—Oooohhhhh meseeeeerooooooo —canta el cliente con sombrero de copa negro mientras mantiene la mano levantada, atrayendo la atención de todos y en especial del mozo de la cafetería—. Meseeeeerooooooooo.
—Ya lo escuché, señor —responde el joven fastidiado de su trabajo—. Tan solo espere un segundo que estoy con otro cliente
El cliente del sombrero exhala indignado y hasta sorprendido. Se levanta del asiento y camina con mucho vigor hasta el camarero.
—¡¿Cómo que estás con otro?! ¡¿Quién es el otro?! ¡¿A quién me escondes, Roberto?! —interroga el hombre de la gran chistera con lágrimas a punto de escaparse.
—Me llamo Carlos, señor, y mi trabajo es atender a varios clientes —aclara el joven empleado con los ojos entrecerrados.
—¡¿Qué más me estás escondiendo, Julio?! —grita el hombre y se cruza de brazos mientras respira con fuerza, como si estuviera por explotar de ira.
—Le juro que nada, señor. Si me espera en su mesa, iré a atenderlo de inmediato.
El de sombrero lo analiza con un ojo y rompe el ceño con una sonrisa para darle unas palmaditas en la cabeza al joven.
—Entonces no te demores tanto, mi pequeño Leonardo —dice y regresa a la mesa.
El empleado suspira agotado y regresa a hacer su trabajo. Después de unos pocos minutos, se acerca a la mesa del sujeto que no recuerda su nombre.
—Bienvenido a Tardes de Pepe. ¿Puedo pedir su orden? —dice sin ninguna pizca de vida y con una sonrisa más falsa que los padres de un huérfano.
El hombre comienza a llorar, a respirar muy agitado y se suena la nariz con un pañuelo.
—¿Qué le sucede, señor? —pregunta el joven obligado por su empleo.
—Nadie nunca se había preocupado por mí de esa forma.
—Solo hago mi trabajo, señor. Le pido que no lo haga más difícil.
—¡En ese caso, mi joven Paulo, le recomiendo agrandar su sonrisa y mirar al cielo! —exclama el hombre con tal rapidez que las lágrimas se le secan al mover la cabeza a arriba, desprendiendo motivación con su sonrisa—. La vida es muy corta como para estar triste, debe sonreír y afrontar las adversidades con una voluntad inquebrantable.
—Tomaré su consejo, señor —responde con la misma falta de esperanza que la de un adolecente gordo enamorado de la más linda del curso y con un novio deportista—. ¿Ahora podría decirme qué quiere?
—Está bien, pero... no seas tan brusco conmigo, es mi primera vez en esta cafetería —responde el de la chistera con la mirada baja mientras se toca la punta de los dedos—. Quisiera un licuado de melón, por favor, si no es mucha molestia, porque si lo es, puedo pedir otra cosa.
El joven mozo suspira antes de responder:
—Lo siento, señor, pero no tenemos ese licuado.
—¡¿Cóooooomoooooooo?! —grita el hombre, golpeando la mesa con mucha fuerza, volviéndose a ganar la atención de todos los clientes—. ¡Exijo ver al gerente!
—Podría tan solo pedir otra cosa, como usted dijo.
—No puedo hacer eso, dañaría mi orgullo. Necesito solucionar este conflicto mediante fuerza letal —dice para sí mismo mientras planea algo con una sonrisa malévola—. Pero no tengo ningún tipo de arma. Ya sé. —El hombre chasquea los dedos y abraza al joven para inclinarlo como a una bailarina. —En verdad valoro nuestro tiempo juntos, Mauricio, pero el deber me llama. Tan solo quisiera estar un poco más de tiempo contigo —agrega, cerca de los labios del mozo, quien sigue con la cara ausente de interés.
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Historias fantásticas y no tan fantásticas
FantasyHistorias sin un fin más allá de contar algo fantástico. Cuentos que tal vez te hagan pensar las cosas o que, simplemente, te entretengan. Relatos inspirados en la vida y las obras que todos conocemos. Tan solo disfruten de una buena lectura.