Para cuando salimos del aeropuerto Winterset Madison County, yo era un manojo de nervios. El señor Wright había prometido pasar por nosotros, hecho que me robaba unos cuarenta minutos que planeaba utilizar para mentalizarme antes de conocer a cualquier miembro de la familia. Sentía picazón en el cuello y unas ganas irrefrenables de rascarme el cuero cabelludo.
—¿Sería mucho pedir que me tomes de la mano y no del brazo como si fueras mi enfermera? —bromeó James.
Steve ni siquiera despegó la vista de su celular, pero sí lo escuchó porque meneó la cabeza. Él iba unos pasos adelante, jalando la única maleta que llevaban para los dos. Cooper, por otro lado, iba atento al camino.
—Sí. Sí es mucho pedir —solté sin pensar. Si bien no quise sonar brusca, la honestidad salía cruda cuando no la procesaba por el filtro de la cortesía. De inmediato, corregí—: Lo siento, quise decir... Es que estoy nerviosa y me sudan las manos.
—¿Nerviosa? —preguntó ausente. Frunció los labios y los dejó en una línea severa hasta que volvió a hablar—: Así que es eso.
—¿De qué hablas?
—Has estado rara desde que me aseguraste que el único motivo por el cual no querías venir era tu trabajo.
—James...
—¿Qué es lo que te pone nerviosa? —cuestionó tan cortés como interesado. Asimismo, se detuvo para que pudiéramos hablar tranquilos.
Suspiré pesado después de notar que Steve seguía su camino.
—Conocer a tus papás —confesé con el estómago hecho nudo—. Socialmente soy un caso perdido, James.
—¡Pff! Eso no es cierto, mi amor —atajó con una sonrisa que pretendía infundirme confianza.
—¿No? ¿Recuerdas cuando recién salíamos? Tú eras el que buscaba temas de conversación porque yo no sabía cómo continuar con la charla.
Su sonrisa me indicó que recordaba esas ocasiones a la perfección. Y aunque no podía verle los ojos detrás de las gafas oscuras, de alguna forma supe que irradiaban la misma calidez.
—Deja que los viejos hablen.
Miré al cielo buscando coherencia.
—Bueno, no es solo eso. ¿Escuchaste cómo te respondí hace tres minutos? Resulta que no suelo controlarlo cuando me pongo ansiosa. Tus papás pensarán que tengo un carácter horrible.
—Si sirve de algo, solo lo tienes cuando estás en el trabajo. No vi la expresión del barista la semana pasada que pasé por ti, pero con esos gritos yo también habría tartamudeado como él.
—Eso no sirve de nada.
El suspiro que dejó salir me trajo un retortijón de culpabilidad porque, en vez de sonar harto de mis miedos, resultó reconfortante, como quien sabe que está frente a un caso perdido y aun así pasará por ahí.
—Sentado, Cooper —dijo con voz calmada al tiempo que soltaba el arnés con cuidado.
Al tener las manos libres, ascendió despacio por mis brazos; y justo cuando llegó a los hombros, me atrajo a su pecho para envolverme en un abrazo que no dejaba lugar a respuestas ni más inseguridades. Fue cálido, fuerte y, hasta cierto punto, posesivo.
Creo que esa fue la primera vez que me permití sentirlo.
No me gustaban los abrazos, y si bien no los rechazaba cuando alguien quería darme uno, la incomodidad que me embargaba era notoria para cualquiera. Con Adrien, mi padre, fue cuando noté que ese gesto no era lo mío; él solía abrazarme cuando caminábamos por la calle porque a veces se le daba eso de ser cariñoso; lástima que aquello le naciera después de que pasaran mis años de formación, así que no es de extrañar que para ese entonces mi cuerpo se sintiera rígido y patoso al intentar avanzar en sincronía.
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...