Capítulo 1

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El sonido de la voz de Eric me devolvió de nuevo al lugar donde pasaba la mayoría de mi vida. Sus ojos azules me miraban con preocupación. Había vuelto de sus vacaciones en Hawai, tenía el pelo más largo y rubio de lo habitual, ahora lo llevaba recogido en un moño a lo alto de su cabeza. Su traje de color negro lo hacía parecer un joven empresario. Mi padre era el ex narcotraficante más famoso de Nueva York, sus ilegales negocios nos arruinaron la vida hace mucho tiempo, pero ahora, afortunadamente, pudimos retomar nuestras vidas. Entré en el FBI junto a él, el cual era ahora mi jefe.

—¿Elena me estás escuchando? —Preguntó Eric.

—Sí —le contesté.

—¿Desde cuándo llevas tomándote todos esos analgésicos?

—Tan solo llevo unos días con ellos. Cálmate Eric, no me voy a morir —bufé.

—Llevas ausente toda una semana... Cada vez te duele más la cabeza... Quizás deberías de hablar con tu padre y olvidarte del trabajo por un tiempo.

—Ni lo sueñes, mi padre me necesita. Ni se te ocurra contarle nada de esto a nadie, y mucho menos a mi padre —le ordené.

—Como quieras, pero la próxima vez pienso llamar a un médico.

Me levanté de la silla de mi escritorio y me dirigí al despacho de mi padre. Necesitaba hablar con él sobre un caso. Toqué a su puerta y esperé a que me concediera el paso.

—Hola papá, siento molestarte, necesito preguntarte algo sobre mi último caso.

—Claro cielo, dime —me contestó sentándose en su acolchada silla. Imité su movimiento y me senté frente a él.

—He conseguido averiguar más sobre él. Acaba de llegar a la ciudad, se le ha visto acompañado de una mujer de la que desconocemos su identidad. ¿Podrías averiguarme de quién se trata?

—Haré todo lo que esté en mi mano.

—Gracias papá —le sonreí.

Me despedí de él y volví de nuevo a mi despacho. Me senté en la silla de mi escritorio y volví a centrarme en el hombre que había ocupado mi mente durante estos meses de investigación.

—Necesito saber quién eres —dije en voz alta.

—¿Otra vez liada con ese caso? —Preguntó mi mejor amiga Olivia, apoyada sobre el marco de la puerta.

—Así es —suspiré.

—¿Qué has averiguado? —Dijo apartándose de la puerta para apoyarse en la mesa de mi escritorio junto a mí.

—He conseguido varios datos, hay fotos de él en la ciudad junto a una mujer que no sé quién es. Le pedí a mi padre que investigara acerca de ella.

—No me suena, por si te sirve de algo —me sonrió—. ¿Es él? —Preguntó cogiendo la carpeta del caso—.

— Sí —afirmé.

—Ojalá ser ella, está bastante bueno —rio—.

—Oli —también reí—, se supone que no te puedes enamorar de la persona que investigas.

—Nadie ha hablado de enamorarse, tan solo atracción física, una noche loca...

—Estás mal de la cabeza —le sonreí.

—Puede, pero que sería de tu vida sin mi locura —dijo orgullosa.

—Una paz inmensa —reímos ambas.

—Si tanta paz necesitas, pues me marcho —dijo cruzándose de brazos como un niño pequeño al que no le dan su piruleta.

—Adiós bebé —le sonreí.

—¡Te amo! —Gritó.

Cerró mi puerta tras ella. Volví a centrar mi atención en el caso.

Se hicieron más de las once de la noche cuando aún seguía ensimismada en él. Tocaron a mi puerta y el rostro de mi padre se reveló tras ella.

—Cielo, me marcho ya a casa —me dijo mi padre desde la puerta—. Deberías hacer lo mismo.

—Lo sé, lo sé, ahora me marcho, tan solo me queda terminar una cosa. Te aviso cuando llegue a casa.

—De acuerdo. Adiós, cielo —se despidió dándome un beso en la frente—. Te quiero.

—Y yo —sonreí—. Luego hablamos.

Asintió y se marchó. Al cabo de un rato más terminé. Apagué el ordenador y salí de allí. Fuera hacía demasiado frío, mi abrigo me resguardaba del calor, pero no lo suficiente como para no tiritar por el camino. Deprisa me encaminé hacia mi apartamento. Eran pasadas las once y media, las calles estaban desiertas, la única compañía eran las luces de las farolas iluminando las calles. Caminaba deprisa, el frío me iba helando cada vez más. Apenas me di cuenta cuando choqué. Un joven alto de pelo negro y ojos azul cielo frenaron mi caída. Sus fuertes brazos me agarraron.

—¿Estás bien? —Me preguntó mirándome con sus profundos ojos azules.

Mis ojos se posaron sobre los suyos, me miraban con preocupación. Al observarlo más detalladamente bajo la luz, supe de quién se trataba.

—Sí, gracias —dije separándome de él.

—¿Segura? Tienes cara de haber visto un fantasma —rio mostrando sus dientes.

—Sí, tan solo un largo día —le sonreí falsamente.

—¿Necesitas que te acompañen a casa? Una mujer no debería ir sola a estas horas.

—Podré arreglármelas, gracias.

—Como quieras. Soy Iván, por cierto —dijo extendiendo su mano hacia mí.

—Elena —estreché su mano con la mía.

—Un placer, Elena.

Le di la espalda y seguí avanzando la calle. Me giré para comprobar si aún seguía allí pero había desaparecido. Continué calle arriba hasta llegar a mi apartamento. Subí las escaleras y abrí la puerta. 

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