I: Otro verano aburrido

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Harry Potter era un adolescente de 16 años con muchas cosas en su cabeza. Recientemente había perdido a su padrino, su único familiar que aún vivía (a excepción, claro, de los Dursley).
La muerte de Sirius, sumada a la nueva reaparición de Voldemort y los constantes desastres (cada vez más frecuentes) que los mortífagos provocaban, contribuían a que el chico estuviera cada día más paranoico.
Él sabía, porque era lógico, que los ataques demorarían un tiempo en llegar a Surrey. El problema principal era que nadie sabía exactamente cuántos adeptos tendría el innombrable cuando el conflicto comenzase a escalar. 

Era una calurosa tarde de verano y Harry Potter estaba vagando por las no tan concurridas calles de Little Whinging hasta que se hiciera hora de cenar. Los Dursley así lo preferían. Harry caminó hasta el número 4 de Privet Drive con paso sereno. Algo parecía fuera de lugar. Desde la carta del profesor Dumbledore la semana anterior, donde decía que iría a recogerlo para llevarlo a la Madriguera, el muchacho había ido notando como cada día se volvía más ansioso por la visita del director.
A una calle estaba aún de la casita y ya todo su cuerpo se puso alerta. Las luces de la sala estaban apagadas y las de su cuarto encendidas. Buscó su varita en el bolsillo interior de su cazadora y rogó al cielo que no pasara nada raro.

Se apresuró a salvar los metros que le separaban de la puerta de la casa y se halló para mayor preocupación con que la puerta estaba abierta.
<Genial, más problemas> pensó Harry y se tomó unos segundos para recordar cada maldición, maleficio y hechizo defensivo que había aprendido desde su primer año en Hogwarts. Entró al número 4 de Privet Drive con un nudo en la garganta.
La salita estaba intacta, igual que la cocina y nadie había allí. Ningún ruido proveniente de ningún lado tampoco. <Quizá se fueron> no, eso no. Para empezar, ¿Quién y por qué? <Quizá usaron algún hechizo insonorizante> El solo pensarlo, le dio un escalofrío.
Subió las escaleras hasta su habitación y allí estaba, Voldemort. Lo miraba con perfidia desde sus rasgados ojos inyectados en sangre y le dirigía una amplia sonrisa de reptil mientras lo apuntaba con su varita.

— ¡Harry!— la voz de Dudley sonaba lejana —. ¿Estás ahí?— Harry Potter abrió los ojos de golpe. Estaba sentado en la cama con la frente cubierta en sudor frío.

— Voy— respondió  como pudo. Terminó de meter las últimas cosas que aún quedaban sobre la cama en el baúl y salió de su cuarto. Allí lo esperaba su primo, mirándolo con curiosidad. No preguntó nada, no obstante, y se limitó a hacerle señas para que bajara las escaleras. Lo esperaba en el recibidor un hombre alto y delgado, con la barba y el pelo plateados hasta la cintura; llevaba unas gafas de media luna apoyadas sobre la nariz torcida e iba ataviado con una larga capa de viaje negra y un sombrero puntiagudo.

— ¡Ah, Harry! ¡Ahí estás!— dijo el mago, dirigiéndole una sonrisa radiante. Sus tíos estaban ambos en el pasillo, mirándole expectante —. Bueno, antes de irnos quería comentarte algunas cuestiones respecto del testamento de Sirius; claro, si no te molesta.— Tío Vernon  entrecerró los mezquinos ojitos como descreyendo de sus oídos.

Resulta ser que Sirius había puesto todas sus propiedades a nombre del muchacho. Eso significaba, no solo más oro en la bóveda de Harry en Gringots, sino también que el número 12 de Grimmauld Place también era ahora suyo.
El chico expresó su deseo de que la orden siguiera usándola como cuartel general, ya que no le interesaba, de momento al menos, vivir en aquel lugar del cual su padrino había deseado escapar en vida. Otra cosa que Sirius le dejaba era, claro, Buckbeak el hipogrifo. Harry decidió que se quedaría con él, pero le pidió a Dumbledore que lo dejase dejarlo en Hogwarts, de modo tal que podría ver a Hagrid nuevamente.

Resuelto el tema del testamento, Dumbledore dijo a los Dursley cuan decepcionado estaba por lo mal que habían tratado a Harry desde aquel día en que 15 años atrás lo habían encontrado en la puerta de su casa. Les explicó también la importancia de que lo dejasen regresar a esa casa una vez más antes de que cumpliese los diecisiete años, debido a que la potente magia que lo protegía se esfumaría en cuanto eso ocurriera.

Sí, Yo maté a Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora