte el resto de tus días viajando con Êldogar.
Namia forzó una sonrisa y desvió la mirada. Se había dado cuenta que con Gâahalr iba a tener una vida de mimos que no tendría con Êldogar. Además, el hombre era guapo, era algo mayor, sí, pero aún conservaba un rostro bien parecido gracias a los baños, masajes y cuidados que seguramente recibía con regularidad, sus canas y arrugas decían "experiencia" y no "vejez". Era de gustos finos sin rayar en lo afeminado ni pretencioso y su actitud estoica le daba un aire señorial; incluso a Sanfina le parecía atractivo, aunque sin llegar a lo sexual. Êldogar no es que fuera feo, al contrario, era un joven atlético, lleno de vigor (y con seguridad vigor sexual también), de facciones con un leve toque aniñado que provocaban una ternura maternal tanto en Namia como en Sanfina. Era simpático y coqueto, con la mirada podía obtener lo que quisiera de cualquier mujer que no fuera una madre desnaturalizada. Ambos eran en sí mismos buenos prospectos, dependiendo del gusto. La diferencia es que Gâahalr era un hidalgo de alcurnia y Êldogar era un pobre diablo que no tenía dónde caerse muerto.
"Como yo" pensó Sanfina.
Entonces, un plan siniestro comenzó a tomar forma en su mente: sólo era cuestión de convencer a Êldogar de ir a visitar a Namia en secreto, cosa fácil. Una vez estuvieran reunidos, vería la duda en los ojos de Namia, vería que fue conquistada por la promesa de lujos y mimos. Tal vez incluso tendrían una discusión. Ella se aseguraría de que fuera descubierto, pero le daría suficiente ayuda para que lograra escapar. Así quedaría marcado como único sospechoso cuando Gâahalr fuera asesinado esa misma noche por una daga de viajero. Ella estaría lejos, rumbo a Szeygird, sin saber nada de lo sucedido, siguiendo el plan de llevar la carta falsificada a sus tíos... o eso es lo que creería Namia. El único culpable posible sería Êldogar, embrutecido por un arrebato de celos. Al haber asesinado a un funcionario sería arrestado de inmediato. Así mataría dos pájaros de un tiro. Namia no tendría a dónde ir; después de todo, no estaría casada aún, no heredaría nada. Entonces ella "regresaría" con más malas noticias, sus padres no se creyeron la carta y, decepcionados, la desheredaron. La única opción para Namia sería quedarse a vivir con ella. Sólo tenía que mantenerse en las sombras todo el tiempo.
De repente, Sanfina se sintió revigorizada.
—Êldogar te quiere visitar mañana en la noche, va a tener que ser en secreto. Gâahalr nos dejó hablar a solas porque somos mujeres, pero no sería correcto que te dejara sola con él, ni siquiera si finge ser un familiar tuyo. Y si está Gâahalr no van a poder hablar bien. ¿Por qué no me das un tour por la casa para que le diga por dónde entrar por la noche?
Recorrieron las estancias juntas, era la típica casona Dâeyvarense. Un gran patio central cuadrado permitía la ventilación y la entrada de luz al resto de las habitaciones, en el centro una fuente derramaba agua proveniente del acueducto de la ciudad en un pequeña piscina rectangular. Una sirvienta con un mandil grasiento recogía algo de agua en una cubeta y dos pajarillos revoloteaban en la cascada de la fuente. Los cuartos estaban separados del patio central por una terraza arqueada de techo bajo desde donde se podía escalar a la azotea en caso de una huida. El lado trasero de la casona era donde vivía la servidumbre y el área de servicio. El área noble estaba en el lado delantero, donde se encontraban los portones a la propiedad. De un lado estaban las habitaciones de Gâahalr, con el despacho, el cuarto privado, el estudio y la biblioteca y en el lado opuesto se encontraban las habitaciones de Namia, la mayoría vacías o en proceso de ser vaciadas. Sólo su habitación privada estaba en condiciones de ser habitada. Sanfina se detuvo en una de esas habitaciones, al parecer solía ser una salita secundaria para reuniones más íntimas antes de que se redestinara como un anexo del cuarto de Namia. Quedaban dos silloncitos de su uso anterior y había algunos muebles nuevos a medio armar.
—Esta habitación es perfecta —dijo Sanfina, satisfecha. Abrió la ventana y se asomó para otear el exterior, el sonido bullicioso de la ciudad inundo la estancia—. Le indicaré a Êldogar cómo infiltrarse, tú lo esperarás aquí ¿te parece?
Namia asintió, daba pequeños sorbos a su hidromiel y movía los dedos alrededor del cuenco con ansiedad.
—No te preocupes, nadie los oirá —aseguró Sanfina—. Si Êldogar es buen viajero sabrá infiltrarse. Es hora de irme.
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Viajera: Una Daga en la Noche
FantasíaUn amorío entre primas regido por el abuso y el desenfreno. Un pasado que esconde secretos terribles enterrados por los siglos. Un viaje por un mundo agonizante. Una daga en la noche que marcará el destino. Sanfina debe acompañar a su prima hasta l...