Capítulo 9: La cita inesperada

149 16 10
                                    

«¿Por qué hice esto? ¿Por qué hice esto? ¿Por qué hice esto?».

—¿Ana?

—¿Ah?

—¿Me escuchaste?

—Eh... ¿no? —Daniel suspiró derrotado.

Yo sonreí apenas, temiendo a que se enojara como la última vez que lo vi.

—Te estaba preguntando: ¿A quién estuviste acompañando en el consultorio? —Daniel preguntó.

—Eh... —Buscaba una respuesta coherente—. yo... digo... ¡un amigo!

—Ah... —contestó dudoso y yo le sonreí forzosamente.

—Si. —Afirmé.

El silencio inundó el coche mientras yo traté de controlar mis nervios para no hablar en nerviosano.

«¡Santo Dios quémame viva!».

Cuando Daniel me encontró en las afueras del consultorio, inventé las más grandes de mis mentiras. Fue por puro impulso. Le dije que había acompañado a alguien y que precisamente se había ido y yo estaba esperando a que me recogieran. La manera en como se lo dije no convencía a nadie pero inesperadamente él me creyó y se ofreció llevarme a casa.

Yo no quería aceptar, pero de una manera Daniel logró convencerme y henos aquí... estoy con él, en el auto, dirigiéndome a mí casa, sin el permiso de mamá.

«Oh, estoy muerta».

Me debatí en llamar a mamá o pedirle a Daniel que me regresara al consultorio, pero tuve mucha vergüenza que él pensara que dependía mucho de mis padres, aunque en realidad era cierto. No sabía qué hacer ni cómo salir del enrollo, pero de todas formas tuve que escapar.

—¿Hola? —Daniel llamó mi atención agitando su mano frente a mis narices. Lo miré confundida—. De verdad, estas muy distraída —dijo Daniel aun mirando el camino.

—Perdona. Es que... yo... no, nada. —Intenté pedirle que regresáramos y me dejara en el consultorio, pero no lo logré, para nada.

—Dime. —Daniel me animó.

—Bueno... es que... mamá, no sabe que me viniste a recoger y pues...

—Llámala. — Me interrumpió.

«¿Estás hablando en serio? ¿Crees que mi mamá es como la tuya?».

Levanté ambas cejas, él me miró por unos segundos y luego volvió a mirar el camino. Daniel sonrió y trató de mirarme de nuevo, pero tenía que concentrarse en el camino.

—Hazlo —dijo, bueno, parecería más una orden, si no fuera por esa sonrisa.

—Ah, ah —Negué con la cabeza—. No señor... no quiero meterme en problemas, así que no.

—Oh vamos ―dijo divertido.

—No. —Negué de nuevo con la cabeza.

—Dame tu celular. —Pidió.

—¿Eh? —«¿Escuché bien?».

—Dame tu celular. —Repitió y Negué con la cabeza, coloqué el celular a mí costado lejos de él como diciendo: ¡zorro no te lo lleves! ¡Zorro no te lo lleves!—. Dámelo... Por favor. —Amenazó y yo negué incluso con la cabeza.

—Vamos... Dámelo o aparcaré el coche en medio de la calle y no arrancaré hasta que me des el celular.

—¿No te atreverías, o sí? —Daniel sonrió ampliamente, clavó su mirada en mí y lentamente comenzó a bajar la velocidad.

BrisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora