X: Plata y ópalos

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¿Dónde estaba Dumbledore y qué hacía? Durante las semanas siguientes, Harry sólo vio al director de Hogwarts en dos ocasiones. Ya casi nunca se presentaba a las horas de las comidas, y el muchacho creía que Hermione tenía razón al pensar que cada vez se ausentaba del colegio varios días seguidos. ¿Habría olvidado Dumbledore que tenía que darle clases particulares? El anciano profesor le había dicho que esas clases estaban relacionadas con la profecía, lo que había animado y reconfortado a Harry; sin embargo, ahora la sensación era de ligero abandono. No obstante, Bellatrix seguía con sus lecciones y el chico notó que mejoraba en todas las asignaturas considerablemente gracias a la ayuda de la bruja quien probó ser mejor que casi todos los profesores. Y casi todos, porque la única asignatura en la que Bella se negaba a darle una mano, era herbología; materia en la cual, afirmaba ser terrible (por más que Harry no le creía, pues pensaba que el verdadero motivo era que la aburría).
A mediados de octubre tuvo lugar la primera excursión del curso a Hogsmeade. Harry había puesto en duda que esas excursiones continuaran realizándose, dado que las medidas de seguridad se habían endurecido mucho, pero le alegró saber que no se habían suspendido; siempre sentaba bien salir del castillo unas horas.
Harry había puesto en práctica el consejo de Hermione, pero en lugar de pedir permiso a Slughorn para utilizar el aula de pociones, había recordado la vez que Dobby le había hablado un año atrás de la existencia de una sala en la que había encontrado una habitaión con pociones para curar a Winky de una borrachera particularmente intensa. Harry fue decidido un día por la tarde, llevando sus ingredientes de pociones en la mochila, y pasó tres veces por delante del pedazo de pared que se hallaba frente a un cuadro horrible de "Barnabas el chiflado" (quien trataba inútilmente de enseñar a bailar ballet a unos trolls) y formuló en su cabeza una petición. <Necesito un lugar para practicar pociones>, repetía una y otra vez. Tras la tercera pasada, en la pared apareció una puerta y Harry se apresuró a entrar en la sala, que se había convertido en un laboratorio espectacular, con largas mesas que encima tenían calderos, libreros con libros sobre pociones de toda clase, cajones y estanterías con ingredientes y utensilios. <Esto es asombroso> pensó el chico apenas traspuso la puerta, contemplando todo con los ojos muy abiertos.
Desde ese día, cada que tenía un tiempo, se encerraba en la sala para practicar pociones y cada vez se sentía más y más cómodo con ellas; recurriendo menos a la ayuda del libro y del Príncipe.
Hermione quedó impresionada cuando se enteró y pareció alegrarse, animando a su amigo a que le preguntara lo que quisiera si necesitaba alguna ayuda, todo con tal de que se despegara de ese libro.

El día de la excursión se despertó temprano por la mañana, que amaneció tormentosa, y mató el tiempo hasta la hora del desayuno leyendo su ejemplar de Elaboración de pociones avanzadas. No solía quedarse en la cama leyendo libros de texto porque ese tipo de comportamiento, como decía Ron, resultaba indecoroso para cualquiera que no fuera Hermione, que era así de rara. Sin embargo, Harry opinaba que el ejemplar del Príncipe Mestizo no era propiamente un libro de texto. A medida que lo examinaba iba descubriendo la abundante información que contenía: no sólo los útiles consejos y las fórmulas fáciles y rápidas sobre pociones con que se ganaba los elogios de Slughorn, sino también imaginativos embrujos y maleficios anotados en los márgenes que, a juzgar por las tachaduras y correcciones, el príncipe había inventado él mismo.
Harry ya había probado algunos de los hechizos concebidos por aquel misterioso personaje; por ejemplo, un maleficio que hacía crecer las uñas de los pies con alarmante rapidez (lo había probado con Crabbe en el pasillo, con resultados muy divertidos); un embrujo que pegaba la lengua al paladar (lo había utilizado dos veces con Argus Filch, sin que éste sospechara nada, y le había valido los aplausos de sus compañeros); y quizá el más útil de todos, el hechizo muffliato, que producía un zumbido inidentificable en los oídos de cualquiera que estuviera cerca de quien lo lanzaba, de modo que podías sostener largas conversaciones en clase sin que te oyeran. La única persona que no encontró divertidos esos encantamientos fue Hermione, y cada vez que Harry utilizaba el muffliato ella adoptaba una rígida expresión de desaprobación y se negaba a hablar.
Sentado en la cama, inclinó el libro para examinar de cerca las instrucciones de un hechizo que al parecer le había causado problemas al príncipe. Había muchas tachaduras y cambios, pero al final, apretujado en una esquina de la página, ponía: «Levicorpus (n-vrbl).» Mientras el viento y la aguanieve azotaban las ventanas sin cesar y Neville roncaba como un elefante, Harry observó las letras entre paréntesis: «n-vrbl»... Tenía que significar «no verbal». Sacudió la varita hacia arriba, sin apuntar a nada en particular, y pensó «¡Levicorpus!» sin articular sonido alguno.

Sí, Yo maté a Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora