«Bitácora mental de Eduardo Carter, grabación número 0053, conseguí infiltrarme en la tripulación de la nave imperial Xion. Mi objetivo ahora es llegar al emperador y dialogar un acuerdo con él para evitar una genocidio galáctico».
«Todos en la tierra creyeron que sería mala idea enviarme para esta importante misión, pero sé mejor que nadie como dialogar con esta raza alienígena semejante a los insectos».
El astronauta camina por los pasillos de la nave con un estuche rectangular en la espalda y un disfraz de tela de baja calidad, pero que le funcionó demasiado bien para que no lo descubran, aunque sabe que no tiene mucho tiempo.
Consigue llegar a la sala del trono, en donde el emperador maneja a todos los tripulantes, y se pone frente al mismo con una mirada sobrante de determinación. El líder alienígena escupe gruñidos y palabras trabalenguas que parecen órdenes y exigencias, acompañados de un tono agresivo.
Eduardo ve que los guardias de alrededor se le acercan con intenciones amenazantes y sonríe por lo bajo.
—Sabía que el disfraz no serviría contra el emperador. Supongo que tendré que ponerme agresivo —musita y arranca una parte del disfraz para revelar su traje de astronauta y aturdir a los guardias con la tela—. Esperaba ser un poco más diplomático. —Rueda hacia un costado, evitando la estocada de una lanza láser, y toma el estuche de su espalda. —Pero comprendo lo que está en juego y no puedo permitirme fallar.
Abre el estuche y, en menos de dos segundos, se cuelga un xilófono y toma dos baquetas. Los alienígenas quedan estáticos de sorpresa al ver el instrumento.
—¡Esto es por un mejor futuro! —exclama el astronauta y comienza a tocar el xilófono con tanta pasión que hasta llora de la emoción, recordando los entrenamientos desde niño para dominar el instrumento y el cómo llegó a ser reconocido como el mejor xilofonista de toda la Tierra—. ¡No importa que seamos de otra especie, la música trasciende cualquier barrera de lenguaje y cultura, así que escuchen mis sentimientos!
La melodía llega a toda la sala, rebotando en las paredes y entrando perfectamente en los oídos de los alienígenos, quienes sueltan las armas y comienza a babear, hipnotizados por el sonar de dicho instrumento.
Eduardo termina la melodía con una nota retúmbate que deja en silencio la escena, hasta que los extraterrestres comienzan a escupirle mucosidades, que, en su cultura, es un acto de alabanza y felicitación. Eduardo recibe la lluvia de mocos con los brazos abiertos mientras hace reverencias, aunque nota que el emperador no muestra ningún tipo de expresión; permanece estoico en el trono y levanta una de sus garras, semejante a un pulgar, para bajarla.
Esa acción exalta a los alienígenos y Eduardo suda frío, pero no se deja llevar por la desesperación y toma sus baquetas con más fuerza.
—Se ve que el soberano necesita una verdadera demostración de talento —dice con media sonrisa confiada—. ¡Entonces, prepárese, su majestad, porque haré que sus oídos se estremezcan de placer con mi música! —exclama para volver a iniciar otra melodía—. ¡Conocerá el talento de los terrestres!
El astronauta toca el xilófono con más determinación que antes mientras esquiva los ataques de los extraterrestres, quienes apenas pueden concentrarse debido a la bella tonada que sus oídos tienen el placer de escuchar. El único que no se conmueve sigue siendo el emperador, que, cansado de la ineptitud y sensibilidad de sus guerreros, decide eliminar al humano con sus propias garras. Toma una lanza láser y salta del trono con gran fuerza.
El terrícola se detiene para cubrirse del polvo y el viento que genera el soberano alienígeno al caer. «Es claro que los rumores de su fuerza no eran exagerados; con solo aterrizar de un salto creó una polvareda y agrietó el piso bajo sus pies», piensa con nerviosismo, pero se niega a reducir el agarre de sus baquetas, preparándose para su melodía final.
El emperador lo mira con unos ojos deseosos de acción y violencia, irritado del caos que causó este simple humano en sus guerreros. Claramente, es alguien demasiado peligroso. Vuelve a gruñir con quejidos y palabras inentendibles para el humano, aunque él comprende que es un desafío, algo que lo entusiasma.
Una gota de sudor cae por la frente de Eduardo mientras oculta la sonrisa en el vidrio polarizado del casco espacial. «Entonces, si fallo ahora, está será la última melodía que tocaré», piensa y un recuerdo lejano llega a él: se ve a sí mismo de pequeño junto a su madre, tocando el xilófono con alegría. Recuerda con claridad las palabras de ella en ese instante: «sé que serás un gran artista y que llevarás esta alegría a todos los que te escuchen».
—Es una promesa —susurra el astronauta y una pequeña lágrima escapa de sus ojos—. ¡Es por eso que no puedo flaquear ahora!
Ese grito da inicio a una poderosa melodía que crea una ilusión de estallido sónico, algo que hace temblar al emperador, pero no lo detiene y arremete contra el humano, quien reacciona y comienza a esquivar los ataques del alienígeno sin dejar de tocar el xilófono. Un baile de destreza y sentimientos se desarrolla entre ellos, cortando el viento y expandiendo las ondas de sonido por toda la sala.
Los espectadores son incapaces de apartar la mirada o intervenir, jamás creyeron presenciar una escena tan bella. Los colores de las teclas del xilófono brillan con intensidad, como si fueran fuentes de luz inagotables potenciadas por los sentimientos de su portador, mientras que la punta de la lanza láser crea cortes de luz que permanecen por pocos segundos, como prueba de la velocidad y poder del emperador.
Ambos están igualados y ninguno cede, hasta que Eduardo recibe un corte en la pierna que lo desequilibra. El emperador aprovecha la oportunidad para golpearlo por el lado sin filo, empujándolo unos metros.
Cuando todos creyeron que el humano caería, ven que consigue mantenerse de pie y se saca el casco para revelar esa sonrisa inquebrantable manchada por un poco de sangre.
—¡No importa los daños ni las diferencias entre nosotros! —exclama Eduardo hacia el emperador—. ¡Alcanzaré tu corazón con mi música!
El soberano alienígeno vuelve a arremeter con mayor velocidad, pero el humano contrataca con una poderosa onda de sonido, creada por la melodía de su instrumento, que consigue frenar la estocada. Sin parar de tocar, aumenta la velocidad y la pasión de sus notas musicales.
El emperador comienza a temblar y el agarre de su arma se afloja. Inconscientemente, las babas caen de sus colmillos, y queda hipnotizado por la música. Su corazón viaja hacia un pasado en donde todo era más tranquilo y solo escuchaba el tarareo de su madre, como si fuera la mejor balada de la existencia. Comienza a comparar la melodía que ahora escucha con esos tarareos.
Quebrado por la melancolía y la nostalgia, suelta el arma justo al instante que el xilófono deja de sonar. El humano y el extraterrestre se ven a los ojos por unos segundos, hasta que el emperador levanta el pulgar y, repentinamente, abraza a su antiguo enemigo como si fuera un hermano.
«Lo logré, mamá», piensa el astronauta. «Transmití la alegría de un niño apasionado hasta en el espacio».
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Historias fantásticas y no tan fantásticas
FantasiHistorias sin un fin más allá de contar algo fantástico. Cuentos que tal vez te hagan pensar las cosas o que, simplemente, te entretengan. Relatos inspirados en la vida y las obras que todos conocemos. Tan solo disfruten de una buena lectura.