Su primer instinto (Lágrimas)

199 36 0
                                    

Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

-x-

Inuyasha estaba contento picoteando las barritas para llevar. Estaba tan contento que la verdad era que se olvidó de que estaban atrapados a solas en un ascensor. No fue hasta que el crujido del altavoz cobró vida que recordó su difícil situación.

Miró hacia Kagome, que ahora estaba estirada en el suelo del ascensor, y puso los ojos en blanco ante lo rápido que se incorporó.

—¿Hola? —dijo una voz.

Inuyasha frunció el ceño. No la reconocía como la de Miroku o la de Sango.

—Soy Inuyasha. ¿Quién eres?

—Me llamo Kouga Matsuno y soy el tipo que tiene la suerte de sacaros.

Si Inuyasha de verdad hubiera estado prestando atención a la vocecita en lugar de a los grandes ojos castaños de Kagome, podría haber notado el sarcasmo.

—Eh, genial. ¿Cuál es la situación?

—Necesito que me pulséis el botón del vestíbulo —dijo Kouga—. ¿Habéis probado eso ya?

Ahora que Inuyasha estaba empezando a prestar atención, notó un poco menos de sarcasmo y más una completa irritación.

—Yo sí —dijo Kagome, interrumpiendo y mirando a Inuyasha tímidamente—. Pensé que pulsarlo con fuerza ayudaría.

—Oh, hola —dijo Kouga, sonando mucho más feliz—. ¿Y tú quién eres?

—Kagome Higurashi —respondió Kagome mirando hacia el altavoz y girándose para volver a sentarse en su sitio—. ¿Qué necesitas que hagamos? ¿Volvemos a pulsar el botón del vestíbulo?

—Si pudierais, sería de gran ayuda.

Inuyasha frunció el ceño mientras miraba el altavoz.

—¿Disculpa, Matsuno? —No había error posible: hubo un claro suspiro—. Me resultas familiar. ¿Te conozco?

El tal Matsuno sonó menos que complacido mientras gruñía juramentos.

—Sí, idiota, me conoces. Supongo que no recuerdas mucho del instituto, ¿no?

Pensó en ello un momento, girando el nombre en su lengua. ¿Conocía a un Kouga Matsuno del instituto? ¿De verdad conocía a un tipo llamado Kouga?

Kagome lo miró raro antes de que hubiera un suspiro aún más alto en el altavoz.

—Jugamos al fútbol, jodido idiota.

¡OH!

—Lobo Sarnoso, ¿eres tú?

—Si no hubiera una damisela en apuros en el ascensor, me iría ahora mismo —dijo Kouga acaloradamente, exhalando—. Sigues siendo tan estúpido como lo eras entonces, Chucho.

—¿Hola? —llamó Kagome de repente, interrumpiendo la conversación—. Mirad, me alegro de que os hayáis encontrado vosotros y vuestro largo amor perdido el uno por el otro, pero de verdad que quiero salir de aquí.

—¿Qué? —farfulló Inuyasha, fulminándola con la mirada—. ¿Por qué dices eso?

Kagome lo ignoró, limitándose a presionar el botón del vestíbulo y observándolo como si de repente fuera a transformarse en libertad. Cuando no pasó nada, la mujer suspiró.

—¿Ha funcionado algo?

Hubo una suave maldición al otro lado.

—Un momento.

Durante un silencioso momento, no pasó nada. El crujido se detuvo.

—Necesito salir de aquí —susurró Kagome, con los ojos todavía fijos en los agujeros del dispositivo—. Una se puede olvidar hasta cierto punto.

Antes de que Inuyasha pudiera hacer un comentario sobre eso, el altavoz cobró vida.

—Sigue sin haber ningún movimiento. Por lo de ahora, voy a ver si puedo conseguir llevaros a tierra firme. Estáis atrapados entre la planta decimocuarta y decimoquinta. Os daré más información cuando la tenga.

Hubo un silencio inquietante en el ascensor hasta que Inuyasha finalmente se despidió. Ni siquiera necesitaba ver a Kagome para ver que estaba sufriendo. El problema era que sí la veía y había algo extrañamente terrible al respecto. Aunque tenía citas y relaciones, nunca se había permitido encariñarse. Inuyasha descubrió que solo se hacía más difícil a partir de entonces, una vez que la relación alcanzaba la meseta y desaparecía la emoción.

La mayoría de sus novias le habían acusado de tener miedo al compromiso. Siempre había discrepado porque había estado comprometido con su empresa desde que dejó de estudiar.

Pero esto... esto le estaba molestando. Y eso en sí mismo le molestaba más.

—Respira, Kagome —dijo de repente. Parecía importante que él dijera algo.

Kagome hizo eso mismo, dejando que su pecho subiera y bajara con su inhalación y exhalación superficiales.

—¿Crees que alguna vez saldremos de aquí?

Inuyasha se rio, aunque notaba incómodo y difícil hacerlo.

—Te dije que vamos a salir de aquí. Kagome, lo diré de nuevo. Vamos a salir de aquí.

Ella asintió rápidamente, dejando que su sedoso flequillo le cubriera los ojos. Momentos más tarde, oyó el más diminuto sollozo escapar de ella. No fue difícil entender que estaba llorando, las lágrimas caían por su rostro como silenciosas gotas de lluvia.

Su primer instinto fue alcanzarla. Su mano se estiró hacia su pequeña figura, casi tocándola en el cubículo que era su prisión. Casi podía sentir el susurro de ella contra su piel. Era un conflicto, tenía que decidir si acercarse o no. Estaba el momento de rechazo que podía haber. Estaba el momento de intimidad que siempre podía tener como resultado.

—Kagome —susurró, frunciendo el ceño cuando su nombre dejó sus labios. A pesar de todo, le gustaba cómo sonaba su nombre en su lengua.

—Estoy bien —dijo temblorosamente, negando con la cabeza como para parar—. Estoy bien —repitió.

Él no se lo creyó ni por un segundo.

—Vamos a salir de aquí.

Ella volvió a asentir, con fuerza, balanceando la cabeza de arriba abajo. Inuyasha todavía no podía verle los ojos.

—Es difícil para mí... creerlo de verdad. He, eh, tenido algunas malas experiencias.

Su frunce regresó.

—¿Qué clase de experiencias? —preguntó en voz baja. Su mano seguía extendida hacia ella como si pudiera atraerla con su presencia.

Hicieron falta tan solo segundos antes de que se rompiera la presa. De repente, su cuerpo jadeó con esfuerzo y su pecho se contrajo con un sollozo. Sus lágrimas cayeron por sus mejillas y sobre el suelo, dejando una mancha de tristeza acumulándose a su alrededor.

—Ven aquí —susurró él, bajando la mano.

Cuando ella no se movió, él no se paró a pensar. Se deslizó hacia ella y la rodeó con sus brazos.

Música de ascensorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora