Alejandro se esconde en su cuarto con la puerta cerrada y la llave puesta. Las manos le tiemblan mientras intenta usar el celular para llamar a su primer contacto, no importa quién sea, pero el aparato se apaga por falta de batería. El sudor se escurre por su rostro desesperado, oculto en la oscuridad repentina de la habitación: se cortó la luz justo cuando se apagó el celular.
De repente, la pantalla de su computadora ilumina el cuarto, dándole esperanzas. No se cuestiona por qué es el único aparato eléctrico que anda, y teclea más rápido de lo que piensa, tragándose varias vocales que el auto corrector agrega para que la búsqueda tenga sentido. Más de diez mil resultados salen frente a él con algunos anuncios de gana dinero fácil, pero solo se centra en las palabras clave de los enlaces: gato de la suerte.
El crujido de la puerta abriéndose lo distrae de la pantalla, y la luz regresa, dejándolo ver a un pequeño adorno dorado, conocido como esos gatos de la suerte que tienen los chinos para atraer la fortuna. El adorno permanece inmóvil en la puerta que da al pasillo de la casa, con esa expresión risueña que parece maquiavélica ante los ojos de Alejandro, quien, aterrado y más desesperado que antes, regresa a la computadora para cerrar el navegador y abrir una red social en búsqueda de ayuda.
La máquina se apaga justo cuando le estaba por escribir a un amigo. El negro de la pantalla lo absorbe a su cruel realidad, falto de esperanzas y ante un abismo de desesperación que solo puede concluir en desgracia. Temblando más que un chihuahua, voltea con lentitud de regreso al adorno de la fortuna.
El cable de poder de la computadora cuelga en la pata del gato antes de caer al suelo, lo que deja que esa pata dorada se mueva de atrás hacia adelante, la única función de estos adornos. El movimiento abruma a Alejandro, reteniéndolo con unas cadenas invisibles hechas de su propio temor, incapaz de moverse.
El hombre de pelo negro comienza a hiperventilar al ritmo de la pata del gato, como un acto inconsciente del que él ni se percata. No puede quitarle la vista de encima en ningún momento mientras la sonrisa del adorno lo lleva a un recuerdo reciente, al día en que lo encontró en una subasta de un hombre fallecido. Lo compró como un regalo para su hermano, a quien no le gustó y le dijo que se lo quedara. Nunca le agradó esa actitud de su hermano y, por enojo, se quedó con el adorno, quizás le daba algo de fortuna.
Ahora intenta huir de su ≪fortuna≫. La muerte lo rodea a donde sea que vaya, sobreviviendo a ella, pero no lo llama suerte: desde que tiene al gato, cada día sufre un accidente, o, mejor dicho, se salva de un accidente, pero carga conque otro toma su lugar y es testigo de ello. Como hace tres días, que un amigo lo sacó del camino de un camión, pero acabó con su vida por ello. O hace dos días, que una viga cayo de una construcción por la que pasaba, cayéndole al lado y acabando con tres compañeros de trabajo que lo acompañaban. O ayer, que, por accidente, se tropezó en la cocina y el cuchillo en su mano voló hacia la garganta de su perro.
En cada accidente, al lado de los cadáveres o frente al accidente, veía al gato de la suerte, sonriéndole con malicia, como si se burlara. ≪¿Acaso tener suerte implica que otros la pierdan?≫, eso era lo que se cuestionaba cada día, pero hoy llegó al límite cuando, frente a su casa, un sujeto se suicidó con una pistola y, además, el boleto de lotería que cargaba llegó a su cuarto. Al instante, la tele se encendió para anunciar a los números ganadores de la lotería, justo los de ese boleto.
Eso le hizo darse cuenta que cada uno murió para que obtuviera alguna fortuna: el amigo que lo salvó del camión lo empujó justo para caer frente a un billete de cien dólares, la muerte de sus compañeros le otorgaron un ascenso y, cuando quiso enterrar a su perro, encontró un tesoro debajo de su casa.
Su vida podría haber mejorado de un momento a otro, pero él no quiso nada de eso: no levantó el billete, negó el ascenso, volvió a enterrar el tesoro y quemó el boleto de lotería. Nunca le gustó aprovecharse de los demás y menos si la gente tuvo que morir para obtener esa fortuna.
Esa misma noche intentó deshacerse del gato para acabar con esta maldición de muerte. La tiró al fuego de la chimenea, pero el gato salió de las llamas intacto y con sonrisa maquiavélica, que solo creería ver en sus pesadillas, para preguntarle: ≪¿Por qué rechazas la fortuna que te doy?≫.
Es entonces que regresamos al ahora. El gato permanece con la sonrisa ante la expresión aterrada, desesperada y ahogada en lágrimas de Alejandro.
—Esto va a seguir hasta que aceptes la fortuna —pronuncia el objeto sin mover la boca.
—¡Nunca! ¡No quiero tener nada que ver contigo y esas muertes! —exclama Alejandro con los ojos cerrados, falto de valor para verlo—. ¡Eso no es fortuna, es desgracia! ¡No quiero un tesoro manchado de sangre!
—¿Por qué tienes que ser una buena persona? ¿Sabes cuántos matarían para tener la fortuna que pudiste haber tenido?
—¡No me importa! Nada bueno puede venir de esto, yo solo quiero dejar de irme a dormir con manchas de sangre en las manos... y en la ropa. Ya no quiero un cadáver en mi consciencia, no importa cuánto dinero me traigas.
El gato permanece callado y deja de sonreír.
—Qué desperdicio. Esto no es divertido, esperaba que quisieras más y más, eso hacían mis anteriores dueños —confiesa el gato—. Tarde o temprano la suerte se revierte: ellos debieron morir para mejorar la fortuna de otros. —Esto conmociona a Alejandro y vuelve a verlo. —Pero tú no eres divertido. No mereces tanta desgracia.
Con eso dicho, en un parpadeo de Alejandro, el gato desaparece, dejando un pedazo de oro con letras chinas en él que se pueden traducir como ≪fortuna≫. Desde ese día, nunca más volvió a saber del gato y la maldición se desvaneció. ¿Qué hizo con el pedazo de oro? Lo conservó como un adorno de buena suerte. Si daba alguna maldición o no, no dejaría que alguien más la sufriera.
Un día, caminando por la calle, decide cambiar de cuadra porque ve una tienda de regalos y recuerda que el cumpleaños de su madre está cerca. Es entonces que, al estar en la otra cuadra, ve como un auto deportivo choca con un camión que lo empuja hasta un poste de luz y explota en llamas, acabando con la vida del conductor. De la explosión, vuela un adorno que cae en la calle, frente a Alejandro: el gato de la suerte.
—Tarde o temprano, la suerte se revierte —pronuncia el de pelo negro, estático frente al accidente.
—A menos que no te lo merezcas —devuelve el gato risueño.
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Historias fantásticas y no tan fantásticas
FantasyHistorias sin un fin más allá de contar algo fantástico. Cuentos que tal vez te hagan pensar las cosas o que, simplemente, te entretengan. Relatos inspirados en la vida y las obras que todos conocemos. Tan solo disfruten de una buena lectura.