21. Nosotros vamos a cuidarte

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Por la noche, Piper había insistido en que Jack se quedara con ellas en la cama. Le había besado la frente hasta que el niño se quedó dormido y luego, había hecho lo mismo pero con el rostro de Alex que estaba un poco frustrada y triste porque conocía los motivos de Piper para hacer aquello.

Al día siguiente se cumplía el diagnóstico que el doctor había dicho respecto al tiempo de vida que según los antiguos estudios de la rubia habían revelado, y por supuesto que Piper estaba preocupada todavía porque fuera de verdad y que las posibilidades de superar la enfermedad fueran solamente ideas positivas que estaban creándoles esa ilusión que, de hecho, habían prometido que no iban a hacerse y que sin embargo, ahora ya eran como un hecho que les había logrado mantener el ánimo en alto, sobre todo a la rubia.

No quería dormirse. Tenía miedo de cerrar los ojos y no volver a abrirlos al día siguiente en que el sol debería despertarla.
Se abrazó al pecho de Alex que con suavidad le acarició el cabello y le repartió besos en la cabeza buscando calmar las ansias que la hacían mantenerse despierta, y queriendo ocultar que ella misma también estaba llena de temores al respecto de la salud de su esposa.

El sol se levantó como cada mañana iluminando la ciudad, y los ojos verdes se abrieron acostumbrándose con dificultad a la luz. Había estado despierta hasta tan entrada ya la madrugada que ni siquiera tenía mucho entusiasmo de levantarse.
Se estiró y giró con cautela hacia Piper que parecía bastante quieta dándole la espalda. Alex no pudo resistirlo y se abrazó a ella mientras enterraba su rostro en los rizos dorados aspirando su aroma que siempre iba a ser como su hogar.

Piper no se movió.
No hasta que Alex se incorporó un poco para verla y descubrió con tristeza que los ojitos azules estaban sonrojados mientras su esposa no dejaba de llorar aferrándose a Jack aún dormido en sus brazos.
Pero aquellas lágrimas no eran de tristeza, si no más bien, de alegría pura por haber tenido la oportunidad e abrir sus ojos nuevamente y estar en medio de sus dos amores como siempre había anhelado despertar desde que tenía memoria.

Alex no había sentido los suaves besos que Piper había depositado recorriendole el rostro a penas había despertado, y luego de agradecer al destino por un día más de poder estar cerca de ella, de su único y verdadero amor que, aunque ajena a toda la felicidad que le estaba inundando el pecho, la hacía siempre y cada segundo la mujer más feliz del mundo entero.
Luego, con suavidad, Piper se dio la vuelta para ver a su desordenado hijo completamente dormido y atravesado a lo ancho en la cama con una de sus piernas sobre las de Piper, y ella simplemente lo abrazó, pegando su pequeña cabeza despeinada a su pecho.

Las lágrimas no pudieron contenerse porque ella estaba tan feliz de verlos a ambos que simplemente no pudo evitar que poco a poco su rostro se inundara.
Sentía que su corazón se agitaba solo de pensar en lo que estaba sintiendo y lo mucho que le gustaba abrazar a su pequeño cuando dormía porque lo sentía como un bebé, como había sido hacía años atrás y como seguiría siendo sin importar la edad que tuviera.

— ¿Por qué llora mi princesa? — preguntó Alex con dulzura mientras la envolvía en sus brazos pegándose completamente a ella.

— Soy feliz, Alex... — sollozó — Parece un sueño pero estamos aquí los tres.

— Siempre estaremos juntos, amor... No llores... Solo disfruta el momento, disfrútanos estando aquí, a tu lado.

— Son lo que más amo. — dijo limpiándose las lágrimas — Y ya no quiero irme a ningún sitio. ¡Dios! Ni siquiera sé cómo pensé en dejarme vencer tan fácil... Antes de ti no podía pensar siquiera en costear otro doctor, y menos del otro lado del mundo. — sonrió — Por ello no tenía esperanzas de conseguir una nueva oportunidad de vida, pero ahora no puedo evitar querer quedarme aquí con ambos.

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