Capítulo 23 "Si quiero"

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No sé, no entiendo, ¿por qué la vida me odia? Puede que hice algo sin querer, el universo posiblemente se haya ofendido y pues gracias a eso, ella se vengó de mí.

El punto es... que Rubén y Daniel se encontraban mirándome desde la orilla del lago de la cascada. Marco me mantuvo apretada junto a su majestuoso torso esculpido. «Bendito sean los torsos». Bueno, en ese aspecto no me hacía sufrir demasiado pero el punto era, que Daniel me estaba viendo y los labios de Marco aún no se despegaban de mi frente.

«Mierda». Eso fue lo que pensé al ver la enorme tristeza que se apoderó del hermoso rostro de Daniel, sobre todo en sus ojos celestes celestiales.

Se dio la vuelta y se sumergió nuevamente en el bosque tropical lluvioso del cual nos rodeaba. Yo comencé a patalear y traté de liberarme del agarre de Marco, para así nadar en dirección hacia la orilla.

Pero hubo un detalle importante: No sabía nadar.

―Por favor, ayúdame ―supliqué a Marco―. ¡Por favor! ―Marco se asombró ante mi desesperación, él me ayudó a llegar a la orilla y una vez que mis pies pudieron tocar el fondo, me apresuré en alcanzar a Daniel―. ¡Ana! ¡No vayas, te puedes perder! ―Fue lo último que logré escuchar de Rubén antes de adentrarme al bosque.

«Por favor, por favor, por favor». Supliqué internamente, esperando que no malinterpretara lo sucedido.

Pero fue absurdo, su cara me lo había dicho todo.

Corrí en línea recta esperando alcanzarlo, pero mis ojos no lo captaron ante la densa vegetación que se levantó en contra mía. No pude correr con demasiada velocidad ya que las raíces eran demasiado gruesas y serpenteantes.

Un paso en falso y podría correr peligro de que mi cara de estrellase directo al duro piso lleno de piedrecillas afiladas. Y no estaba exagerando ya que había unas enormes piedras en mi camino.

―¡Daniel! ―grité esperando alguna respuesta.

Pero nada.

―¡Daniel! ―Intenté nuevamente pero el resultado fue el mismo―. Daniel ―Mi voz se quebró ante el deseo de llorar.

Dejé de correr, luché con todas mis fuerzas para no llorar. Miré en todas direcciones, esperando verle. Mi nariz y ojos picaron, mi garganta se atascó y el vacío dentro de mi corazón se ensanchó y abarcó todo mi ser.

La brisa que meció suavemente las ramas de los árboles, intensificó.

Me abracé a mí misma para no sentir frio, pero fue inútil ya que estaba empapada de pies a cabeza. Mi cabello aun goteó y mis zapatos rechinaron con cada paso debido al agua que ingresó en ellas.

Todo era un desastre, todo era un maldito desastre. Estaba segura de que Daniel por esta vez no volvería hablarme o mirarme, o por lo menos besarme. Por lo menos, como despedida.

Nada; solo eso me quedó.

De pronto me sentí expuesta, sin murallas para defenderme de mi trauma. Así como la brisa aumentó de fuerza, el temor que tanto luche por frenarla, ganó terreno. Me acuclillé y tapé mis oídos para no escuchar el violento sonido del aire que hacía mecer las ramas, creando ese sonido que fácilmente se podía confundir con una lluvia torrencial.

Las ramas crujían de manera horrible, más de algún sollozo escapó de mis labios. No quería regresar al inicio de todo. No quería regresar a ese momento donde ni si quiera podía acercarme a la ventana.

No quería eso.

Traté de recodar alguna canción para reproducirla en mi mente y así distraer a mis memorias, pero fue inútil. Semanas atrás, había abandonado mis audífonos y a mi música alegre por otras cosas; o personas. Marco, Rubén y Daniel.

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