XI: Felix Felicis

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A primera hora del día siguiente, Harry tuvo clase de Herbología. Sus dos amigos parecían haberse reconciliado cuando los tres se dirigían al gran comedor, pero casi no se miraban y hablaban poco entre ellos. Durante el desayuno no pudo contarles a Ron y Hermione en qué había consistido su clase con Dumbledore por miedo a que alguien los oyera, pero lo hizo mientras atravesaban el huerto, camino de los invernaderos. El fuerte viento del fin de semana había dejado de soplar por fin, aunque se había instalado de nuevo aquella extraña neblina, de modo que tardaron un poco más de lo habitual en dar con el invernadero que buscaban. 

—¡Uf, qué miedo debía de dar el joven Quien-tú-sabes! —dijo Ron en voz baja mientras se sentaban alrededor de una de las retorcidas cepas de snargaluff, el objeto de estudio de ese trimestre, y se enfundaban los guantes protectores—. Pero lo que sigo sin entender es por qué Dumbledore te enseña todo eso. Ya sé que es muy interesante y demás, pero ¿para qué sirve? 

—No lo sé —admitió Harry—. Pero, según él, es muy importante y me ayudará a sobrevivir. Además es muy interesante. Por ejemplo: ahora sé que Voldemort gusta de coleccionar trofeos, pues le recuerdan sus mejores (o peores, según la persona) actuaciones. —Se puso un protector de dentadura. 

—Yo lo encuentro fascinante —opinó Hermione—. Es fundamental reunir el máximo de información acerca de Voldemort. Si no, ¿de qué otro modo podrías descubrir sus debilidades? Además por lo que dices, tus clases con Bellatrix también son positivas. ¡Eres casi tan bueno como yo en todo!

—Qué modesta... —musitó Ron, ganándose una mirada afilada por parte de la chica. 

—¿Qué tal estuvo la última fiesta de Slughorn?—le preguntó Harry con voz pastosa a causa del protector, tratando de desviar el tema. 

— ¡Ah, pues muy divertida! —contestó Hermione mientras se ponía las gafas protectoras—. Se pasa un poco hablándonos de exalumnos famosos y le hace un montón la pelota a McLaggen porque conoce a mucha gente influyente, pero nos ofreció una comida deliciosa y nos presentó a Gwenog Jones. 

— ¿Gwenog Jones? —preguntó Ron abriendo mucho los ojos tras sus gafas—. ¿La famosa Gwenog Jones? ¿La capitana del Holyhead Harpies? 

—Exacto. Personalmente, la encontré un poco creída, pero... 

— ¡Basta de cháchara! —los reprendió la profesora Sprout, que se había acercado y los miraba con gesto adusto—. Os estáis retrasando. Vuestros compañeros ya han empezado y Neville ha conseguido extraer la primera vaina. —Los tres amigos miraron. Era verdad: Neville, con un labio ensangrentado y varios arañazos en la mejilla, aferraba un objeto verde del tamaño deun pomelo que latía de forma repugnante. 

— ¡Sí, profesora, ahora mismo comenzamos! —dijo Ron, y cuando la profesora se dio la vuelta, añadió en voz baja—: Tendrías que haber utilizado el muffliato, Harry. 

—¡De eso nada! —saltó Hermione y puso cara de enfado, como hacía siempre que el Príncipe Mestizo y sus hechizos salían en la conversación—. ¡Vamos, vamos! Pongámonos a trabajar... —Y torció el gesto, aprensiva. Todos respiraron hondo y se abalanzaron sobre la retorcida cepa con que les había tocado lidiar. La cepa cobró vida al instante y de su parte superior brotaron unos tallos largos y espinosos como de zarza. Uno de ellos se enredó en el cabello de Hermione, pero Ron lo rechazó con unas tijeras de podar. Harry consiguió atrapar un par y les hizo un nudo. Entonces se abrió un agujero en medio de las ramas con aspecto de tentáculos. Demostrando gran valor, Hermione metió un brazo en el agujero, que se cerró como una trampa y se lo aprisionó hasta el codo. Harry y Ron tiraron de los tallos y los retorcieron, obligando al agujero a abrirse otra vez, de modo que Hermione logró sacar una vaina igual que la de Neville. De inmediato los espinosos tallos volvieron a replegarse y la nudosa cepa se quedó quieta como si fuera un inocente trozo de madera muerta. 

Sí, Yo maté a Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora