¿Quién era? (Sed)

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Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

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—Entonces, tenemos que matar treinta minutos —dijo Kagome animadamente—. ¿Qué quieres hacer?

Podemos besarnos.

—Me da igual —resopló Inuyasha, no sintiéndose particularmente feliz en ese momento. Kagome era todo sonrisas y risitas ahora que sabía que iba a salir. Inuyasha... bueno, no sabía cómo sentirse al respecto. Y no sabía cómo sentirse en cuanto a no saber cómo sentirse al respecto. Si eso tenía algún sentido.

—Vale, bien. ¿Cuál fue tu primer coche? —preguntó Kagome, girándose para colocarse sentada y encarando directamente su lado izquierdo.

No iba a jugar a este juego. No con doña Felicidad. No. No podía enfurruñarse durante la mayor parte del maldito tiempo en que habían estado atrapados allí y entonces ¡bam!, estar toda feliz y esa mierda. No. ¿No se daba cuenta de que, en cuanto salieran, ya estaba?

—Un Mustang. —Había salido de su traidora boca antes de que se diera cuenta. Maldita sea.

Kagome puso los ojos en blanco.

—Eso es tan increíblemente típico. ¿Sabes cuál fue mi primer coche?

—No —contestó Inuyasha bruscamente. Levantó la mirada hacia el techo, sintiendo que su labio inferior sobresalía un poco más, pero sin saber qué hacer con eso. Nunca antes había hecho pucheros. Era una extraña sensación.

—Era una camioneta muy vieja y era impresionante —dijo Kagome, su sonrisa se hizo aún más grande—. Tenía pintura plateada desconchada y estaba oxidada en los bajos, pero estaba construida como un ladrillo. Chocaron conmigo cuatro veces por detrás en esa cosa en el instituto y mi camioneta no recibió daño ninguna vez. Era un tanque.

Inuyasha sintió que le cambiaba el humor cuanto más sonreía Kagome y cuanto más se animaba. Tuvo que obligarse a permanecer distante y, por eso, se estaba enfadando. No debería tener que intentar ser distante. Debería ser distante y ya. Punto.

—Pensaba que era un ladrillo.

—Eso también —concluyó Kagome, encogiéndose de hombros—. ¿Quién fue tu primer beso?

Inuyasha giró la cabeza para mirarla con una ceja levantada.

—¿De verdad quieres saberlo?

Y entonces, Kagome sonrió... enormemente. Era tan jodidamente genuina que parpadeó y se puso horriblemente nervioso. ¡No sabía qué hacer! ¿Qué haces cuando una mujer está tan condenadamente feliz, genuina, buena, cariñosa y toda la demás mierda?

—Quiero saberlo todo sobre ti.

Inuyasha resopló, dejando internamente que su mente se empapase de esa información. No querría conocerlo ahora y luego ignorarlo, ¿verdad? Eso no tendría sentido. Incluso él pensaba que no tenía sentido. A menos, claro, que solo estuviera intentando pasar el tiempo.

—Nazuna Orikasa —contestó—. Segundo de secundaria. ¿Y tú?

—Un chico realmente adorable llamado Hojo Ueda. Era probablemente la persona más dulce del mundo. Se interesaba por todo.

—Entonces ¿por qué no sigues con él? —preguntó Inuyasha, más por el bien de la conversación que por otra cosa. De verdad que no quería saber la razón por la que Kagome no estaba con ese tipo. No era para que pudiera averiguar más de lo que le gustaba y lo que no le gustaba. Y, sin duda, no era porque estuviera sonriendo malvadamente en su interior.

Un momento, estaba soltera, ¿verdad? ¿No habían hablado ya de eso?

Kagome se encogió de hombros, un pequeño frunce en sus labios mientras pensaba en ello.

—No estoy muy segura. Solo recuerdo que en aquel entonces sabía que no era... lo que yo quería. Era dulce, pero... —se interrumpió, encogiéndose de hombros una vez más.

—Y... —Inuyasha no estaba muy seguro de cómo preguntar esto—. Estás... soltera, ¿verdad? ¿Sí? —¿Hablamos de eso? Afortunadamente, se había callado para eso último.

Kagome se lo quedó mirando.

—Espero no parecer tan terriblemente desesperada.

—¡No! —se retractó Inuyasha, frunciendo el ceño. ¿Eso era lo que concluía de su pregunta? ¿Que era posible que pareciera desesperada? ¿Era tonta?—. Tú, eh, no.

—Vale —contestó Kagome, sonriendo un poco—. ¿Qué haces normalmente después del trabajo? ¿Te vas a casa, sales o qué? ¿Tienes alguna afición vergonzosa que contarme?

—Sin duda, no te lo diría —recalcó Inuyasha, poniendo los ojos en blanco—. Hay un bar en la calle Siete, justo en la esquina. Normalmente voy allí para tomar algo rápido antes de irme a casa.

—¿Solo?

Inuyasha asintió.

—No bebo, ¿recuerdas? Voy allí y normalmente me tomo un refresco, me pongo al día con los partidos y hablo con el camarero... es amigo mío. Normalmente me tomo una cerveza para saciar la sed de ella. Así no tengo que tener cerveza en casa. Prefiero que no haya allí, si puedo evitarlo.

Kagome se estiró entonces, tocándole ligeramente el hombro y bajando hasta el doblez del codo.

—Eso es bueno por tu parte, saberlo. No mucha gente pondría así los límites. Es bastante valiente por tu parte.

Él no lo veía así... lo de ponerse un límite, una línea que no debería cruzar. Inuyasha acababa de tomar la decisión de hacerlo. No le preocupaba convertirse en alcohólico o hacer las locuras y las cosas estúpidas que hacía de adolescente. Había crecido hacía mucho. Ahora solo lo asociaba a aquella época en la que era joven e infeliz.

—Supongo —dijo finalmente—. Nunca pensé en ello, en realidad.

Hubo silencio durante un largo rato, un silencio cómodo en el que Inuyasha sintió la calidez de su mano a través de su camisa. Repasó sus conversaciones, cuando había mencionado su pasado algo inestable.

—Oye, Kagome —dijo con voz queda, mirándola una vez más—. ¿Recuerdas que dijiste que estuviste... enamoradísima de alguien y que ese alguien nunca lo supo? ¿Quién era?

La pregunta era aleatoria, sus palabras acalladas rompieron el cómodo silencio. Kagome se sentó un poco más recta, apartando la mano lentamente de su brazo.

—Sabía que eso iba a volver para morderme en el culo.

Inuyasha se sintió culpable, pero quería saberlo desesperadamente.

—Bueno, ¿quién era?

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