16. ¿Y... Ahora?

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El viaje fue bastante estresante para Piper, pues aunque había subido a aviones cuando era niña y sus padres insistían en ir de vacaciones a algún sitio lejano, ella no había volado ni una sola vez después de eso.
No quería que Alex notara lo asustada que estaba, pero dado que su respiración estaba por demás agitada y sus manos temblando, fue imposible que la pelinegra no hiciera la pregunta obligada ante una situación así.

— ¿Estás bien, cielo? — su mano cálida se posó en el muslo de Piper que no despegaba sus ojos de la ventanilla mientras apretaba ambos posabrazos.

— Sí... — pasó saliva — ¿El avión despegará pronto?

— Sí, de hecho en cualquier momento... — siguió observándola — ¿Quieres tomar mi mano para estar más segura?

— Eso me gustaría mucho. — asintió la rubia al fin volteando a ver a Alex cuya sonrisa afable le devolvió toda sensación de que estaba bien.

— Es normal que tengas miedo, pero, ¿sabes? Las probabilidades de un accidente aéreo son 1 en 1,3 millones, lo que nos reduce a que es más probable que tengamos un accidente en auto o incluso en un ascensor.

— No me estás ayudando... — la rubia cerró los ojos cuando el capitán comenzó a hablar respecto a que iban a despegar y su mano apretó con fuerza la de Alex.

— Es solo una pequeña turbulencia, estaremos bien, ¿de acuerdo? — Alex se inclinó hacia ella y le besó la cabeza una y otra vez mientras el avión tomaba altura.

Pronto estuvieron volando entre las nubes y los ojos de Piper dejaron de apretarse poco a poco para volver a mirar hacia la ventanilla.
Las alas del avión rasgaban las nubes y parecía que simplemente se deslizaban suavemente por el cielo sin ninguna especie de turbulencia como la rubia se había imaginado, y desde luego que era una vista preciosa, por lo que de inmediato se sintió un poco más tranquila.

De cualquier manera y aunque la rubia incluso se estaba poniendo un poco adormilada, Alex no le soltó la mano ni siquiera un segundo.
Pidió un par de almohadas a una de las azafatas y entonces Piper se acurrucó a su lado como un pequeño gatito buscando calor. Así que Alex la abrazó como le fue posible y aunque la rubia no se lo había pedido, su novia fue tan cortés como para darle un resumen sobre la historia del libro que estaba leyendo y luego comenzó a leer para ella desde la página en donde ella había dejado la lectura.

La voz de Alex era relajante.
Parecía como si fuera una cuenta cuentos profesional, pues respetaba los signos de puntuación y hacía diferentes entonaciones que daban más impresión de profesionalismo a la lectura. 
No había silencios fuera de lo planeado, ni tampoco exageración en los tonos de voz, más bien la pelinegra estaba haciendo de aquello una experiencia tan mágica que Piper comprendió al instante por qué a Jack le gustaba tanto que fuera Alex quien lo arropara por las noches y le contara todas esas historias que él también estaba aprendiendo a leer.

Desde luego que la rubia estaba enamorada de todo respecto a Alex, pero sin embargo, su voz era algo que simplemente no tenía comparación. 
Piper jamás había tenido la dicha de que alguien leyera para ella, y menos aún de la forma increíble en que Alex lo hacía, por lo que aquella simple lectura que para Alex era más bien un método de relajación para su novia, significó demasiado para Piper, cuyo cuerpo poco a poco se fue sintiendo tranquilo y lleno de paz.

Y en efecto, un estudio señala que aún cuando el efecto visual influye en la percepción que se forma uno de las personas, el efecto de la voz es aún mayor para formarse una imagen o idealizarla. Así mismo la voz de Alex hacía que Piper se sintiera segura y protegida, por lo que no podía evitar sucumbir ante ella y dejarse llevar por los encantos de aquella voz gruesa que recitaba textos para ella, solo para ella.

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