1. ¿Qué pasa cuando mueres?

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Las manos de Piper estaban llenas de carboncillo casi todo el tiempo, y esa mañana, frente al escritorio de la doctora cuyos labios no dejaban de moverse mientras explicaba una y otra cosa que la rubia prefería no escuchar tan atentamente, no era la excepción.
Se estaba esforzando y vaya que Piper siempre lo hacía, pero esta vez, detallando alguna especie de osamenta craneal en su libreta de dibujo, parecía especialmente tensa, oprimiendo la punta de su lápiz con más fuerza de lo normal.

Levantó el rostro y observó a la doctora ahora recorrer con el ceño fruncido algunos documentos que inevitablemente daban el diagnóstico de los estudios que se había realizado.
Tenía algo de tiempo sintiéndose mal, y aunque no quería darle demasiada importancia, necesitaba al menos corroborar que las cosas estuvieran bien con ella. O al menos no tan mal como para tener que preocuparse en serio.
Pero no había nada nuevo ni tampoco alentador en todo el discurso que la doctora se había esforzado en dar de la forma más respetuosa que había podido. Así que simplemente abrazó su cuaderno pegado a su abdomen y salió del consultorio para mezclarse con el resto de las personas que iban y venían por los abarrotados pasillos del hospital.

El aroma a santitizante y las batas blancas que se movían como fantasmas ondeando sus largas túnicas le hicieron sentir mareada de pronto, así que se quedó parada por unos instantes, pero eso no mejoró nada.
Se sentía como si estuviera parada sobre la arena de la orilla en la playa, que sin importar que tan firme estuvieran sus pies clavados en los finos sedimentos, las olas siempre conseguían desplazarla de lugar sin el más mínimo esfuerzo.
Muchas veces había visto una playa desolada tanto en sueños como en las visiones cuando desconectaba del resto, como en ese momento, parada en medio de todo el mar de enfermos, doctores y enfermeras.
Y es que esa era una forma de tranquilizarse a sí misma, pero en esa ocasión no le estaba sirviendo mucho.

Se vio a sí misma avanzando hasta el agua en esa visión ahora revuelta del mar, aún con sus tenis y la ropa puesta, como si no le importara ya perder nada más, porque era así.
Tomó una respiración honda y suspiró, intentando retomar su camino con la mayor calma posible para no caer en las escaleras.
Minutos antes había estado con su doctora, quien llevaba ya tiempo atendiéndola, y precisamente acababa de decirle que le quedaban solamente cinco meses de vida, pero eso no había impresionado a Piper. De hecho, lo había tomado tan bien que la misma doctora le recomendó ver a un psiquiatra.
Pero ella no lo necesitaba, simplemente se sentía cómoda con el tema de la muerte dado que sus síntomas eran bastante inconfundibles, y cuando la noticia llegó a sus oídos, incluso la rubia se había atrevido a preguntar si de verdad le quedaban cinco meses y no tres, a lo que incluso la doctora más preocupada que la misma paciente, había asegurado que en efecto, eran aproximadamente cinco meses.

Pero dada la situación, si ya era un mes más o uno menos, a Piper le daba exactamente igual.
Y dejó pasar la noticia sin más preguntas incómodas para su doctora porque no quería seguirla escuchando y tampoco tenía ánimos de discutir, pues siempre tenía algo mejor que hacer al llegar a casa.
Salió del hospital deseando no tener que gastar ni un minuto más de los últimos cinco meses de su vida en un sitio tan deprimente como ese, y aunque pocas veces había tenido que estar ahí, lo detestaba.
Al igual que odiaba muchas cosas que habían sucedido en su pasado, y justo en el momento en que subió al autobús de la ruta hacia su pequeño departamento alquilado, comenzó a reflexionar sobre ello.

¿Qué podría decir ella respecto a su pasado? Bueno, a juzgar por su propio criterio ella sentía que había tenido una gran vida, quizás corta, pero bastante buena.
Había vivido tanto como había podido, y había resistido unas cuantas embestidas con la espada de la realidad que ya no tenía miedo de morir.
Había conocido a quien ella creyó el amor de su vida años atrás, y aunque había bastado una noche para enamorarse y cambiar el rumbo de su vida, nunca más había vuelto a tener noticias o a verle otra vez. Pero aún tenía recurrdos bastante vívidos que la acompañarían hasta el último de sus días. Y desde luego que ese era un problema menor, al que prefería no prestarle demasiada atención. Aunque sí que tenía un problema mucho muy grande.
Aunque en realidad, era algo pequeño. De cabellos ondulados y rubios a quien todas las mañanas le besaba la cabeza y él la llamaba “mamá”.

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