Capítulo 12: La bendita boda

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 —Ahora. Puede besar a la novia. —La gente aplaudió ante las palabras del padre. Mis ojos no podían creer lo que estaban viendo, todo era de ensueño.

Mantuve una gran sonrisa, sostuve mi ramito. Daniel estaba espectacular con su traje de novio. Reí al verlo. Había muchos invitados, la decoración era blanca tal como la había soñado, toda la recepción era espectacular...

Y muy... en el fondo.

«No, no lo hagas». Mi mascara que tanto me costó construir se destruyó en pedazos. «No, Daniel». No quise seguir viendo, pero tuve que mantener mi papel.

Cuando Daniel comenzó a besar a Helena no cerró los ojos en ningún momento, solo me miró a mí, nada más. Yo mantuve mi sonrisa hipócrita y con la mirada vacía. Tuve que mantenerme así, era la madrina de la boda y Rubén era el padrino. Tenía que aparentar felicidad...

«¿Porque no me negué en ser la madrina? ¿Por qué no le dije que lo amaba? ¿Por qué estoy aquí y no ahí, porque no estoy junto a Daniel?».

Todas esas preguntas pasaron por mi cabeza, pero fue muy tarde. Demasiado tarde.

—¡Que vivan los novios! —Todos celebraron, gente que no conocía. Solo la mamá de Daniel y Rubén, fueron mis únicos conocidos en la fiesta.

Helena sonrió de oreja en oreja y las damas de compañía la rodearon para felicitarle. Yo me quedé parada en mi lugar congelada mirando a la nada, aplaudiendo como si era algo averiado que necesitaba ser reparado. Dejé de aplaudir de forma automática cuando la mano de Rubén tomó de mi brazo.

—Vámonos. Ya no hay nada aquí para nosotros —dijo Rubén enfadado.

Asentí y me dejé guiar por él. «¿Cómo pasó todo esto? Apenas hace unos días me enteré que estaba comprometido y luego me invitaron a la boda y de remate me convertí en madrina».

Miré sobre mi hombro, Helena no soltaba el brazo de Daniel mientras sonreía ampliamente. Luego ella me encontró mirándola y me sonrió triunfante. Yo no dije nada, no hice ninguna cara, solo me quedé vacía, observándole hasta que Rubén me tomó de los hombros y rompí contacto visual.

—Vámonos. Ya no debes estar acá —dijo Rubén preocupado. Yo me mantuve callada como si no tuviera alma.

Cuando llegamos al aparcamiento.

—¿Ana? ¿Me escuchaste? —Me llamó, pero yo no dije nada—. ¡Lo sabía! ¡Demonios! Nunca debiste aceptar. —Tampoco dije algo a eso.

Me quedé callada, como algo vacío, como si hubiera sido sedada. Como si me cortaron los nervios para no sentir nada, como si me cortaron las cuerdas vocales para no hablar y reprochar, como si me segaron la vista para dejar de presenciar.

Pero lo más horrible de todo, era que mis cinco sentido funcionaban a la perfección. Pero cada cosa que miraba, cada cosa que lograba decir y cada cosa que sentía, me quebraban. Manteniendo esa horrible sensación de no parar hasta degradarme por completo.

Rubén al ver mi reacción, me siguió jalando hasta su auto mientras bufaba con ira.

—¡Rubén! —Un gritó familiar se escuchó a lo lejos—. ¡Necesito tu ayuda! —Miré para ver quién le llamaba y al verlo pude identificar a Jorge, el muchacho del hotel.

—¡No puedo! —Rubén le contestó fastidiado.

—¡Es una emergencia, alguien se desmalló! —Me sorprendí y mi cuerpo de nuevo tomó vida al saber que alguien estaba en peligro.

—Ve —susurré y empujé a Rubén—. Apresúrate, ve ayudar.

—¿Segura? —Rubén preguntó muy preocupado.

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