Capítulo 19

4 3 0
                                    

Salimos del edificio y a lo lejos pude ver cómo alguien nos observaba desde la distancia. No sabía quién era, pero no me transmitía confianza. Agarré a Elena de la mano y la guie hasta mi coche.

—¿A dónde vamos? —Preguntó nerviosa.

—A un lugar que desconozcan, creo que nos están siguiendo, no puedo dejarte en tu apartamento ahora.

Seguí sosteniendo su mano hasta mi coche, rápidamente nos subimos en él y lo arranqué. Salimos de la ciudad al cabo de unos veinte minutos, de reojo vi como no dejaba de crujirse los dedos, estaba bastante inquieta desde que salimos del edificio.

—Tranquila —le dije mientras apartaba mi mano derecha del volante para ponerla sobre las suyas para calmarla—, todo estará bien.

Me sonrió más calmada, pero en seguida su rostro se transformó en preocupación.

—Iván, hay un coche negro que nos lleva siguiendo desde hace rato.

Miré por el retrovisor y así era, un Mercedes negro nos estaba siguiendo.

—Intentaré despistarlos más adelante.

Asintió y pude ver cómo se relajó un poco. Aún tenía mi mano sobre las suyas, pero ahora ella había agarrado la mía inconscientemente, mis ojos se desviaron a nuestras manos entrelazadas, a lo que ella también se dio cuenta al seguir mi mirada.

—Lo siento —sonrió tímidamente apartando su mano de la mía.

—No pasa nada, puedes agarrarme la mano si te sientes más segura —contesté.

Avanzamos unos kilómetros más, quedaba poco para llegar al lugar que tenía planeado, así que decidí coger un desvió para así perderlos de vista. Nos introducimos por un camino de barro y aparqué en la parte trasera de la cabaña de madera junto al bosque.

—¿Dónde estamos? —Preguntó observando el lugar con detenimiento a pesar de la oscuridad de la noche.

—En las afueras de Nueva York. En esta cabaña pasé algunos años de mi niñez.

Subimos las escaleras y rebusqué entre las plantas hasta dar con la llave, sabía que no la había perdido.

—Bienvenida —le dije abriéndole la puerta.

—Gracias —sonrió.

Entré tras ella y la llevé hasta el salón, le mostré cada una de las habitaciones para después regresar de nuevo al salón.

—Sé que no es muy nueva, pero es acogedora.

—No te preocupes, es perfecta.

—¿Quieres algo de cenar? Creo que dejé algo de comida en el frigorífico la última vez que vine.

—Espero que la última vez no fuera cuando tenías once años —rio.

—Muy graciosa —le dije mientras cogía del frigo un poco de jamón york y queso—. ¿Te apetece un sándwich?

—Sí, gracias.

Preparé un par de sándwiches para ambos y los dejé sobre la mesa de la cocina. Me senté junto a ella mientras la observaba detenidamente, ella apenas se había dado cuenta de que lo hacía, estaba concentrada devorando la comida.

—Iván —hizo una pausa esperando a que le prestara atención, aunque en realidad lo estaba haciendo desde el primer momento en que me senté—. ¿Crees que nos habrán encontrado?

—¿Aún sigues dándole vueltas a eso? No tienes de que preocuparte, ya nos encargamos de despistarlos, ahora tan solo céntrate en terminar de comer y ver dónde dormir, aún no he pensado donde —dije eso último más para mí que para ella.

Ambos terminamos de cenar, recogimos los platos y limpiamos un poco la mesa. Lo dejé todo como estaba, pues tenía pensado en marcharnos mañana temprano. Apagué la luz de la cocina, mis ojos buscaron alrededor en su busca, se encontrada sentada en el sofá con algo entre sus manos, el cual no acabé de ver desde la distancia.

—¿Ella es tu madre? —Preguntó cuándo notó que me iba acercando al sofá.

—Sí —afirmé.

—Te pareces mucho a ella —elevó levemente las comisuras de sus labios en busca de una dulce sonrisa—. ¿Hablas mucho con ella? —Preguntó.

—No como quisiera —le contesté mientras me sentaba junto a ella—, ella falleció cuando tenía quince años.

—Lo siento mucho...

—Es algo que he aprendido a superar con el tiempo, aunque a veces me cuesta demasiado hablar de ella, siempre me pongo de mal humor cada vez que Mackenzie alguna vez que otra la nombra.

—Créeme, sé cómo te sientes.

—¿También murió?

—No, pero para mi padre como si lo estuviese. Ella decidió marcharse al poco tiempo de tenerme, supongo que encontró en aquel millonario algo que no pudimos darle mi padre y yo.

—Una mierda, la verdad.

—Supongo que si —suspiró—.

—Supongo que ninguno de los dos tuvimos una infancia fácil —contesté.

—Supongo.

Dejó el cuadro sobre la pequeña mesa del salón y se recostó sobre el sofá, yo hice lo mismo. Giró su cabeza en mi dirección y me miró atentamente.

—¿Sabes? No eres tan gilipollas como pensaba —sonrió.

—¿Eso es un cumplido?

—Tampoco te vengas tan arriba —volvió a sonreír de nuevo.

Me detuve a admirar su sonrisa, como sus ojos le brillaban cada vez que lo hacía.

—Tienes una sonrisa preciosa —le dije sin apenas pensarlo.

—Gracias —contestó tímidamente.

Me acerqué despacio a ella cortando la distancia entre ambos, pareció que ella estaba pensando lo mismo que yo, pues imitó mi movimiento. La miré a los ojos, aquellos ojos verdes que me hipnotizaron desde la primera vez que tuve contacto con ellos. Puse mi mano en su cuello, acariciando suavemente su mejilla con mi pulgar. Me aproximé lentamente y ella inclinó su cabeza hacia mí. En segundos, sus labios hicieron contacto con los míos, eran tal cual me los imaginé mil y una veces, diría que incluso mejor, eran demasiado suaves y adictivos. Abrió un poco su boca dejando paso a mi impaciente lengua, ambas se tocaron. No podía parar, sentía que me tenía atrapado con sus besos, cada vez la besaba con más intensidad, apenas nos quedaba aire, pero ella fue quien poco a poco despegó sus labios de los míos.

—Será mejor que nos vayamos a dormir.

—Eh, sí, será lo mejor —contesté mientras me levantaba del sofá—. Puedes dormir en la cama que hay al fondo, no me importa dormir aquí si quieres.

—Hay espacio para los dos —dijo sin apenas mirarme.

Se levantó del sofá y se dirigió hasta la habitación, encendió la luz y se recostó sobre un extremo de la cama, yo hice lo mismo pero en el otro extremo.

—Buenas noches, Elena.

—Buenas noches.

Apagué la luz y cerré los ojos haciendo un intento para no pensar en sus labios sobre los míos y las ganas que tenía de hacerla mía en aquel sofá.

WilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora