Dudar, ese fue mi error

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Veo con seriedad la puerta roja, aquí, sentado en una silla. Pienso en si es lo correcto. Una vez que acepte, no habrá vuelta atrás, solo quedará seguir adelante, pero no estoy seguro de que deba hacerlo. Por la inseguridad, comienzo a fumar en busca de que el cigarrillo calme mis nervios y pueda pensar mejor las cosas.

Ellos me están esperando tras esa puerta. Soy su líder, debo mostrar seguridad. Al fin y al cabo fue mi decisión, pero no dejo de sentir el peligro. Dudo que los dioses hubieran querido esto... pero ellos ya no están para guiarnos.

Fue su culpa, lo sé. Merecen venganza, lo sé. Tengo los elementos para hacerlo, lo sé. Pero no tengo la confianza absoluta; tiemblo de tan solo pensar en lo que viene. Imaginar la cama iluminada por las velas negras me pone la piel de gallina. Tuve que tomar muchas decisiones con astucia y certeza antes, y debo hacer que esta decisión se mantenga igual.

Mi mano tiembla. Se supone que estoy despejando mis dudas y cobardía, pero sigo temblando y, mientras más lo pienso, me es más fácil echarme para atrás. Debo evitar la duda, pero, ¿cómo? Debe haber algo con la suficiente fuerza para que mi decisión sea inquebrantable. ≪Piensa≫, me digo repetidas veces.

Entonces, veo mi túnica naranja en el perchero y pienso en la orden. Recuerdo a mis hermanos y hermanas que están aquí por mí. Eso me da el impulso que necesito para levantarme. Ahora lo sé. Solo debo pensar en la venganza, en nada más, llenarme de furia y odio. Eso me dará la convicción para dejar de temblar. De hecho, ya puedo notarlo: mi mano derecha sostiene la daga cristalina con firmeza. Me pongo la túnica anaranjada y tomo la máscara para cubrir mi rostro, una con diseño de cordero blanco, el cráneo de uno. Camino sin tambalearme y con el ritmo veloz para demostrar la confianza que ahora desbordan mis movimientos. Abro la puerta y veo a mis hermanos y hermanas con las túnicas y máscaras puestas. Las velas negras están encendidas y la runa ya está en el suelo, dibujada con prolijidad y con el más mínimo detalle a la perfección. En el centro, la cama sin colchón y al mortal acostado, vistosamente desnudo sobre la madera, con unas cadenas que le sujetan las extremidades.

Él será el sacrificio para nuestra venganza, lo usaremos para aprisionar al ángel que asesinó a los dioses; su cuerpo funcionará como la prisión perfecta, donde encontrará su fin. Cuando invoquemos al ángel en este cuerpo, lo apuñalaré con la daga cristalina, creada por los clérigos de la orden, y morirá sintiendo nuestra venganza.

El ritual comienza con las palabras correctas, leídas directo desde el pergamino que los dioses nos dejaron, y acompañadas por la luz negra de las velas. El fuego de las mismas se agranda como el de una bengala, a la par del clérigo que lee el pergamino.

Veo como el ángel aparece encima del mortal y toma una forma espiritual mientras grita de dolor. Él entra al cuerpo en contra de su voluntad, forzado por las palabras divinas y las llamas negras de las velas, que se extendieron para contenerle las extremidades y acercarlo al hombre. Una vez que el ángel entra en la prisión de carne del mortal, sus gritos dejan de escucharse y el fuego de las velas se retrae a su lugar de origen, pero manteniéndose fuerte gracias al conjuro. ≪Es el momento, debo matarlo≫.

De repente, el mortal despierta muy agitado. Está asustado y confundido. Su rostro aterrado me hace dudar, siento pena por él; es un humano como nosotros y será el sacrificio que nos permitirá vengarnos del ángel. Prácticamente, es un héroe. Lo mínimo que puedo hacer es decirle unas palabras antes de matarlo. No somos monstruos.

—Tranquilo, hijo. Pronto encontraras la iluminación. Tu sacrificio será alabado como un acto de heroísmo. Acepta la muerte para partir a la nueva vida —digo, levantando la daga sobre su pecho y la blando contra su corazón.

Mi estocada se frena por el ruido del metal al romperse y quedo aturdido por la sensación de muerte muy cercana a mí.

—No lo creo —resuena con fuerza y rebota en las paredes.

El ángel habla a través del pensamiento, pero su canalización de energía es tan brutal que la voz trasciende al plano físico, rebota en las paredes como el eco y se extiende por todo el edificio. El mortal me mira con seriedad y enojo en su más puro esplendor, sin soltar o debilitar el agarre en mi muñeca.

—No hubieras dicho nada, tonto mortal —dice el ángel a través del hombre.

Siento como dobla mi mano de forma antinatural, quebrándome los huesos y dejando caer la daga en las manos del mortal, quien se libera rápidamente de las cadenas y toma una túnica de un hermano, que asesina sin darnos tiempo a reaccionar. Entre el dolor desesperante, puedo ver como mata a varios de mis hermanos y hermanas antes de saltar por la ventana.

Los sobrevivientes quedamos pasmados y aterrados. Algunos comienzan a movilizarse, tomando libros, dagas y bastones; para salir a perseguir al ángel. Uno se me acerca y me agarra de los hombros para que reaccione, porque quedé atónito con la mirada en el suelo, intentando entender dónde falle.

—Gran Sacerdote, ¿qué hacemos?

Levanto la mirada y pronuncio el conjuro para sanar mi mano, sin éxito alguno, lo que me hace comprender el error que he cometido... y que debo arreglar.

—Búsquenlo y mátenlo antes de que traiga el caos a nuestro mundo, pero no se confíen... Ahora es mortal, pero su poder es de otro plano.

Me levanto y miro por donde escapó.

—La próxima vez... no dudaré. Ya no habrán errores.

Historias fantásticas y no tan fantásticasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora