Aún recuerdo la última vez que volví a esta ciudad de la que tantos recuerdos se acumulaban en mi cabeza, la ciudad en la que seis años atrás tuve que dejar para rehacer mi vida. Ahora, después de ese tiempo, volvía acompañado de mi novia, Mackenzie. Ambos bajábamos de mi jet privado y aspirábamos el aire de la ciudad de Nueva York.
—Que tengan buen viaje. En unas horas le veo señor Novikov.
—Adiós —me despedí de él y entramos en el coche.
Mi chófer, Vlad, condujo en silencio durante media hora hasta llegar a mi casa. Mis ojos volvían a recorrer de nuevo cada rincón de aquella misteriosa ciudad. No había cambiado mucho desde entonces. Habían construido más hospitales infantiles según leí en un artículo del New York Times, pero prácticamente seguía siendo la misma. Mackenzie iba sentada a mi lado, contemplaba el lugar al igual que yo, pero la diferencia era la expresión en su rostro, una enorme sonrisa de admiración se mostraba en él, a diferencia del mío, que seguía igual en todo momento. Agarró mi mano suavemente y me miró con sus enormes ojos marrones con un brillo especial en ellos.
—Te quiero —dijo de repente a través de sus finos labios.
La miré sorprendido sin saber qué decir, solamente le sonreí. Sí, le tenía cariño a aquella mujer, pero sabía perfectamente que no sentiría más que una simple atracción física. Ella lo supo desde el primer momento en el que decidió involucrase en mi vida, le dije que nunca podría corresponderla, hace tiempo que la palabra amar se encontraba fuera de mi vocabulario. Llegamos a casa después de un largo rato, Vlad dejó nuestro equipaje junto a la entrada y se marchó. Rebusqué en el bolsillo de mi pantalón y cogí las llaves. Las introduje en la cerradura y en cuestión de segundos se abrió la enorme puerta. La animé a pasar y ambos entramos en la casa. Aún olía exactamente igual que cuando la abandoné. Desde entonces, Mía se había encargado de limpiarla todos los días, incluso ella misma insistió en llamar a su marido para limpiar a fondo la gran piscina que había en la parcela para que pudiera disfrutar de ella cuando regresara. Desconecté la alarma y dejé las llaves sobre la mesa del recibidor y guie a Mackenzie hasta el dormitorio. Mientras, bajé a la cocina y me serví un vaso de agua fría. Subí de nuevo las escaleras y me adentré en el dormitorio. Allí seguía ella, se había duchado tal y como imaginé que haría, tan solo una toalla blanca la cubría. Su pelo castaño estaba recogido en una toalla mientras pequeños mechones sobresalían de su toalla, derramando pequeñas gotas de agua sobre sus hombros. Era guapísima, y ella también lo sabía, cada centímetro de su cuerpo era perfecto desde sus pechos hasta sus largas y morenas piernas. Recuerdo el día que la conocí, iba con un vestido rojo abierto por un lado de sus piernas, acompañada de sus tacones dorados de Dior, agarrada del brazo de Marc Black, entró en aquel lugar repleto de gente multimillonaria, la mayoría ganando todo de forma ilegal. Me tomaba mi wiski relajadamente hasta que, por primera vez, mis ojos se posaron en los suyos, despertó cierta curiosidad en mí cuando la vi. En seguida supe que trabajaba para mi jefe y decidí sacarla de todo ese ambiente en cuanto pude.
—¿Vas a estar mucho tiempo mirándome? —Preguntó.
—El tiempo que necesite para planear tu próxima follada.
Se rio mostrando sus perfectos dientes blancos mientras se dirigía a su maleta para desnudarse y ponerse su ropa interior, aquella lencería negra que tanto me gustaba. Me acerqué a ella y la detuve, ella dejó que lo hiciera. Deslicé mis manos hacía sus caderas y la aproximé hacia mí para besarla. Lentamente agarré su toalla y la tiré al suelo dejándola completamente desnuda ante mí. La besé de nuevo, mis inquietas manos comenzaron a tocarla allí dónde sabía que se derretía de placer. La subí encima de mí y la llevé hasta la cama, la tumbé sobre ella y me desvestí, tan solo quedé en bóxer. Agarré sus pechos mientras los lamía con desesperación. Besé su plano abdomen hasta llegar a donde quería, mis dedos comenzaron a introducirse dentro de ella, primero despacio, pero en instantes cada vez más rápido. Gritaba mi nombre mientras me pedía una y otra vez que siguiera, que no me detuviera. Me tumbé sobre ella y agarré un condón, abrí sus piernas e introduje mi miembro dentro de ella. Comencé a mover mis caderas hacia dentro y hacia fuera, ella se movió a la par y se dio la vuelta para sentarse sobre mí. Saltaba de arriba a abajo, mis manos en sus caderas se movían indicándole más velocidad. Agarré su culo con fuerza y la levanté sobre mí para darle rápidas estocadas hasta provocar nuestro orgasmo. Cansados, nos tumbamos boca arriba, nuestras respiraciones seguían aceleradas, pero poco a poco se fueron calmando. La acerqué a mí y la besé. Ella me abrazó y descansó su cabeza sobre mi pecho, a la vez que ambos, desnudos, nos quedamos dormidos el uno junto al otro.
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Wiles
RomanceUna agente del FBI y un mafioso. Interesante combinación ¿verdad? Dos protagonistas, dos historias ocultas. ¿Serán capaces de mostrar sus sentimientos el uno al otro o preferirán seguir viviendo con mentiras y engaños?