XII: La fiesta de Slughorn

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Una vez más la nieve formaba remolinos tras las heladas ventanas; se acercaba la Navidad. Como todos los años y sin ayuda alguna, Hagrid ya había llevado los doce árboles navideños al Gran Comedor; había guirnaldas de acebo y espumillones enroscados en los pasamanos de las escaleras; dentro de los cascos de las armaduras ardían velas perennes, y del techo de los pasillos colgaban a intervalos regulares grandes ramos de muérdago, bajo los cuales se apiñaban las niñas cada vez que Harry pasaba por allí. Eso provocaba atascos en los pasillos, pero, afortunadamente, en sus frecuentes paseos nocturnos por el castillo Harry había descubierto diversos pasadizos secretos, de modo que no le costaba tomar rutas sin adornos de muérdago para ir de un aula a otra.
Ron, que en otras circunstancias se habría puesto celoso, se desternillaba de risa cada vez que Harry tenía que tomar uno de esos atajos para esquivar a sus admiradoras. Sin embargo, a pesar de que Harry prefería mil veces a ese nuevo Ron, risueño y bromista, antes que al malhumorado y agresivo compañero que había soportado las últimas semanas, no todo eran ventajas. En primer lugar, Harry tenía que aguantar con frecuencia la presencia de Lavender Brown, quien opinaba que cualquier momento que no estuviera besándose con Ron era tiempo desperdiciado; y además, se hallaba otra vez en la difícil situación de ser el mejor amigo de dos personas que no parecían dispuestas a volver a dirigirse la palabra. Ron, que todavía tenía arañazos y cortes en las manos y los antebrazos provocados por los belicosos canarios de Hermione, adoptaba una postura defensiva y resentida.

—No tiene derecho a quejarse, porque ella se besaba con Krum —le dijo a Harry—. Y ahora se ha enterado de que alguien quiere besarse conmigo. Pues mira, éste es un país libre. Yo no he hecho nada malo. —Harry fingió estar enfrascado en el libro cuya lectura tenían que terminar antes de la clase de Encantamientos de la mañana siguiente (La búsqueda de la quintaesencia). Como estaba decidido a seguir siendo amigo de los dos, no tenía más remedio que morderse la lengua cada tanto. —Yo nunca le prometí nada a Hermione —farfulló Ron—. Hombre, sí, iba a ir con ella a la fiesta de Navidad de Slughorn, pero nunca me dijo... Sólo como amigos... Yo no he firmado nada...

Harry, consciente de que su amigo lo estaba mirando, volvió una página de La búsqueda de la quintaesencia. La voz de Ron fue reduciéndose a un murmullo apenas audible a causa del chisporroteo del fuego, aunque a Harry le pareció distinguir otra vez las palabras «Krum» y «que no se queje». Hermione tenía la agenda tan llena que Harry sólo podía hablar con calma con ella por la noche, aunque, en cualquier caso, Ron estaba enroscado alrededor de Lavender y ni se fijaba en lo que hacía su amigo. Hermione se negaba a sentarse en la sala común si Ron estaba allí, de modo que Harry se reunía con ella en la biblioteca, y eso significaba que tenían que hablar en voz baja.

—Tiene total libertad para besarse con quien quiera —afirmó Hermione mientras la bibliotecaria, la señora Pince, se paseaba entre las estanterías —. Me importa un bledo, de verdad. —Dicho esto, levantó la pluma y puso el punto sobre una «i», pero con tanta rabia que perforó la hoja de pergamino. Harry no dijo nada (últimamente hablaba tan poco que temía perder la voz para siempre), se inclinó algo más sobre "Elaboración de pociones avanzadas" y siguió tomando notas acerca de los elixires eternos.—¡Ah, por cierto, ve con cuidado! Antes de venir aquí pasé por el cuarto de baño de las chicas, y allí me encontré con casi una docena de alumnas (entre ellas Romilda Vane) intentando decidir cómo hacerte beber un filtro de amor. Todas pretenden que las lleves a la fiesta de Slughorn, y sospecho que han comprado filtros de amor en la tienda de Fred y George que, me temo, funcionan.

— ¿Y por qué no se los confiscaste? —No le parecía lógico que Hermione abandonara su obsesión por las normas en esos momentos tan críticos.

—Porque no tenían las pociones en el lavabo —contestó ella, con desdén—. Sólo comentaban posibles tácticas. Yo en tu lugar invitaría a una de ellas a que te acompañe a la fiesta. Así las demás dejarían de albergar esperanzas y se resignarían. La fiesta es mañana por la noche, y te advierto que están desesperadas.

Sí, Yo maté a Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora