7. Quería ver si podías protegernos

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Uno de esos días en que la pelinegra se había podido hacer un espacio para ver al par de rubios que la habían vuelto loca, Piper seguía haciendo su turno de forma normal en la cafetería.
Era una mañana tranquila, incluso luego de su ritual de siempre en el que pretendía hacer que Jack se quedara en la escuela y resultaba que terminaba caminando con él de la mano hacia su trabajo, los pájaros parecían cantar de forma diferente. Más animada y alegre, como si ellos mismos supieran lo maravilloso que era el hecho de que Alex se pasaría por ahí esa mañana.

Las mesas limpias estaban casi libres en su totalidad, y el aroma a café tostado emanaba de las máquinas con especial espesor que hacía sentir el sitio como un cálido hogar.
Los panecillos que habían entregado esa mañana para los desayunos parecían también especialmente esponjosos, y aunque su pequeño hijo amaba comer cosas dulces para el desayuno y en realidad a cualquier hora, Piper no quería ceder ante sus peticiones, por lo que mientras él hacía un dibujo con sus lápices de colores sentado en esa mesa del rincón que siempre estaba ocupada por él, la rubia pretendió prepararle un desayuno más o menos nutritivo. Tampoco ella era tan estricta, pues más que nunca comprendía la importancia de disfrutar cada día como si fuera el último.

— Aquí tienes jovencito. — sonrió Piper colocando un plato de ensalada de frutas, un vaso de leche y un par de Oreos.

— ¿No hay helado de galleta? — refutó él.

— Es prácticamente lo mismo, tienes galletas y tienes leche. Además de fruta que pueden ser como topings. — se puso de cuclillas recargando sus brazos y mentón en la mesa para mirarlo a los ojos y fingiendo caminar con sus dedos en el brazo del niño, trató de levantarle el ánimo — No estés molesto mi amor, recuerda que hoy vendrá Alex a vernos.

El niño estaba a punto de responder cuando una voz bastante conocida para ellos se escuchó del otro lado de la cafetería, haciendo que ambos rodaran los ojos.

— ¡¿Amor?! — gritó la pelirroja que siempre molestaba a Piper llamándola así — ¿Puedes venir por favor?

— En seguida. — respondió con la mandíbula apretada volteando a verla.

Los ojos de Jack se oscurecieron de pronto. Jamás le había interesado demasiado ser mayor, pero cuando esa mujer molestaba a su madre deseaba con todas sus fuerzas ser un adulto al que todos respetaran para poder ponerle un alto a esa mujer que seguía insistiendo en faltarle el respeto a su mamá.
La miró con especial enojo y aborreció el hecho de que su madre tuviera que trabajar en ese lugar y hacer caso a los clientes aunque fueran tan insoportables como esa mujer.

Pero antes de que Piper se acercara siquiera la mitad del camino hacia Zelda que aguardaba por ella con una sonrisa de satisfacción en los labios, un par de manos fuertes y pálidas se afianzaron de los hombros de la pelirroja observándola con una mirada asesina detrás de su silla.
No había mejor momento para que Alex llegara a la cafetería que precisamente ese en el que la pelirroja se estaba sobrepasando otra vez.
La rubia frenó en seco al ver la expresión en el rostro de Alex, parecía que la calidez de esos ojos verdes que siempre había adorado ahora había desaparecido por completo, dando paso a una mirada fría y completamente molesta.
No hace falta decir que Alex era imponente de cualquier forma, pero ahora que la veía molesta simplemente un temblor recorrió el cuerpo de Piper.

Había cierto grado de felicidad por ver a la pelinegra ahí, pero era extraño verla tan molesta.
Piper no supo cómo definir lo que Alex le estaba haciendo sentir en ese momento, solamente tomando a Zelda por los hombros y a punto de decir algo con los dientes apretados y amenazadores, pero dentro de su vientre había un calor diferente a lo que había sentido alguna vez.
Era una especie de calambre pero no desagradable, si no, algo así como calor tenso que le estaba erizando la piel.
Era excitación.

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