PRÓLOGO

19 0 0
                                    




A día que ustedes están leyendo esto, ya haya pasado más de un año para que pudieran leerlo. Les hablo de enero de 2021. Qué comienzo de año tan más jodido, ¿saben? No llevábamos ni dos semanas de haber comenzado el año y ya había perdido varias personas importantes para mí.

Ya les había redactado un capítulo sobre la pérdida de un ser querido, y no soy bueno hablando sobre ese tema. No porque no me haya pasado. Sino porque no hay forma bonita de decirlo. Pero hoy me inventaré esa forma poética y bonita de dar una despedida a un ser querido.

Pero no. De eso no se tratará este libro.

El "concepto" es el mismo que el de los tres anteriores. O sea que no hay y simplemente hablaré, como siempre, para mostrarles el mar de mis adentros.

He sido miedoso toda mi vida, pienso mucho y actúo poco, y me cuesta demasiado avanzar, crecer, pensar, amar. Pues toda mi mente está llena de dudas, dudas estúpidas, sin sentido y siempre trato de darles una justificación, pero jamás la tendrán.

La mayoría del tiempo detesto mi mente, aunque muchos la elogien, aunque no entiendan lo feo, lo difícil que es estar pensando todo el tiempo.

Aunque mi mente ya no se jode tanto como antes, aun así, es complicado lidiar todos los días con lo compleja que puede llegar a ser cuando un tema que me preocupa me importa, me molesta o me invade la conciencia, porque mientras más pienso, menos estoy en mi realidad y me pierdo de todas las cosas importantes que tengo que hacer en mi día a día.

Son pocas las veces al mes en las que no pienso en nada que me atormente. Nada que me robe el sueño hasta altas horas de la madrugada.

Toda mi vida he padecido de insomnio. No duermo, por mucho que esté cansado, y si fuera por mi cabeza, no dormiría jamás. Me la viviría 24/7 valiendo verga frente a la computadora, con mi libreta cerca y música de fondo para acompañar la incesante voz que todo el tiempo me dicta qué escribir, y qué contar. Aunque a veces no odio mi mente del todo, y es muy sencilla la respuesta, porque la cabrona sabe estructurar versos todo el tiempo, y mientras más profundos se vuelven, más impacto tienen en mí, y por ende a personas que han sufrido o pensado lo mismo que yo.

Juzgo a la cabrona de manera injusta, porque a pesar de darme un constante tormento, también me da tanto qué compartirle al mundo, y eso me hace feliz, pues, hay tantas cosas que vivo que, cuando lo vuelva poesía, ayudará, aunque sea a una persona. Porque cambiando una vida, la mía habrá cumplido su propósito, y aunque lo logre, hay tanto qué dar aún de mi parte.

INTERNODonde viven las historias. Descúbrelo ahora