Pues qué divertido (Oscuridad)

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Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

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Inuyasha Taisho llegaba a la oficina todas las mañanas exactamente a las 07:03.

Kagome Higurashi llegaba a la oficina todas las mañanas exactamente a las 07:04, evitando al famoso hermano Taisho que estaba parado coqueteando con la secretaria.

Tanto Inuyasha como Kagome esperaban el ascensor exactamente a las 07:05.

El ring que señalaba el regreso del ascensor hizo que los dos levantaran la cabeza. Tras esperar a la multitud de empresarios y empresarias, ambos entraron en el espacioso cubículo. De lunes a jueves, Kagome pulsaba el botón de la decimoquinta planta. Los viernes, Inuyasha pulsaba el botón porque se sentía generoso.

Ni Inuyasha ni Kagome se hablaban. Nunca tenían que hacerlo.

Como era la asistente de Sesshomaru Taisho, el medio hermano y socio de Inuyasha, Kagome solo hablaba directamente con Sango Houko, que era la asistente personal de Inuyasha. Así era cómo funcionaba el negocio. Se hablaba con aquellos para los que se trabajaba directamente o con los que tenían la misma posición que uno. Era como el instituto, solo que peor.

Tenía que haber al menos diecisiete personas de pie dentro del ascensor. Con los botones pulsados para ir a las plantas cuarta, quinta, séptima, octava, décima, duodécima y decimoquinta, seguro que les llevaba un rato. Cinco de los quince se bajaron en la cuarta planta. Tres se fueron en la quinta. Dos, en la séptima. Cuatro, en la décima. Uno, en la duodécima.

Finalmente estuvieron solos.

Siguieron sin hablar.

Inuyasha levantó la cabeza y asintió en su dirección, el único gesto que hacía en reconocimiento a su existencia. Kagome le dirigió una media sonrisa en respuesta. Su jefe le recordaba constantemente lo estúpido y poco fiable que era Inuyasha. Inuyasha estaba cansado de oír el nombre de Kagome esto y Kagome aquello porque, al parecer, su asistente personal, Sango, y la tal Kagome eran mejores amigas.

Cuando ocurrió, estaban en algún lugar entre la decimocuarta y la decimoquinta planta. «Ocurrió» hace que la situación suene mucho más fácil de lo que en realidad es. «Ocurrió» es en realidad el suceso del ascensor averiándose, dejando de funcionar y quedándose solo con la luz de emergencia.

Inuyasha no estaba contento.

Kagome quería llorar.

Se quedaron juntos en un momento de silencio, los dos tratando de procesar su situación. Se habían quedado con un cubículo oscuro que los tenía atrapados en ese momento. Solo hubo un suave zumbido de las luces de emergencia encendiéndose, apenas lo suficiente para iluminar sus rostros.

Tras pulsar el botón de emergencia, Kagome sintió que el sudor empezaba a bajar por su cuerpo, con los ojos abiertos con pánico. Estaba tan oscuro, era tan pequeño y mierda. Una voz de sonido estático llegó de los altavoces e inmediatamente suspiró de alivio.

—Inuyasha, te dije que no te comieses esos dónuts para que no rompieras el ascensor con tu peso.

No era la más tranquilizadora.

—Vete a la mierda, Miroku —dijo Inuyasha entre dientes, acercándose a Kagome y mirando hacia el altavoz. Era casi como si esperase ver una cara y no solo oír el diminuto sonido de una voz a través de un cable—. ¿Qué pasa? ¿Por qué no se mueve el ascensor?

—No estoy seguro. Claramente, solo soy un guardia de seguridad —dijo Miroku Tsujitani, en absoluto resentido—. Pero puedo veros por la cámara. Saludad.

—Pues vete a por ayuda, gilipollas —dijo Inuyasha, apretando los dientes—. Y no seas estúpido. ¿Estamos a salvo aquí siquiera?

—No os vais a caer ni nada —contestó Miroku, aunque Kagome personalmente pensaba que no sonaba tan seguro—. Ya he llamado a Emergencias y al personal de emergencias. Veremos si podemos sacaros de ahí.

—Nada de veremos —soltó Kagome, sintiendo la tensa presión en su pecho—. Sácame de aquí.

Hubo un silencio incómodo en el que Inuyasha y Kagome solo pudieron oír su leve respiración. Inuyasha se acercó un poco más, todavía mirando hacia el altavoz. Kagome retrocedió un paso hacia la esquina, sintiéndose atrapada y más que un poco enferma. Intentó calmar su corazón, tomar el control de su respiración, pero no estaba funcionando demasiado bien.

Por primera vez, Inuyasha se giró para mirarla con ojos oscuros. No los distinguía muy bien con las luces bajas.

—¿Estás bien?

—Sí —dijo entre dientes, intentando no sonar como la niña atemorizada que tan desesperadamente quería ser.

—Vale, bueno, deberían estar aquí pronto, chicos. ¿Tenéis comida? —preguntó Miroku—. ¿Agua, algo para picar y cosas así?

—¿Por qué demonios iba a llevar mierda de esa conmigo? —preguntó Inuyasha, poniendo los ojos en blanco—. ¿Qué soy? Un...

—Asistente personal —interrumpió Kagome, soltando una risa estrangulada—. Tengo tres botellas de agua, mi comida y un par de barritas energéticas.

Inuyasha se limitó a mirarla con expresión desconcertada.

—¿Que tienes qué?

—Bien —contestó Miroku, interrumpiendo lo que fuera que Kagome iba a decir en respuesta—. Sentaos y relajaos por ahora. La ayuda está en camino.

—Vete a por Sango, ¿quieres? —pidió Inuyasha—. Necesito hablar con alguien que sea competente y que pueda decirme bien lo que pasa.

—Estoy dolido —se rio Miroku.

Inuyasha iba a decir algo más, pero Kagome dejó de escucharle, intentando tranquilizar su corazón. Tenía que centrarse en algo. Al girarse a mirar al hombre que estaba en el cubículo con ella, se dio cuenta de lo alto que era y de que tenía el pelo largo y liso. Llevaba pantalones de vestir oscuros con camisa y corbata. Obviamente, hacía mucho ejercicio, ni siquiera la floja camisa podía esconder la figura musculosa que asomaba por debajo. Desde todos los puntos de vista, era muy atractivo, con oscuros ojos ardientes y una profunda voz arrulladora.

Kagome captó el final de la conversación.

—Cálmate, Inuyasha. Tú siéntate y ten un merecido descanso. —Miroku soltó un largo suspiro que el altavoz no pudo ocultar.

—Mantenme al tanto —insistió Inuyasha antes de mirar a su alrededor y sentarse. Su mirada conectó con la de ella por un momento, deteniendo el tiempo—. Pues qué divertido.

—Extremadamente —respondió Kagome, sonando miserable e intentando no gritar en la oscuridad.

Música de ascensorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora