El corazón en la mano (Sudor)

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Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

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Kagome estaba observando al hombre enfrente de ella, escuchando la forma en la que estaba contando una historia épica sobre una aventura que había tenido una vez con Miroku. No sabía que los dos estaban tan unidos, mucho menos que llevaban siendo amigos desde que Miroku le había dado una palmada en el culo a Inuyasha cuando la que había escogido ese día lo había esquivado sigilosamente.

Inuyasha tenía el rostro sonrojado por el entusiasmo, sus manos todavía se agitaban alocadamente en el aire.

Este, decidió Kagome, era un lado de Inuyasha que no mucha gente conseguía ver. Sonrió en el momento preciso, sabiendo que fuera cual fuera la parte concreta de la historia en la que estaba, se suponía que era divertida. Probablemente lo fuera, pero Kagome no podía evitar concentrarse en todos los pequeños detalles de ese hombre en su lugar.

—Entonces, Miroku y yo nos quedamos atrapados en el maldito tejado, ¿vale? Y Miroku estaba allí sentado, quejándose porque había una chica que estaba buena en la playa que había delante de nosotros...

Kagome asintió, pensando vagamente que creía que era invierno cuando había empezado a contar la historia.

Entonces, sus ojos castaños se dirigieron hacia los de ella y no pudo dejar de mirar. Sus ojos eran distintos. Eran castaños, sí, pero había motas doradas como la miel brillando por debajo. Aunque su rostro normalmente mostraba una expresión cautelosa, sus ojos siempre estaban muy abiertos. No eran la puerta de entrada a su alma, como le gustaba pensar a mucha gente. En su lugar, Kagome pensaba que era el proverbial corazón en la mano. Lo que estaba sintiendo estaba allí mismo, burbujeando bajo la superficie y listo para explotar. Era tan hipnotizante como adorable, porque cualquiera que lo viera así, lo hacía vulnerable ante los demás. Kagome estaba bastante segura de que Inuyasha nunca se dejaba ser vulnerable con nadie.

—Teníamos un dispositivo... era como una suerte de cosa rara que daba masajes que Miroku había insistido en llevarse. No sé por qué, es extraño en el mejor de los momentos...

Sus manos estaban haciendo un movimiento extraño, probablemente intentando imitar el dispositivo de masajes del que hablaba. Miró sus manos, abandonando la intensidad de sus ojos y concentrándose en ellas en su lugar. Eran grandes y ásperas, lo que era extraño para un hombre que supuestamente trabajaba en una empresa haciendo no mucho más que «tener buen aspecto». Debía de hacer algo en casa que provocase los callos en sus yemas y los bordes ásperos de sus nudillos.

Y de repente se rio, poniendo los ojos en blanco. La sonrisa que le siguió fue tentadora, mostrando dientes blancos y filas rectas. En toda la hora y algo en que habían estado atrapados, no lo había visto sonreír ni una vez de verdad. ¿Una sonrisilla? Era un hecho. El tipo había convertido el gesto en un arte apasionante. Pero su sonrisa hizo que se le encogiese algo literalmente en su interior.

—Así que cogimos el trineo y lo alineamos con la chimenea...

Pensando que había estado segura de que la historia había tenido lugar en verano, Kagome simplemente siguió asintiendo. Si su mirada estaba atascada en sus labios, entonces esperaba que él no se diera cuenta.

—Y Miroku, el puto idiota, tiró el único trozo de cuerda que teníamos. Ahora, en este punto estaba pensando que estábamos jodidos. No había teléfono, nadie alrededor, aparte de la chica de la playa...

Así que seguía siendo verano. Kagome ladeó la cabeza, dejando que su mirada viajase hacia abajo, hasta que se centró en la tela estirada sobre el pecho del hombre. Definitivamente, hacía ejercicio, si la forma en la que su cuerpo estaba definido quería decir algo. La camisa se le ponía tirante al ondear los brazos. Kagome solo podía imaginarse cómo era con los botones desabrochados, aunque fuera en lo más mínimo. La suave piel bronceada asomando sería totalmente, aunque solo fuera un poco, cálida. Sin camisa en absoluto y con su cuerpo presionado contra el de ella...

—Y entonces, PUM, la jodida cosa al completo sale volando por el aire...

Sí, tenía que salir pronto del ascensor. Pensamientos como estos no iban a hacer la espera para salir del cubículo que era su prisión más rápida. No obstante, si otras cosas más físicas ocurrían, entonces tal vez el tiempo pasase volando.

—Y entonces, Miroku al fin bajó, dejándome varado en la maldita cosa, para hablar con la chica. Claro que, ¿cuando llega allí? Descubre que la chica había estado dormida todo el tiempo al sol sin protección solar. Estaba tan quemada que no podía moverse y tuvimos que rehacer la maldita cosa de nuevo para que yo bajara y luego llamase a una ambulancia para que se la llevara. —Inuyasha se rio—. Y entonces Miroku se dio una ducha muy fría.

Kagome parpadeó, intentando procesar lo último. Parecía altamente sexual. Bueno, estaba el dispositivo de masajes al que Inuyasha había sido incapaz de ponerle nombre aunque su vida dependiera de ello. Eso sonaba muy sospechoso, incluso a sus propios oídos. Probablemente era un juguete sexual que no quería admitir, aunque le superaba el que Miroku y él lo usaran juntos.

—Y así fue cuando Miroku y yo nos convertimos de verdad en compinches. —Inuyasha sonrió con satisfacción, encogiéndose de hombros—. La mierda empeora después de eso, así que no voy a explicar más.

—¿Cómo empeora más allá de juguetes sexuales y duchas? —preguntó Kagome, mirándolo al instante con vergüenza y horror cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir—. Digo...

Inuyasha se la quedó mirando como una cita que había salido mal, así que había que hacer algo inmediatamente.

—Estás muy bueno.

De nuevo, el horror y la vergüenza volvieron. Llevándose una mano al rostro, Kagome se dio cuenta de que este era exactamente el motivo por el que escuchaba a la gente cuando contaba sus historias fascinantes y el motivo por el que no escogía comérselos con los ojos en su lugar.

—... Seguro que acabas de decir eso solo para aplacarme, ¿no? —preguntó Inuyasha, levantando una ceja con sospecha que no hizo nada para que Kagome se sintiera mejor.

Kagome se encogió. No era bueno.

—No te preocupes —comentó, sonando bastante informal—. Yo también pienso que estás buena.

De repente, estaba allí mismo. Lo único que pudo pensar ella fue Dios, sí.

Música de ascensorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora