Capítulo 18

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Había terminado de ducharme, me había vestido e iba a dirigirme a trabajar cuando una llamada entrante en mi teléfono me interrumpió. Rebusqué en mi bolso y respondí.

—¿Sí?

Se hizo un silencio al otro lado de la llamada.

—Pienso colgar si no contesta nadie —amenacé.

—Te aconsejo que no lo hagas querida Elena —contestó una voz metálica.

—¿Quién eres?

—Tened cuidado tú y Novikov, os estamos vigilando.

Y en seguida colgó el teléfono, tan solo se oía un leve pitido. Un poco asustada, cerré la puerta de casa con llave y descendí por las escaleras hasta llegar al portal. Me encaminé por la acera hasta llegar al edificio. Las puertas mecánicas se abrieron y entré al edificio. Saludé a Florence y me dirigí hasta el ascensor. Pulsé la última planta y se cerraron sus puertas. Avancé por el pasillo hasta llegar a mi despacho. Dejé mi bolso sobre la mesa de mi escritorio y me senté. Rebusqué entre los cajones de mi escritorio y agarré la carpeta morada que me trajo mi padre sobre el caso. Comencé a leer más detenidamente todo el documento. Reuní toda la información suficiente y la agrupé junto a la carpeta morada, lo dejé todo junto sobre la mesa de mi escritorio y me dirigí hasta la puerta para salir del despacho. Lo cerré con llave y fui en busca de mi padre. Toqué a su puerta y me animó a entrar.

—Hola papá.

—Hola cielo, pensaba que no habías venido. No te he visto en todo el día.

—Justo acabo de llegar.

—¿Querías algo?

—Sí, venía a avisarte que hoy regresaré tarde al apartamento, me quedaré la noche aquí trabajando.

—Como quieras cielo, pero también es bueno que descanses.

—Sí, lo sé, no te preocupes —le sonreí dulcemente.

Asentí y me dio un beso en la frente. Ambos salimos de su despacho, él siguió su camino hasta los ascensores y yo hacía mi despacho. Pasaron las horas y la claridad de la luz del día se sustituyó por la oscuridad del cielo y la iluminación de la luna. Me llegó un mensaje de Iván avisándome que ya venía hacia aquí. Bajé por el ascensor hasta recepción para que pudiera localizarme fácilmente, me apoyé junto a la mesa de Florence mientras lo esperaba. Minutos después las puertas mecánicas se abrieron dejando ver a Iván. Llevaba el cabello perfectamente peinado como siempre, junto con un polo y unos pantalones chinos. Se acercó y me sonrió.

—Hola.

—Hola —le devolví la sonrisa—. Sígueme, subiremos a mi despacho.

Avanzamos hasta el ascensor, siguiéndome él por detrás. Una vez dentro, pulsé la última planta.

—Así que eres la jefa.

—No soy la jefa —sonreí—. Soy la hija del jefe.

—Peor me lo pones —rio.

El ascensor se detuvo y abrió sus puertas invitándonos a salir. Anduvimos por el pasillo hasta llegar a mi despacho. Abrí la puerta y entré tras él.

—Así que aquí es dónde dedicas tu tiempo investigándome ¿no? —Sonrió.

También sonreí ante su comentario. Me acerqué hasta la mesa y me senté en mi silla, él me siguió y se apoyó sobre la mesa, su pecho estaba sobre mi espalda, podía notar su aliento tras mi oreja, cosa que me ponía bastante tensa.

—¿Y bien? ¿Dónde está la carpeta que me dijiste?

—Ah, sí, la carpeta.

Abrí el cajón y saqué la carpeta morada.

—Esto es todo lo que tenemos de Black junto con su declaración, pero necesito volver a verle para poder obtenerla en una grabadora.

—De acuerdo, pero ya sabes que no me fío de ese imbécil.

—Ni yo tampoco, créeme, pero tengo que volver a verlo obligatoriamente para obtener su declaración.

—Bien, pero iré contigo.

—¿Estás loco? — Le miré a los ojos—. No pueden vernos juntos.

—Elena no insistas, iré, te guste o no. Tranquila, tan solo estaré cerca de vosotros, no me verá.

—Como quieras —hice una breve pausa para volver a mirarlo a los ojos—. Te tomas demasiadas molestias conmigo para apenas estar trabajando juntos—contesté muy cerca de su rostro, mis ojos se desviaron levemente a sus labios.

Él también imitó mi movimiento. Nos estuvimos mirando los labios unos segundos que parecieron años. Se aclaró la garganta y habló.

—Tu misma lo has dicho, estamos trabajando juntos. Te necesito conmigo al igual que yo a ti.

La noche se alargó demasiado, aún seguíamos en mi despacho, cada uno estaba trabajando por separado, cuando decidí interrumpir contándole sobre la llamada que he recibido esta mañana.

—Iván.

—Mm.

—Creo que nos están vigilando —dejó de mirar la carpeta y puso toda su atención sobre mí.

—¿A qué te refieres? —Preguntó.

—Hoy he recibido una llamada, no supe de quién se trataba, pero lo que me preocupó fue que alguien sabe que estamos juntos, me refiero a que estamos trabajando juntos.

—Sí, lo sé, a mí también me han llamado. Debemos de tener cuidado.

—No sé quién es, pero no trae nada bueno todo esto.

—Por eso mismo. Tienes que estar alerta todo el tiempo, no andes por sitios solitarios ni a altas horas de la noche, no sabemos quién se esconde tras esa voz distorsionada.

—Lo sé, tranquilo, no es la primera vez que me enfrento a situaciones como esta.

—No he dicho lo contrario, pero podrían superarte en número, así que, por favor, ten cuidado —me advirtió preocupado.

—Lo tendré —contesté a la vez que le sonreía sin emoción.

—Será mejor que nos vayamos ya, es demasiado tarde.

—Sí, será lo mejor.

Recogimos todo de la mesa y ordenamos un poco el escritorio. Cogí mi chaqueta y mi bolso y cerré la puerta de mi despacho. Llegamos hasta la entrada y atravesamos las puertas metálicas, en seguida salimos del edificio, pero su brazo sobre mí me detuvo.

—No te muevas, hay alguien parado en una esquina.

—¿Qué? — le pregunté un poco nerviosa.

—Sí —afirmó—. Ven —agarró mi mano y fuimos en dirección contraria a mi apartamento.

—¿A dónde vamos?

—A un lugar que no encontrarán.

Todavía agarrados de la mano, me guio hasta su coche y nos subimos en él. Arrancó el motor y se dirigió al lugar.

WilesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora