Prólogo

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Las risas y gritos de las personas se mezclaban con la música electrónica de cada juego, mientras que afuera de estos se encontraban filas de gente ansiosa por, o bien sentir adrenalina o simplemente pasearse por un gusanito sonriente verde que daba vueltas sobre unas vías.

El olor a canchita y algodón de azúcar se esparcía por cada rincón, atraían a niños que querían calmar el hambre luego de haber estado saltando en los trampolines con pelotas de todos los tamaños y colores. Y el clima en la ciudad de Pucallpa no podría ser más perfecto. El sol se lucía en todo su esplendor y la brisa del viento era fuerte, lo que generaba frescura, el cielo estaba despejado y no había signos de lluvia por ningún lado.

No obstante, las cosas para el pequeño Carlos no estaban siendo del todo agradables, pues este solo lloraba en el piso, al lado de un trampolín.

Su padre, un hombre distraído, irresponsable y sin mucha noción de la realidad, se había ido a comprar unas latas de cerveza en el minimarket de al lado, dejándolo solo mientras este se deslizaba por un tobogán y a su pobre hermana, la dejó varada en la rueda de la fortuna.

Aunque no todo sería tan malo, pues luego de un rato, otro niño, quien estaba allí para poder disfrutar el inicio de sus vacaciones, se lo encontraría al querer subir a su juego favorito.

—Hola —saludó este con cierta curiosidad por averiguar qué pasaba.

En medio del llanto, Carlos levantó la mirada lentamente, esta expresaba miedo y confusión al ver a alguien saludándolo con tanta alegría, como si en ese momento no estuviera en una situación desafortunada.

Él observó cada parte de ese niño, desde su cabello lacio desordenado, hasta sus zapatillas desabrochadas. Lo que más le llamó la atención, fue su camiseta, la cual era el uniforme deportivo que usaba su equipo de fútbol favorito; Alianza Lima.

—¿Hola? —dijo Carlos casi en un susurro.

—¿Por qué lloras? —preguntó el otro niño inclinando la cabeza de lado.


—No encuentro a mi papá —respondió el pequeño, con la voz rota.

—Ah —Sin decir nada más, aquel extraño se sentó al lado.

—¿Qué haces?

—Mi empleada y mi madre dicen que si algún día me pierdo, debo quedarme en el mismo lugar y esperar —explicó con tranquilidad. Entrelazó los dedos y se meció hacia adelante y hacia atrás.

—Oh... —dijo Carlos sin saber si tenía que preocuparse o sentirse más tranquilo. El pensar en "estar perdido" lo hizo aferrarse más a la primera opción.

—¿Y cómo te llamas?

—Carlos —respondió quitándose la lágrima que caía por su mejilla —, pero casi todos me dicen Carl ¿Y tú?

—Yo me llamo Jake y todos me dicen Jake. Aunque hay personas me dicen gringo —frunció el ceño al recordar aquel apodo.

—Si pareces —intentó bromear, pues a pesar del poco tiempo de haber estado conversando con Jake, no pudo evitar fijarse de más en sus ojos verdes avellana, o como lo dirían otras personas "ojos de gato" y en su piel casi tan blanca como la nieve. Su acento "Limeño" tampoco pasó desapercibido.

—¿Tú también? —rió.

El pequeño no pudo responder ante esa pregunta, pues una señora regordeta, con una coleta de caballo sosteniendo todos sus cabellos rizados y de aspecto amable, se acercó a ellos, o más bien, a Jake.

—JJ, ¿Por qué no estás en el saltarín? —le preguntó agachándose, para poder estar a su nivel.

—Es que estoy cuidando a este niño —respondió él apuntando con el dedo a quien estaba a su lado —. Se perdió —agregó sin caer en cuenta de la gravedad del asunto.

SOLO AMIGOS (BORRADOR)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora