20. Deberíamos llamar al doctor

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Alex se desperezó estirándose en la cama. Había estado evitando el hecho de que al día siguiente debía ir a la oficina sin ninguna excusa, y aunque solamente iría parte del día luego de dejar a Jack en la escuela y al salir él también ella dejaría el trabajo, ahora estaba bastante adaptada a la vida en casa y a atender a su esposa como lo necesitaba.

Giró sobre su costado buscando abrazar el cuerpo delgado de Piper para preguntarle qué le apetecía desayunar, pero lo único que sintió en su cama fue vacío y sábanas bastante frías.
De inmediato abrió los ojos buscando a la rubia por toda la habitación, pero no estaba ahí.
Con una mueca se levantó de la cama y avanzó hacia el baño. Ya sabía que a veces las náuseas hacían a Piper salir tan rápido de la cama que solo lograba marearse más y empeorar la situación.

No le molestaba tener que limpiar el piso del baño y el retrete, pero sí se sentía terrible solo de ver la mueca de disculpa en el rostro de su esposa que aún sin fuerzas quería ayudar a limpiar el desastre que su enfermedad causaba, pero eso era lo de menos.
Y antes de tener que convencerla de cambiarse la camiseta y volver a la cama para seguir descansando, pensó en conseguir un trapeador de la alacena en el pasillo, pero cuando salió de la habitación, escuchó ruidos en la cocina y el aroma a tocino estaba ya invadiendo todo el espacio y su estómago rugió de pronto.
Ni siquiera era consciente de que tenía hambre hasta ese momento.

Bajó las escaleras haciéndose una coleta para ver si lo que pensaba estaba sucediendo, o era eso, o Jack había aprendido a cocinar en una noche. Ella misma sonrió ante sus propios pensamientos absurdos y al girar para atravesar la puerta de la cocina, vio a una rubia con su camiseta de franela holgada de espaldas a ella batiendo huevos en un tazón.

Alex luchó con todas sus fuerzas por no deslizar sus ojos en las largas piernas que sobresalían debajo de la camiseta y suspiró. Tenía a la esposa más hermosa del mundo entero, y ahora viéndola de pie mientras cocinaba el desayuno al parecer para toda la familia le hizo sentir un inesperado palpitar que denotaba bastante rapidez y fuerza en su pecho.

— ¿Me perdí de algo? — preguntó sonriendo mientras se acercaba a ella y la rubia de inmediato decidió girar con una enorme sonrisa en los labios.

— No vas a creerlo... — sonrió con timidez y se llevó la mano a los labios — Desperté y pensé que estaría con el estómago revuelto, pero para mi sorpresa no fue así. Entonces me levanté y quise despertarte, pero te veías tan linda durmiendo que solo pensé, ¿Por qué no le hago el desayuno a mi maravillosa y amada esposa?

— ¿Te sientes bien, de verdad? — la examinó con la mirada acercándose más.

— Aún me faltan energías, pero no tener náuseas ya es un gran alivio. — Piper le acarició los brazos con soltura — ¿Es que has hecho ejercicio? — preguntó apretándole los músculos que no eran nada prominentes en sus pálidos brazos — Se siente bien tocarte así...

— Deberíamos llamar al doctor... — dijo abrazándola por la cintura y pegándola a su cuerpo — Y no, boba, yo no hago ejercicio.

— ¿Es en serio? — se burló la rubia girando de nuevo hacia la estufa para hacerse cargo del desayuno — Te digo que me siento bien y tú quieres hablar con el doctor, ¡Que ironía!

— Pero dijimos que le avisaríamos cualquier cambio, y esto lo es. Aunque en realidad es uno muy bueno.

— Lo único que quiero es un beso muy bueno... — coqueteó sabiendo que Alex no iba a resistirse, y así fue.

Las manos de Piper se aferraron a las mejillas de la pelinegra para atraerla hacia ella y entre risas sus labios se encontraron unidos y compartiendo el delicioso contacto que tanto hechaban de menos al no poder profundizar sus besos de esa forma en que les encantaba hacerlo.
Y como la mayoría de las veces, fue la rubia quien buscó ir más allá, introduciendo su lengua en la boca de Alex.
El sabor de su saliva y la forma en que de inmediato accedió y succionó con suavidad su lengua, la hicieron gemir de forma audible, mientras que las uñas de Alex se encajaban en la piel de su cadera.

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