¿Construiste Roma? (Viento)

172 29 2
                                    

Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de WitchyGirl99 y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

-x-

En ocasiones, estar en el ascensor no era tan malo.

Kagome pensaba que estaba mejor, o al menos eso esperaba. Llevaban allí encerrados un rato y desde entonces cada minuto, más o menos, parecía una eternidad. Kagome se estaba esforzando al máximo por permanecer tranquila, serena y compuesta.

Hasta que de verdad empezó a pensar en ello y entonces su imaginación se desató.

El tal Kouga todavía no había hablado con ellos. Su anterior intento no funcionó y mierda, ¿qué había dicho que iba a hacer? ¿El aire estaba circulando siquiera? Estaba tan oscuro, tan condenadamente oscuro para un cubículo tan estúpido como en el que estaban encerrados.

Un cubículo... mierda, ¿cómo se metía en estos líos? Debería haber tomado las escaleras hasta el último piso. Sí, le habría llevado treinta minutos, pero la alternativa era esta... estar encerrada en el ascensor.

Dios. Sin aire. Sin aire.

Kagome ensanchó sus ojos castaños mientras abría la boca para respirar hondo... una inhalación profunda donde el aire parecía viciado, caliente y ni de cerca suficiente para mantenerla con vida. Iba a morir en un ascensor con el medio hermano de su jefe.

Joder, iba a morir. ¿A quién demonios le importaba con quién estaba? Cuando se acabara, se acabaría.

Mierda.

No era consciente de que estaba hiperventilando, pero de repente la cálida mano de Inuyasha en su muñeca fue como un puñetazo en el estómago. Kagome levantó la mirada hacia unos oscuros ojos castaños antes de empujar y apartarse, lejos de alguien que le estaba robando el aire, aire que necesitaba para respirar.

Lo que no daría por estar fuera. Por sentir el viento en su rostro y todo aquel glorioso aire rozándola, a su alrededor, rodeándola como si nunca se fuera a escapar de su agarre. Demonios, incluso fuera en el pasillo estaría bien. Al menos con el aire acondicionado podría fingir que estaba en el exterior y le duraría seguramente lo suficiente como para no vomitar hasta que hubiera salido fuera.

—Kagome, tienes que calmarte —dijo Inuyasha con firmeza, sus palabras tenían un trasfondo tranquilizador que pareció relajar sus crispados nervios—. Tienes que tomártelo con calma, inhalaciones profundas.

—No hay aire —dijo con voz ahogada, los ojos completamente abiertos y aterrizando sobre él—. No hay aire.

—Hay un montón de aire —corrigió Inuyasha—. Sigue circulando alrededor. No nos vamos a quedar sin oxígeno.

—Espacio pequeño. No hay aire. —Las palabras salieron en frases quebradas y nítidas que parecieron atravesarla más que las palabras de su acompañante. La bilis subió a su garganta, abriéndose paso mientras sentía el pánico llenando sus venas una vez más.

—Un montón de espacio, un montón de sitio e incluso un poco de luz —le aseguró Inuyasha, la presión de su mano en su tobillo la nueva conexión.

No importaba, en cualquier caso. Kagome todavía sentía su calor de antes rodeando su muñeca.

—Respira, Kagome, respira.

Respira. Podía hacer eso mientras no se quedasen sin aire.

Inuyasha dijo que no íbamos a quedarnos sin él, pensó, sopesando lo que le estaban diciendo su cabeza y su corazón. El miedo todavía acechaba al fondo.

—Esto no es bueno —susurró Kagome tensamente, con su mano se tocó ligeramente la garganta donde todavía la notaba oprimida, como si una atadura la estuviese cerrando poco a poco—. Necesito salir.

Saldremos.

Kagome suspiró.

—Lo siento.

Sonriendo con satisfacción, Inuyasha le apretó el tobillo antes de pasar la suave yema de su pulgar sobre la piel aterciopelada.

—¿Por qué? Todavía no te ha dado un ataque al corazón.

Kagome hizo una meca.

—Has tenido que calmarme tantas veces que he perdido la cuenta. No puedo imaginarme la cantidad de veces que me has dicho que saldremos de aquí.

Inuyasha asintió, su pulgar todavía acariciaba la suave piel.

—Yo también lo he olvidado, pero no te preocupes por eso. Estoy seguro de que después podrás compensármelo.

Demasiado sumida en sus pensamientos como para registrar el comentario hasta mucho después, Kagome frunció el ceño en dirección a su acompañante en el ascensor.

—¿Acabas de lanzarme una insinuación sexual?

Inuyasha sonrió con suficiencia, poniendo de algún modo los ojos en blanco para enfatizar su argumento... fuera cual fuera.

—Flirtear con la secretaria de tu hermano tiene que ser alguna suerte de tabú —comentó Kagome secamente.

Medio hermano —corrigió Inuyasha—. Y, según tú, soy el más guapo.

—Tienes que aprender lo que es el sarcasmo.

Inuyasha se rio, el sonido salió de su pecho y sorprendió a la belleza de pelo negro. Su sonrisilla se ensanchó hasta que casi pudo ser considerada como una sonrisa completa antes de desaparecer rápidamente.

—Yo prácticamente escribí el libro.

—Apuesto a que si —se burló Kagome—. Al igual que hiciste todo lo demás. ¿También construiste Roma?

—En un día.

Kagome suspiró.

—No puedes ganarme.

—Pero ¿puedo unirme a ti?

Encogiéndose de hombros, Inuyasha observó a Kagome con intensos ojos ardientes. Por un momento se sintió perdida, tambaleándose entre extrañas sensaciones que entumecían cada parte de ella, excepto por el lugar justo encima de su tobillo.

—¿Ves? Ahora te estás invitando. No me quejo.

—La posibilidad de tirarte a la secretaria de tu medio hermano es demasiado grande, ¿no?

—No tanto como otras cosas —contestó Inuyasha con indiferencia, todavía mirándola atentamente—. Es decir, estamos atrapados en un ascensor. Hay de lejos más cosas que lograr.

—¡Ooh, «lograr»! Buena palabra —dijo Kagome con sarcasmo—. De verdad que necesitas lecciones sobre cómo tener labia con las mujeres. No sirves para eso.

—No hay nada en la descripción de mi experiencia sexual que mencione que le haya hecho de sirviente a nadie. Tú, por otra parte...

—Te daré una bofetada tan fuerte, que se te romperá el cuello.

—¿Eso antes o después de servirme?

Kagome apartó el tobillo de golpe.

—Eres tan malo como Miroku.

—En realidad, eso me ofende. —Inuyasha frunció el ceño, estirándose de nuevo hacia ella, pero fallando cuando lo esquivó—. No soy ni de cerca tan malo como Miroku.

—Tienes razón. Tú eres el mayor gilipollas.

—Bueno, tengo...

—Cállate.

Inuyasha sonrió con satisfacción.

—Venga, me lo pusiste en bandeja.

Haciendo un mohín, Kagome se cruzó de brazos y cerró los ojos. Tal vez si los mantenía cerrados él desaparecería momentáneamente junto con el ascensor.

Música de ascensorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora