Eternidad (Sol)

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Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

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Inuyasha no sabía cómo había empeorado todo tan rápido. Era casi como si estuviera fuera de su jurisdicción. La situación simplemente empezó a dar vueltas más y más rápido hasta que perdió completamente el control. Como un coche derrapando sobre el hielo: sin tracción, sin que hubiera una forma de parar.

—Kagome, me gustas.

No pareció hacer nada. La belleza de pelo negro simplemente se lo quedó mirando, bastante distantemente, si tenía que describirlo. ¿Qué había dicho antes que hubiera sido tan malo? Sabía que se le daban fatal estas cosas... claro que sí. Era un hombre que volcaba mucho de sí mismo en el trabajo. No salía de fiesta. No salía a socializar a menos que fuera para el trabajo. ¿Ligar? Inuyasha se rio mentalmente de sí mismo. Solo tenía suerte por su aspecto o nunca echaría un polvo.

Inuyasha nunca había sido de los que se enamoraba a la larga. Era casi imposible porque ni siquiera podía hilar frases con sentido. Y para empeorar las cosas: ¿hablar de sus sentimientos?

Venga ya.

Vale, lo intentaba de vez en cuando. Su asistente personal, Sango, tendía a decirle que era como compartir con un cajero. Todo lo que te daba era o información directa o preguntas. Anteriormente, por ejemplo, le había preguntado a Kagome sobre el destino, si creía en él, qué pensaba de ello. ¿Él, por otro lado? No había respondido exactamente. Inuyasha tiraba cosas a la cara de la gente.

—Me gustas mucho —intentó, por si acaso. ¿No podía ver que le gustaba? ¿Los besos, las caricias y lo de la cabeza sobre el hombro... ¿no mostraba eso sus sentimientos con claridad en absoluto?

—Inuyasha, por el amor de todo lo bueno del mundo —empezó Kagome—, para de hablar.

Él frunció el ceño. Esto no era cómo se imaginaba que iría. Quería que pasaran cosas después. Quería salir con ella y... eso. Ya sabes, rosas, bombones y... mierda. Ojalá pudiera preguntarle a Sango. Seguro que ella sabría qué hacer al respecto. Sango se encargaba fácilmente de todas sus cosas personales. ¿Todos los regalos a sus novias en el pasado? Cosa de Sango.

Era una mujer. Las mujeres sabían lo que querían las demás mujeres. ¿Cómo demonios iba a saberlo él?

—Kagome, lo que intento decir es que, de verdad, de verdad que quiero verte...

Por supuesto, la vida quiso que el altavoz cobrase vida. La voz al otro lado solo hizo las cosas un millón de veces peores. Inuyasha podría haber matado, de ser posible.

—Hola, princesa —dijo Kouga alegremente—. Ya he encontrado el problema. El control del motor del ascensor no estaba funcionando bien. Había una conexión defectuosa. He de decir que a quienquiera que les dé servicio a vuestros ascensores se le da bastante mal su trabajo.

—Genial —gruñó Inuyasha—. ¿Quieres hacer tu trabajo y sacarnos?

Tal vez esa sería la mejor opción. Tal vez cuando consiguiera que Kagome respirase el aire exterior y se sintiera infinitamente mejor, le haría caso. Ahora mismo no lo estaba entendiendo, fuera cual fuera la razón. Necesitaba que ella entendiera que él quería esto.

—Lo haré, de verdad —contestó Kouga—. Tu guardia de seguridad va a permanecer al altavoz con vosotros mientras yo pongo en movimiento el ascensor. Por la razón que sea, no funciona lo de llevarlo al vestíbulo, como intentamos antes. He conseguido mantener las puertas abiertas en la décima planta. Os sacaremos por allí.

—Gracias a Dios —exhaló Kagome pesadamente, recostándose contra la pared.

—Prefiero que me llamen Kouga, en realidad. —El hombre al altavoz se rio entre dientes e Inuyasha se erizó de puro desagrado. Al menos, mientras miraba a Kagome se dio cuenta de que ella solo estaba medio sonriendo. No sonriendo de verdad, como la sonrisa que había conseguido sacarle durante su tiempo en el ascensor.

—¿Qué hora es? —preguntó Inuyasha de repente, queriendo saberlo.

Kouga suspiró con impaciencia.

—Son, eh, las nueve menos cuarto —dijo—. Ahora me voy a ir. Tu guardia de seguridad va a hablar con vosotros y os hará saber cuándo planeo hacer que se mueva esta cosa.

Cuando hubo silencio al otro lado, Inuyasha consiguió echarle un vistazo a la mujer que estaba a su lado. Kagome estaba quieta, con los labios finos, como si estuviera conteniendo la respiración o preparándose para lo peor.

—Saldremos de aquí —murmuró Inuyasha con voz queda, sintiéndose obligado a decir algo—. Lo ha resuelto. Solo dale dos minutos más.

—No voy a volver a coger el ascensor —declaró Kagome casi robóticamente.

Inuyasha se rio con dureza.

—¿Vas a subir quince tramos de escaleras con tacones y faldas de lápiz todos los días?

Kagome le sonrió, pequeña pero genuinamente. No la estúpida que le había sacado Kouga. Esta significaba algo, lo sabía. Solo tenía que decirle cuánto significaba para él.

—Tal vez no —contestó.

—Hola, estrellas del porno —saludó Miroku, sobresaltándolos a ambos—. Kouga está saliendo. Me dio este walkie-talkie para que sepa cuándo os va a liberar.

Inuyasha hizo una mueca.

—¿En serio? ¿Tenías que decir estrellas del porno? —Kagome volvía a dirigirle una mirada mordaz. No le gustaba la mirada mordaz.

—Bueno, con la forma en la que tu lengua estaba en su garganta...

—¡Miroku, cállate! —gritó Sango—. Inuyasha, Kagome, ¿cómo estáis?

—Bien —contestó Kagome un poco demasiado mordaz—. Lo primero que voy a hacer cuando salga de aquí es mirar hacia el sol, lo que significa el cielo y libertad. Tal vez bese el suelo a modo de agradecimiento.

—¿Qué es lo segundo? —preguntó Miroku—. ¿Es besar a Inu...?

—Es ir al aseo —aclaró Kagome—. Y luego me voy a casa.

Inuyasha frunció el ceño. No, no podía ser esto lo que estaba pasando. Tenía que contárselo.

—¡Oh! ¡Bajando! —anunció Miroku.

Y eso hizo el ascensor, chirriando al principio con esfuerzo. Cuando volvió a detenerse, él contuvo el aliento. Pareció una eternidad, pero cuando Kagome estiró la mano y agarró la suya, el tiempo aceleró hasta ser horriblemente rápido.

Se abrieron las puertas del ascensor.

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