Capítulo 10

66 14 79
                                    


Jesús pasó por mí el sábado a las cinco en punto. No mencionó nada ni hizo preguntas; se dedicó exclusivamente a tratar de explicarme unos chistes que en la tierra de sus padres eran graciosísimos. Mi español era pésimo, solo sabía decir lo que le escuchaba de vez en cuando, así que los tuvo que repetir en inglés y después explicarlos, ya que no parecían tener mucho sentido. Fue la primera vez que lo vi en una faceta bastante entretenida, puesto que parecía un decano consumado dando cátedra.

Claro que desde un inicio supe cuál era su plan, y funcionó. En realidad, no pensé mucho en lo que hacíamos hasta que llegamos a la calle Girod.

—Es aquí —dije con un suspiro, observando la fachada desgastada—. Recuérdame, ¿por qué hacemos esto?

Jesús, que hasta el momento tenía las manos sobre las caderas y la vista en los departamentos más altos, me dedicó una mirada indiferente.

—Bueno, creo que porque dijiste que no venías en plan romántico, sino con la intención de que fueran amigos ya que, y cito en esta parte, James es agradable y quizá yo estoy viendo cosas que no están ahí.

—Cierto —convine nerviosa, ignorando la voz genérica de chica y la burla a mi acento—. Ese día solo estaba buscando a Steve, ¿verdad?

—Sí. No es tu culpa que su hermano sea cliente frecuente. Oye, si tú no quieres ver la película, yo sí. ¿Qué piso dijiste que era?

Sin más, Jesús entró al vestíbulo vacío y subió por las escaleras. Su comentario y sus acciones estuvieron tan fuera de lugar que no pensé mucho en lo que hacía; lo seguí y solo pude alcanzarlo hasta que lo vi frente a la puerta de James, esperando en el rellano sin hacer ningún ruido.

—James será un gran amigo, Sagé —dijo sincero—. No te estreses, ¿de acuerdo? Recuerda que siempre puedes ir a su recámara y escapar por las escaleras —agregó, encogiendo los hombros—: O hazlo por aquí, de cualquier modo no te verá.

Supuse que mi reacción ante su comentario insensible fue lo que estaba buscando, puesto que sonrió y, sin perder tiempo, tocó la puerta con sus nudillos. Tres veces.

El trote pesado de Cooper fue lo primero que escuchamos, luego un ladrido amistoso, y por último a James diciéndole que estaba todo bien.

—¿Quién es? —preguntó tras abrir la puerta un poco.

—Amm, yo. —Me sentí ridícula—. Marion.

Pude apreciar el reconocimiento incluso sin ver su rostro completo. Volvió a cerrar, quitó la cadena y abrió de par en par. Esperé todo, excepto verlo en lo que parecía un pijama.

—Pasa —invitó, notando que su perro salía para olfatear a Jesús. Estiró la mano demasiado tarde, justo cuando el can reconocía a la estatua viviente en los escalones—. Ven, Cooper. ¿Qué se supone que haces?

La orden de su dueño pudo más que la curiosidad. El perro volvió y James pudo cerrar la puerta, no sin que antes Jesús se despidiera con un movimiento de la mano que trataba de transmitirme todo su apoyo.

—Yo... —comencé, incómoda—, lo siento. Creo que no esperabas mi visita y...

—¡Oh, cierto! ¡Memphis! —exclamó, llevándose la mano a la frente—. ¡Lo sabía! ¡Sabía que hoy tenía que hacer algo!

—Si tenías planes lo entiendo perfectamente.

James rio.

—No sé si lo notaste, pero no hay muchos planes que se puedan hacer con este atuendo. —Para enfatizar, se señaló a sí mismo—. Lamento si lo olvidé, Marion. Mi mente estuvo ocupada, pero ponte cómoda, traigo el DVD en unos segundos.

Bourbon StreetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora