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Abro los ojos y me siento de inmediato. Respiro con rapidez, asustada, mirando a mi alrededor. Me relajo un poco con tan solo poder identificar mi dormitorio, mi cuarto. El mismo que tuve desde que llegué a Buenos Aires desde México hace tan solo dos años. La gran colcha de colores, y los cojines en el suelo, con cobertores de flores de colores, representativas de mi país.

Cada detalle está igual. La puerta, los percheros, el pequeño tocador.  El ropero, con los cajones ligeramente abiertos por la ropa que está mal doblada ahí. Los patines tirados a un costado de la cama, y el baúl de colores al pie de esta. La cómoda, con los mismos colores y patrón. El joyero desordenado, el escritorio lleno de libros y la cartuchera abierta. El pequeño sofá color crema vacío, y los dibujos en las paredes.

Todo sigue igual. 

Dirijo la mirada hacia el velador de la derecha, y con rapidez remuevo los dijes hasta encontrar uno que lo tengo entre mis manos. Mi medallita. Sigue aquí.. ¿significa que yo también? Me cubro el rostro con las manos y suspiro frustrada, la pesadilla con mis padres fue tan real... demasiado para mi gusto.

Miro la ventana que da al jardín y se puede ver un día soleado. Puedo por fin respirar con tranquilidad, levantándome de la cama y saliendo hacia la cocina. Palpo el dije del sol en mi cuello, como para tener algo que me aferre a la realidad, y me dirijo descalza por el pasillo que da a la cocina en busca de mis padres.

Grata es mi sorpresa al ver una figura rubia sirviéndose algo de jugo en la isla al centro del cuarto. 

Ámbar sigue aquí. Genial. ¿Eso significa que nada cambió, cierto?

No demora dos segundos en darse cuenta de mi presencia. Estoy preparada para que me diga cualquier cosa, que me bote de la cocina, lo que sea. Me mira, no distingo su emoción, no puedo evitar sentir una corazonada, no tan agradable porque sé que me va a venir a criticar y me va a decir que me aleje del roller, de su vida, y no lo haré, y todo seguirá igual-

—¡Hermanita! ¡Despertaste! —en un instante la tengo abrazada a mi y no puedo evitar quedarme sorprendida y no corresponderle.

Trago en seco. Ella me acaba de llamar.. ¿hermana?

—¡Sol! ¡Gracias al cielo estás bien! —dice mientras me abraza. Se separa.— ¿Querés que llame a mamá? ¿Cómo te sientes, peque? —la rubia me inspecciona con rapidez, palpando mi rostro y acomodando mi pelo. Pone su mano en mi frente, en mis mejillas—¿Tenés fiebre? ¿Te duele la cabeza? Sol respondeme...

—Yo-

—Me alegra tanto que hayas despertado —me abraza de nuevo y yo correspondo, aunque algo tensa. ¿Despertado?

—¿Qué... qué pasó? —pregunto cuando nos separamos. Su mirada es de pura preocupación. Creo que nunca en mi vida había visto a Ámbar sentir tanto las cosas.

—Te-

—¿Ámbar? ¿Todo bien? —las dos volteamos y vemos a Sharon entrar, mirándola primero a ella y a mi, sorprendida. —¡Despertaste, Sol!

Se acerca a mi y no puedo evitar retroceder, esto es demasiado. Sharon se ve distinta, no con un gesto de ira o rencor.. como si nada hubiera pasado. Trae un chal rosa pálido, una falda larga color violeta, pantuflas celestes y una blusa blanca. Me mira confundida, preocupada, como si el alejarme sea algo no usual.

Bueno, nada de esto ahora mismo es usual.

Busco una silla para apoyarme, esto es demasiada información para tan solo un momento. Respiro profundo, vuelvo a mirarlas y Ámbar se ha acercado a Sharon.

—Tía, creo que aún no se siente bien.. 

—Estará bien, princesa. —veo que besa su frente. —¿Si acompañas a tu hermana a su dormitorio?

—Claro, tía. —responde rápidamente y se acerca a mi. Toma mi mano y la alejo, esto asustada.

Ella lo nota, y se aleja un momento. Sharon acaba de salir de la cocina, y cuando vuelvo a ver a mi prima, me entrega una muñeca. Una que reconozco perfectamente. La habían encontrado en el almacén, cuando Ámbar se hizo pasar por Sol..

Salgo de mis pensamientos y la veo aún parada frente a mi, como si esperara una reacción. Simplemente tengo que calmarme, no estoy bien. Tienen ellas razón.

Tomo la mano de Ámbar y me guía hasta mi cuarto. Me recuesto en la cama, ella cierra las cortinas y se sienta en el pequeño sofá, acercándolo más a mi.

—¿Sol?

—¿Si? —no puedo responder tranquila a ese nombre. Ese no es mi nombre.

—Cualquier cosa, aquí está tu celular. —me entrega un dispositivo que no reconozco.

¿¡Un iPhone?! Con tan solo tomarlo, la pantalla se enciende, y veo una foto mía sonriendo junto a la rubia. Lo dejo en el velador con rapidez, esto es una locura. 

—Gracias.. Ámbar. —respondo con una sonrisa, se nota que está nerviosa. 

Solo me mira, yo me recuesto con cuidado. Siento un dolor en el cuerpo del que no me había percatado antes, definitivamente. La miro, ella tiene la mirada perdida hacia la ventana. Vuelve en sí, me mira y suspira, sonríe.

—Cierto. Te.. te dejo descansar.

—Gra..gracias. —ella besa mi frente y se va, cerrando la puerta de mi cuarto.

Esto es una pesadilla. Tengo el celular al alcance de mi mano, pero mejor no. Me acomodo, me tapo hasta cubrir mi cuerpo entero con la colcha y respiro profundo.

—Esto no es real, voy a despertarme y voy a volver a mi casa, con mis padres... a mi realidad. —murmuro y, sin esperar mucho, me quedo dormida. 

;; estoy cuestionando toda mi existencia con esto, si les gusta, leo sus comentarios <3

Donde alguna vez hubo fuego -Luna ValenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora