Ni tanto ni tan poco (Luz)

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Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

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En la mente de Inuyasha, ese día no tenía nada de malo.

Se había levantado a la hora habitual, había pospuesto la alarma una y otra vez hasta que habían pasado treinta minutos y de verdad tuvo que levantarse. Se había duchado y vestido, poniéndose cualquier cosa planchada y listo para un duro día de trabajo y de duras decisiones.

Había llegado al edificio a su hora normal: las 07:03. La secretaria le había guiñado un ojo y se había pasado unos minutos hablándole dulcemente hasta que se despidió y se dirigió al ascensor. Eran y cinco entonces, lo que le daba el tiempo suficiente para subir y estar en su mesa para las 07:09. Sango normalmente estaba allí con montones de papeles en sus manos que insistía que él tenía que firmar. Los firmaría y luego escucharía a su asistente divagar sobre su día. Reunión a las diez. Llamada con clientes a las once. Comida. Reunión a la una y media. Reunión a las tres. Algo para picar. Llamada obligada a las tres y treinta y tres. Quejarse de Sesshomaru a las cuatro cincuenta. Bajar por el ascensor, pasar junto a la secretaria y salir por la puerta a las cinco.

Inuyasha no era nada sino predecible.

Pero esto... era algo impredecible, no planeado, emocionante. Estaba atrapado en un ascensor con una mujer que estaba muy buena y, a decir verdad, ¿a quién le importaba una mierda el papeleo? Sesshomaru era un estirado. Mientras estaba atrapado en lo que él consideraba un minicrucero, Inuyasha planeaba relajarse.

Hasta que la mujer guapa empezó a hiperventilar, entonces las cosas se volvieron un poco complicadas. Inuyasha no era claustrofóbico. Las multitudes no le molestaban y los espacios apretados normalmente le hacían sentirse más seguro. Sin embargo, esta chica era todo lo contrario.

Ah, sí, y era la asistente de su medio hermano.

Vale, Inuyasha la conocía más que como solo la «mujer que estaba muy buena». La veía cada jodido día, a excepción de la mayoría de fines de semana. Ella incluso había estado una vez en su apartamento, cuando Sesshomaru casi tiró la puerta abajo y lo mató con su mirada de hielo. El hombre tenía serios problemas sociales, pero era extremadamente peligroso cuando el negocio estaba en riesgo.

En fin, volviendo a la chica: Kagome Higurashi. Sango balbuceaba sobre ella constantemente, diciendo «Kagome hizo esto» o «Kagome hizo lo otro». Al parecer, Kagome era muy buena amiga porque le había dado un puñetazo a un tipo que había estado molestando a Sango durante días. Sango había devuelto el favor dos días más tarde cuando un borracho le había tocado el pecho.

¿El problema de las asistentes femeninas? Información que no te importaba.

Aun así, Inuyasha habría mentido si dijese que no estaba interesado. La mujer estaba buena, como había dicho, y tenía que tener talento para estar trabajando en su empresa. Aunque nunca habían hablado, Kagome le había parecido una persona agradable. Sango siempre alababa a su amiga. Sesshomaru nunca se quejaba. Nunca había habido informes desfavorables de ella.

Unos tres meses antes, Sango una vez se había puesto a hablar sobre lo horribles que eran los hombres y sus tendencias pervertidas. Inuyasha no era tonto, estaba hablando de Miroku. A pesar de ello, había puesto los ojos en blanco y había escuchado igualmente su chismorreo. No había tenido nada mejor que hacer y acababa de quejarse de Sesshomaru momentos antes en aquella ocasión. Así que, sin nada que hacer, Inuyasha escuchó.

Al principio, Sango había entrecerrado los ojos, preocupada porque algo se hubiera apoderado de su jefe. El hombre nunca escuchaba, por lo que normalmente despotricaba ante él. Solo necesitaba desahogarse e Inuyasha era conveniente porque a) siempre estaba allí y b) no le importaba una mierda, en cualquier caso, así que, si la escuchaba, no iba a decir nada y, si no, bueno, por supuesto que no iba a decir nada. Pero entonces, cuando se dio cuenta de que no, su jefe no estaba drogado, ni borracho, ni ambos, habló.

Probablemente fue la conversación más rara del mundo e Inuyasha podía decir con seguridad que había tenido muchas charlas raras. Sango no paró de atacar a los hombres y a su estupidez mientras alababa a Kagome como a una jodida santa. La mujer tenía un brillo en su ser, una luz que brillaba desde los cielos...

Vale, puede que ni tanto ni tan poco.

Vale, tal vez no había estado escuchando realmente.

Pero independientemente de eso, Inuyasha había visualizado una suerte de bondad en la mujer incluso sin ni siquiera pensar mucho en ello. Era solo una idea natural sobre la asistente de su medio hermano que subía en el ascensor con él todos los días.

Y ahora, atrapado en el mismo artefacto que ella, veía muy poco de ello. Estaba tensa, cansada, respiraba demasiado superficialmente para su propio bien. Cada vez que parecía que se estaba poniendo de un blanco cada vez más mortal, se acercaba y la tocaba... en el hombro, brazo, mejilla... Al principio no había importado, en realidad, pero cuanto más lo hacía, más se veía atraído a hacerlo.

¿Qué clase de estúpida jodida idea era esa?

—Kagome, estás volviendo a empezar a respirar rápido —dijo Inuyasha, girando la cabeza para ver la de ella a menos de treinta centímetros de la suya. Era hermosa, se dio cuenta. No solo estaba buena. Tenía los ojos oscuros, el castaño se intensificaba bajo la tenue luz. Todavía podía ver el leve sonrojo en su piel, la forma en la que su pecho subía y bajaba rápidamente—. Relájate —susurró, apoyando el canto de su mano en su muslo.

Kagome frunció el ceño, bajando la mirada a su mano.

—Mm, ¿qué has dicho?

Al retirar rápidamente la mano, se sorprendió a sí mismo con la pérdida de calidez.

—Ralentiza la respiración.

—Oh —dijo la mujer con voz queda, todavía con la mirada fija en su pierna—. Perdón, empiezo a pensar y, aunque intente pensar en otra cosa, al final acabo con lo de estar atrapada en un ascensor, y no soy muy buena en esta clase de situaciones, quiero decir...

—Shh —dijo Inuyasha con firmeza, mirándola con furia—. Relájate. Vamos a salir de aquí.

—Quiero creerte —susurró, el frunce seguía en su rostro.

Inuyasha cerró los ojos, preguntándose cómo sería verla sonreír otra vez.

—De verdad que quiero.

Música de ascensorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora