2. Tengo prisa

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El preescolar había sido pan comido para el pequeño Jack.
No había trazo que no pudiera dibujar e incluso con la ayuda de Piper, ahora estaba comenzando a leer cuando sus compañeros a penas y sabían distinguir sus propios nombres del resto de palabras.
La mayoría del tiempo, Piper había optado por enseñarle en casa, puesto que no se sentía cómoda dejándolo a cargo de otras personas, pero el último año habían intentado incorporarlo a un colegio público, y el asunto estaba resultando bastante difícil.

Estaba en una clase avanzada, pero pronto debía iniciar el siguiente nivel, aunque la rubia se sentía un poco insegura aún al respecto, puesto que sería obligatoria la asistencia todos y cada uno de los días escolares.
Jack siempre sería su bebé sin importar cuántos años tuviera, y llegaba a creer que no había ni un solo lugar seguro para su pequeño en donde ella no estuviera, así que sí, era sobreprotectora.
Pero, ¿Qué otra cosa podía ser una mujer a la que habían dejado a su suerte cuando más necesitaba a alguien? No quería que su hijo sintiera esa soledad y desesperación jamás, aunque ahora con su próxima partida quizás eso era un hecho inevitablemente fuera de sus manos.

Como todas las mañanas, Piper subió temprano al autobús con ruta hacia el colegio público donde Jack asistía con el pequeño adormilado arrastrando los pies junto a ella, y desde la parada del transporte hasta la puerta de la escuela, la rubia caminó tomada de la mano de su pequeño.
Al llegar a la puerta sonrió aoltandolo suavemente mientras le recogía un par de rizos despeinados de la cara y la nostalgia la invadió de nuevo.
Le besó la frente y utilizando sus dedos índices, le estiró los labios del rostro serio al niño para simular una sonrisa y luego lo hizo girar para que entrara a la escuela, era difícil que Jack quisiera estar ahí, pero también muy necesario.
Con una mueca de tristeza, el pequeño rubio levantó su mano mirando hacia su madre que se había quedado atrás y le dijo adiós, recibiendo como respuesta un beso soplado desde la palma de Piper.
Odiaba estar sin ella en un lugar donde las personas parecían interesarse más por las matemáticas que por las artes y los sentimientos del corazón, que su madre le había enseñado, eran lo más importante.

Ambos deslizaron las manos por la pared de concreto, cada uno por un lado distinto de la barda, como si pudieran ver a través de ella. Como si hubiera la más mínima oportunidad de que se sintieran a través del grosor del cemento, y al mismo tiempo se detuvieron en el mismo punto para retroceder nuevamente hasta la entrada.
No era la primera vez que lo hacían, pero Piper siempre tenía la esperanza de que su pequeño fuera contento a la escuela, aunque la verdad era que ella tampoco quería dejarlo ahí.

— Jackson. — dijo ella fingiendo un tono de regaño.

— ¿Qué pasa, mamá? — preguntó tomando los tirantes de su mochila con curiosidad.

— ¿De verdad nunca planeas ir a la escuela?

— No, jamás me iré. — dijo con propiedad.

— Está bien. — suspiró tendiéndole la mano — Lo intentaremos de nuevo mañana. Pero que quede claro que en algún momento deberás ir al colegio, ¿Está claro? Quizás cuando tengas quince o con lo listo que eres, tal vez podemos enviarte directo a la universidad.

— Aún así creo que te llevaría a vivir conmigo. — dijo mirándola con esos ojos azules a los que Piper no podía decirles que no.

Caminaron unas cuantas calles hasta poder tomar otro autobús y dirigirse al trabajo de Piper en una cafetería.
Había pasado varios años de su vida sirviendo en ese lugar, pero dado que en el también trabajaba su mejor amiga Polly, tenían una bodega para ellas solas poder tomar sus comidas e incluso dibujar murales en las paredes, sin contar que a nadie le molestaba que Jack estuviera la mayoría del tiempo ahí, era exactamente lo que la rubia necesitaba para mantenerse a ella y su hijo, además de tenerlo cerca todo el tiempo.
Así que no aspiraba a más, y menos aún en las circunstancias en que se encontraba en ese momento de su vida, donde pronto ya no estaría en el plano terrenal.

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