—Fue descortés de tu parte decirle aquello a Jason —me regañó Zoe, un par de horas después.
—James —corregí.
—Como sea. Ves que el hombre no ve y...
—¡Yo no sabía que es ciego! —La mirada que me dedicó, como retándome a contradecirla, fue suficiente para saber que era una batalla perdida. Aun así, traté de defenderme—: Ayer no lo vi ni entrar ni salir, así que no noté al perro. Y en el antro...
Al recordar aquella noche algunas cosas comenzaron a tener sentido, como que tocara mi pierna de tal forma o que al dirigirse a nosotros ni siquiera volteara.
—De verdad que esa no era mi intención.
—Lo sé —comentó sincera—. Al menos él lo tomó con gracia.
—¿Se rio? Porque yo lo vi un poco molesto.
—Ah, sí. Se rio mucho —aclaró con guasa—. Esperó hasta que estuvimos solos para decir que una de las cosas que más extrañaba de su vista era ver la incomodidad en el rostro de las personas.
Aquello hizo que la sangre subiera a mis mejillas.
—Qué gracioso.
—¡¿Verdad que sí?! —Al parecer no había notado mi sarcasmo—. También lo invité a mi obra. Dijo que le gusta todo tipo de arte y que irá con gusto. ¿No es increíble?
—Sí, mucho. ¿Siempre haces eso?
—¿Hacer qué?
—Socializar tanto con extraños.
Zoe encogió los hombros.
—Mira, mientras esos extraños donen algo para el vestuario... —Como si la bebida fuese suya, tomó mi frapuchino y sorbió por el popote. Quien no la conociera habría asociado esa imagen con la viva representación de la inocencia—. Y no es un extraño del todo. Tuvimos a su hermano aquí por meses, ¡ya es como de la familia!
No continuamos con el fructífero tema de mis vergüenzas sociales porque la señora Parker entró al local con su carrito de postres. Se le veía contenta, con sus ojillos de botón bailoteando de aquí para allá.
—¡Ya lo logré! —gritó efusiva en cuanto llegó hasta el mostrador. Pese a su postura curvada y la aparente fragilidad de sus extremidades flacas, Leah Parker gozaba de una energía exagerada—. Repetí la receta al menos unas cuatro veces, ¡y por fin salieron! —Sacó un recipiente de plástico de su carrito y, al examinar las charolas que todavía quedaban, buscó a Zoe—: ¡Tú, niña! ¡Vamos! ¡Saca todos y haz el conteo!
Mientras esta última acataba la orden, Leah abrió su tupper, dejando expuestos cinco macarons de chocolate. Su aspecto era bastante prometedor, no como los últimos que había traído y que llegaron al local todos aplastados.
—¡Anda! ¡Anda! ¡Anda! —urgió. Por el movimiento de su torso, supuse que del otro lado del mostrador sus rodillas se doblaban y estiraban presurosas.
Al morder el pequeño postre, el sabor penetrante y puro del chocolate inundó mis papilas. El ganache estaba exquisito, cremoso y terso. Sin embargo...
—La galleta está chiclosa —dije sin pensar.
La indignación en la cara de Leah dio paso al enfurruñamiento. Vagamente me pregunté si es que ella tenía lapsos largos de enojo con alguien.
—¿Qué pudo haber salido mal? —recriminó, más para sí que para mí.
Si bien la señora Parker no tenía competencia con los pasteles, había otros tantos postres que no solían salirle porque su don se enfocaba en lo casero, y no tanto en la técnica.
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Bourbon Street
RomanceEn el corazón del Barrio Francés, Marion Delarosbil lucha cada día por dejar atrás todo de lo que un día huyó. Sin embargo, las cosas que se evaden vuelven en formas y situaciones inesperadas para recordarnos que los monstruos no se van si no se exo...