Es de mañana y Márgara se levantó temprano como todos los días para desayunar en el patio delantero y jugar al solitario. Como todos la conocen, se siente muy segura en el pueblo y sabe que nadie intentará perjudicarla, es muy respetada y temida por su mal carácter.
Mientras toma su té, escuchando el sonido de la naturaleza en la mañana, y al repartidor de periódicos dar una vuelta con la bici, la tranquilidad se rompe por el fuerte saludo de un joven en la puertita de madera, que separa el patio de la calle:
—¡Eh, hola, vieja Márgara! ¡Cuánto tiempo sin vernos!
La señora se asustó tanto que escupió el té y manchó la mesa. Ella levanta la vista para ver a un sujeto que no creyó volver a ver, pero esas ropas naranjas de pescador son inconfundibles; son las marcas de la familia Felúnpido. Millonarios como pocos y obsesionados con la pesca como ningún otro. Rigoberto Felumpido, es la viva imagen de su padre.
—¡No podés saludar así a una anciana, mocoso! ¡¿Acaso buscas darme un infarto?! —reta la mayor con su clásico tono de vieja cascarrabias—. Esta juventud irrespetuosa se olvida que no todos tenemos un corazón fuerte.
—No sé de qué habla, vieja Márgara, mi viejo decía que usted tiene el corazón de acero y mi tío dice que debió morir hace años —replica el joven con una mirada incrédula.
—Basta de ofenderme, mocoso, ¿qué haces aquí?
—Pero yo no la ofendí —dice en un susurro inseguro, pero retoma la sonrisa para hablar con más seguridad—. Cierto, María, su cuidadora, me llamó para que la cuide mientras está de vacaciones —aclara y pasa la puertita para sentarse frente a la señora.
—Pero estabas fuera del pueblo; tu madre te alejó después de que murió tu padre.
—Es cierto, pero la convencí para que me deje venir a pescar. Además, ya tengo veintiún años —afirma, señalándose a sí mismo con orgullo infantil—. Por cierto, a usted que le pesan los años, ¿alguna vez vio una trucha de cacao? —pregunta con los ojos brillosos, llenos de ilusión.
—¿Qué me decís, mocoso? La verdá que la única trucha que conozco es la que venden en el supermercado, m'hijo. Dejá de dedicarte a esos pasatiempos, que tu madre no te mantendrá toda la vida. ¡Vaya a trabajar! —reta ella y le da un golpe en la cabeza con el bastón para caminar
—Pero, vieja Márgara, la pesca de trucha es mi vida —replica mientras se soba la cabeza y hace una expresión dramática—. ¿Sabe usted que cada cincuenta años aparece una trucha de cacao?
—¡Habráse visto desfachatez! —vuelve a gritar en un tono agudo que golpea los tímpanos del joven pescador—. Lo único que sé, m'hijo, es que acá, en este pueblo, no se cansan de hacer truchadas. —Rigoberto la ve con ingenuidad y Márgara frunce más el ceño. —Los jóvenes, sí, a ellos me refiero. Una ha trabajado toda la vida y ahora no se puede sentar a jugar a las cartas en paz, que la interrumpen.
—¿Aún está enojada conmigo por saludarla de repente?
—¡No me interrumpas, mocoso! —exclama la señora y vuelve a golpearlo con el bastón—. Pero, dime, ¿de dónde sacaste tal barbaridad sobre ese bicho?
—Nunca la entendí, vieja Márgara —dice Rigoberto en un tono incrédulo mientras se soba la cabeza, aunque no tarda en ganar esa emoción llena de inocencia—. ¡Pero lo de la trucha es verdad! Mi tío Gian me contó que su abuelo la pescó en una competencia. Volví al pueblo para repetir la hazaña del viejo Gregorio Felúmpido, aunque mi vieja siempre me dice que es mentira. ¡Pero yo vi una foto de esa trucha! Tiene todo el cuerpo de chocolate —alucina con los ojos brillantes de ilusión—. Por eso se lo pregunto a usted; lleva cientos de años viviendo aquí, ¿no? En algún momento debió verla o por lo menos debió escuchar algo de ella.
—¡No soy tan vieja, mocoso! —exclama y vuelve a golpearlo con el bastón.
—¡Ya entendí, soy joven y aguanto los golpes, pero no significa que no me duelan! —exclama, no en queja, sino en suplica para que deje de golpearlo, aunque Márgara lo vuelve a golpear por cuestionarla y Rigoberto cierra la boca.
—Regresando al tema, m'hijo, no te voy a negar que he vivido aquí una buena tracalada de años. He visto muchas cosas. ¡Cosas que ni te imaginas! Ahora bien, lo de la trucha de chocolate, me parece que eso ha de ser un cuento del abuelo de tu tío —aclara y mira al cielo para recordar viejos tiempos—. Yo lo conocí bien a Gregorio, vivíamos en la misma cuadra, y ya desde que era un muchacho puedo asegurarte que le gustaba inventar muchas tonterías. Recuerdo que intentaba impresionarme con lo que pescaba, inventándose cada bicho más trucho que el anterior, pero todos eran mentira.
—Oh, vaya, ¿pero cómo explica la foto? —pregunta Rigoberto y se la enseña.
—M'hijo, es una foto en blanco y negro y el pescado está pintado con un crayón, creo que tu tío también intentó engañarte, aunque ahora me preocupa el cómo no te diste cuenta.
—Ah, ups —expresa ingenuo y se avergüenza al instante, agachando la cabeza para evitar la mirada de la vieja, como si esperara otro golpe o regaño—. Perdón por preguntarle cosas sin sentido.
El tono y la mirada de Rigoberto dieron un drástico cambio a desilusión, pero no cualquiera, es como si fuera la desilusión de un niño. Esa mirada de cachorro regañado a la que ninguna abuela puede resistirse y más si fueron madres.
—No te preocupes, m'hijo —dice Márgara y le da unas palmadas en la cabeza para que levante la mirada—. ¿Sabes? Dejáme decirte algo muy importante bajo la mirada de esta vieja bruja. Si realmente existiera ese bicho, no te rindas, ¡estoy segura que serías el único capaz de pescarlo! —anima con una sonrisa que el joven refleja llena de determinación e ilusión—. Después de todo, sos el hijo de tu padre.
—Al final tuve razón en preguntarle, vieja Márgara. Esas palabras son, como mi difunto padre diría, ≪¡Una buena trucha, rápido, lánzala al balde!≫ —exclama con ánimo y finge lanzar una, haciendo reír a la vieja.
—Así es, m'hijito. Ya lo dice el dicho: ≪el diablo sabe más por viejo que por diablo≫.
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Historias fantásticas y no tan fantásticas
FantasyHistorias sin un fin más allá de contar algo fantástico. Cuentos que tal vez te hagan pensar las cosas o que, simplemente, te entretengan. Relatos inspirados en la vida y las obras que todos conocemos. Tan solo disfruten de una buena lectura.